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Luis Rius murió en México, nació en España, pero él siempre vivió en la extranjería. El hombre de mirada poética, entrañable para todos los que le rodearon como alumnos, subordinados, colegas y amigos, siempre sintió la nostalgia como parte integral de su ser; nostalgia incluso de aquello que realmente no había conocido en su infancia, como era su pueblo y su país natales. Luis Rius Azcoitia nació en Tarancón, población de la provincia de Cuenca, el 10 de noviembre de 1930, así que era, en el sentido más preciso del término, un “niño de la guerra”, ya que en su primera infancia tuvo que enfrentar la violencia, la tensión y las penurias que implica una guerra, más cuando se trata de una contienda fratricida como la Guerra Civil española, y después el desgarramiento del exilio. Éste debido en buena medida a que su padre, Luis Rius Zunón, hombre culto e interesado por las tradiciones de su lugar de origen, como militante del Partido Radical Socialista de Marcelino Domingo fue alcalde de su natal Tarancón en 1933, cuando ya se había instaurado la Segunda República española; también fue diputado provincial y presidente de la Diputación de Cuenca en 1934, así como gobernador civil de Soria y Jaén en 1935 y 1936, por lo que al estallar la guerra tuvo que abandonar su tierra.
 
  
De su lugar de origen, Luis Rius recordará —con las brumas y fantasía que genera la corta edad en la que se fijó el recuerdo— los campos infinitos de horizonte lejano —un horizonte casi inalcanzable—, la tierra reseca por el sol y los grandes silencios de la Castilla eterna. Una tierra castellana similar a la de Machado, poeta a quien dedicó Rius tantos comentarios sensibles y próximos a su poética personal. A fin de cuentas, en su origen él era un castellano, un hombre de la “tierra adentro”, de surcos, barbecho, sementeras y campos sembrados, y tal vez para compensar ese sol castellano se entusiasmó hasta lo más profundo de su ser, a través del cante flamenco, por ese otro sol, el de Andalucía, lleno de brillos, resplandores y luz alegre cuando no dramática.
 
  
El principio de la extranjería y la nostalgia de Luis Rius dio inicio en octubre de 1936, cuando, como consecuencia de la Guerra Civil y después de un corto periodo en Jaén y Barcelona, fue evacuado junto con su hermana Elisa y su madre a Francia, específicamente a Normandía, tierra de gris profundo, donde permaneció el resto de la guerra española.
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Este trabajo analiza la función simbólica de los monumentos que conmemoran las gestas de la Independencia en México y Argentina, a partir del estudio del concepto moderno de monumento histórico que se desarrolló sobre todo en el siglo xix , con el auge y crecimiento de las ciudades y las rápidas transformaciones en el tejido urbano tradicional, pero especialmente con la formación de los estados nacionales y su necesidad de símbolos. Sobre todo se trata de explorar la relación entre memoria y monumento, sus implicaciones políticas y la construcción de un discurso tanto de los monumentos intencionales, hechos ex profeso, como de los monumentos no intencionales, significados por una colectividad.
  
En 1939 se trasladó con su familia a México, país en el que vivió de ahí en adelante y donde se estableció definitivamente. En México se formó como ser humano y como poeta, y aquí se convirtió en maestro. Luis Rius se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1948, y años después ahí se doctoró en Letras con un trabajo brillante sobre otro poeta caminante: León Felipe.
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This paper analyzes the symbolic function of monuments commemorating the Independence in Mexico and Argentina, from the study of the modern concept of historical monument that was developed especially in the nineteenth century, with the rise and growth of cities and rapid changes in the traditional urban life, but especially with the formation of nation states and their need for symbols. Mostly it is about exploring the relationship between memory and monuments, its political implications and the construction of a discourse of intentional monuments, made expressly, as well unitentional monuments of meanings by a collectivity.
  
En la Facultad, la suya y la nuestra, Luis fue discípulo y amigo de maestros como don Amancio Bolaño e Isla, profesor de fonética, gramática histórica, latín; Julio Torri, responsable de la literatura medieval y la francesa, y Francisco de la Maza, brillante especialista en el arte virreinal de México. Como nos dice Arturo Souto, eran los años en que pasaban o estaban permanentemente en la Facultad formando a jóvenes inquietos figuras como Julio Jiménez Rueda, José F. Montesinos, Ermilo Abreu Gómez, Francisco Monterde, José Rojas Garcidueñas, Carlos Pellicer, Alfonso Reyes y los más jóvenes entonces: José Luis Martínez, María del Carmen Millán. En esta época Luis Rius adquirió el rigor académico y la capacidad crítica; esa crítica se convirtió en exigente autocrítica y, como alguna vez comentó su íntimo amigo Arturo Souto Alabarce, fue debido a ella —que lo hacía ser tan exigente— que escribiera y publicara menos poesía de la que su inspiración y creatividad podían generar.
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==Palabras clave==
  
En esta universidad, su alma máter, muy pronto fue profesor, así como en la Universidad de Guanajuato, en la que dirigió la Escuela de Filosofía y Letras y cuya biblioteca ahora lleva su nombre. También dio clases de literatura, siempre con su encanto particular, en la Universidad de San Luis Potosí, en la Universidad Iberoamericana y en el por aquellos años importante México City College. Fue en 1952 cuando José Rojas Garcidueñas, fundador y director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, invitó a dar clases a Rius y a otros jóvenes estudiosos (entre ellos Juan Villoro, Horacio López Suárez y Ricardo Guerra). Los recién llegados alquilaron una casa en la calle de Pocitos número 77, y se establecieron entusiastas en una ciudad que iniciaba su despegue cultural; fueron ésos los años de la creación de los ''Entremeses cervantinos'' de Enrique Ruelas, otro exponente de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. A este grupo iba a unírsele por largas temporadas el siempre trashumante Pedro Garfias, poeta admirado por Rius y los jóvenes de aquella generación de escritores y académicos.
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monumento ; símbolo ; México ; Argentina ; discurso
  
Esa estancia en Guanajuato con aquel grupo de jóvenes profesores hay que verla a la distancia como un gran y valioso intento de descentralizar la educación y la cultura universitaria, generando otros polos académicos y culturales dinámicos y de alto nivel fuera de la capital y sus instituciones consagradas y reconocidas.
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==Keywords==
  
Como maestro, Luis Rius era fascinante y capturaba la atención de los alumnos; en este sentido, la pluma de Gonzalo Celorio nos recuerda que
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monument ; symbol ; Mexico ; Argentina ; speech
* el salón de clase se abarrotaba principalmente de estudiantes del sexo femenino [...] Yo me tenía que sentar en la tarima porque el salón 201 tenía capacidad para sesenta alumnos y entrábamos en él cerca de cien [...] Y si bien es cierto que eran las mujeres las que suspiraban, también es cierto que los hombres quedábamos cautivos en las disertaciones y lecturas del maestro Rius. Oírlo disertar sobre la poesía castellana del Medioevo [...] y leerla una y otra vez, antes de que la memoria, considerada excluyente del entendimiento, cayera en franco desprestigio. Fue la mejor inversión para iniciar nuestro patrimonio poético (462).
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Probablemente fue desde que era alumno de Julio Torri, quien daba literatura medieval en la Facultad, cuando Luis Rius se entusiasmó por la poesía de Gonzalo de Berceo y sobre todo por la lírica castellana del siglo xiii. Yo recuerdo haber asistido a sus clases de literatura medieval a mediados de los años setenta, cuando ya había encargado buena parte de las horas de la cátedra, con la generosidad y sabiduría que lo caracterizaban, a Graciela Cándano. Lo recuerdo apoyado en el escritorio con la mirada que iba del grupo a la ventana por donde entraba la luz de la tarde que se venía, buscando quién sabe qué lejano horizonte, y su voz se teñía de nostalgia y recordaba el profundo aire melodioso del villancico tradicional y del zéjel, y cómo de ahí desembocaba en los versos de pie quebrado de su admirado Jorge Manrique. El aire se impregnaba de poesía y la Edad Media española se volvía una realidad en la tarde citadina mexicana, y yo quedaba enganchado para siempre por la poesía de Manrique y el mundo medieval.
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El término “monumento” que no es muy antiguo en su concepción actual pues se dice que se usó por primera vez en la expresión ''monument historique''  en ocasión de la demolición de la Bastilla, está relacionado con la noción de memoria; proviene del latín ''monumentum''  y éste de ''monere'' , que remite a recordar, advertir, hacer saber, instruir. Tanto el término latino como los griegos ''mnema-mnemeion''  están vinculados a la raíz indoeuropea ''men'' , que expresa una de las funciones fundamentales de la mente (mens), la memoria (''memini'' ); por su parte, el sufijo ''-mentum''  puede indicar tanto una acción o un proceso como el resultado de la acción o el proceso.    
  
Muchas veces Luis Rius nos acercó a otros poetas. De Berceo, por ejemplo, apuntaba que la eternidad de sus versos la habían descubierto los poetas, no los eruditos: “Afortunado Gonzalo de Berceo —decía—, ése ha sido el mejor premio a su dulce humildad” (Rius citado por Cándano: 80).
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Desde la antigüedad romana hay monumentos, aunque su sentido no era el mismo; según Le Goff, se pensaba el monumento como un signo del pasado y el término tenía dos sentidos: como obra de arquitectura o de escultura con fines conmemorativos, como arco de triunfo, columna, trofeo, pórtico, etc., y como monumento funerario. Este historiador, en su búsqueda histórica del término “memoria”, dice que aparece muy temprano en las lenguas romances, en el vocabulario francés está ya desde el siglo xi ; en el siglo xv, en la época de apogeo de las ''artes memoriae'' , aparece la palabra ''mémorable'' , y en el xvi , los escritos de personajes importantes se denominan ''mémoires;''  es la época cuando nace la historia y se afirma la noción de individuo. El pensamiento de  la revolución francesa desarrolló la noción de monumento, pero la necesidad de conmemorar está en realidad más desarrollada entre conservadores y nacionalistas, para los cuales la memoria es un fin y un instrumento de gobierno. A partir de 1789 aparecen instrumentos nuevos de conmemoración, como monedas, medallas y estampillas, sobre todo en la segunda mitad del siglo xix , además de las estatuas, inscripciones y lápidas conmemorativas (Le Goff, Jacques, ''El orden de la memoria'' , 227 y 153).    
  
Rius también está en el principio del movimiento de revistas literarias en el paso a la segunda mitad del siglo xx. En 1948, junto con Tomás Segovia y Manuel Durán, entre otros, participó en el nacimiento de la revista ''Presencia'', ejemplo de publicación en la que se evidenciaba el cambio generacional del exilio español, ya que sus fundadores, formados en México, en realidad eran niños o adolescentes cuando se inició su exilio y establecimiento en México, por lo que España era una referencia electiva y cultural. El papel de coordinadores intelectuales de aquella revista lo llevaron Ramón Xirau y Ángel Palerm, pero fue la primera de una serie de publicaciones que incluyeron autores de otras latitudes. Su director fue Jomi García Ascot y se publicó entre 1948 y 1950; también participaron en ella Enrique Echeverría, Francisco González Arámburo, Carlos Blanco Aguinaga, Manuel Durán, Lucinda Urrusti y Roberto Ruiz. En esta misma línea y con Inocencio Burgos, Arturo Souto Alabarce, Alberto Gironella, José Luis González Iroz y otros jóvenes, Rius creó ''Clavileño'', revista ilustrada por Francisco Moreno Capdevila y Arturo Souto cuyo título tenía evidentes resonancias cervantinas e intenciones quijotescas; fue dirigida por el propio Luis Rius en los números de mayo y agosto de 1948. ''Clavileño'' desapareció después del segundo número, de muerte natural o financiera, como suelen morir tantas revistas jóvenes y universitarias de poéticos nombres. A pesar de ello, la revista amplió el círculo de colaboradores: Manuel Durán, Enrique Echeverría, Horacio López Suárez, Rafael Segovia. Más adelante, en 1951, surgió ''Segrel'', creada también por Rius con Celedonio Martínez Serrano y Francisco de la Maza; la dirigió Arturo Souto Alabarce y constó también de dos números. En 1953 nació ''Ideas de México'', coordinada al principio por Benjamín Orozco y en una segunda época por José Pascual Buxó, y por último ''Hoja'', de una página y dirigida por Tomás Segovia, que duró de 1948 a 1950. En ambas Luis Rius fue colaborador.
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El concepto moderno de monumento histórico se desarrolló sobre todo en el siglo xix , con el auge y crecimiento de las ciudades y las rápidas transformaciones en el tejido urbano tradicional, pero especialmente con la formación de los estados nacionales y su necesidad de símbolos. El monumento histórico tiene la función de ser un recordatorio de acontecimientos o de personas, lo cual, a final de cuentas, remite a recordar el carácter efímero de la vida humana; es decir, su propósito fundamental no es proporcionar informaciones sino tratar con emociones.    
  
La de Rius es una generación que se aglutina en torno a distintas revistas, que de hecho son publicaciones comunes, aunque al comienzo hubo ciertos inicios “independientes”: José Pascual Buxó, Enrique de Rivas y César Rodríguez Chicharro no tenían revista impresa en ese tiempo, y también Tomás Segovia, amigo, pero un poco apartado de todos, en ese mismo año de 1948, el de ''Clavileño'', inició su fina ''Hoja''. Después vendrían nuevas revistas que fueron integrando lo que hoy se conoce como “Generación de medio siglo”, la segunda generación del exilio republicano, todos ellos nacidos entre 1927 y 1937 y de hecho la generación “hispanomexicana”, pues fue en México donde se formaron y donde escribieron.
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La relación entre memoria y monumento ha sido acentuada desde los primeros escritos teóricos; por ejemplo, Aloïs Riegl dice en su tratado que, “en su más antiguo y original sentido, un monumento es una creación humana erigida para el propósito específico de conservar vivos las hechos y acontecimientos humanos en la mente de las generaciones futuras” (Le ''culte moderne des monuments…'' ). Una primera distinción de Riegl es aquella entre los monumentos intencionales y los no intencionales; los primeros se construyen con el propósito de recordar un hecho o una persona, han existido desde que existe la cultura y pueden ser edificios o ciudades, los cuales son monumentos por su valor irreemplazable. Con esta distinción, extiende la denominación de monumento a cualquier artefacto que revele el paso del tiempo sin considerar su propósito o su sentido original; lo que lo define es la edad. En el caso del intencional, erigido para rememorar hechos o personas, su propósito es vencer la distancia temporal, rechazar el paso del tiempo; es un eslabón que une el pasado con el presente, que establece una conexión con lo que se quiere recordar. Su función es mantener vivo el recuerdo, detener el olvido. Por ello, la edad es un obstáculo y cualquier señal de deterioro disminuye su función, que es mantener vivo el interés por lo que en él se manifiesta. Sin embargo, el monumento no intencional, al  no ser construido con el propósito de recordar, rechaza la transparencia y prefiere asumir la distancia en el tiempo. El valor del monumento intencional, continúa Riegl, está condicionado puesto que se conserva en tanto que la persona o el acontecimiento que con él se recuerda todavía importa para la sociedad; pero el valor del no intencional depende del observador ya que llamar monumento a un edificio es una designación subjetiva.    
  
Estas revistas tuvieron un claro significado en el desarrollo de nuestros referentes culturales literarios, pues implicaban la integración de lo hispánico con lo nacional en una dimensión amplia y con una perspectiva moderna e internacional.
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Desde los primeros años del siglo xx , época del libro de Riegl, la discusión acerca de la noción de monumento ha pasado a otras áreas; hoy se denomina de esa manera a una estructura ya sea que haya sido creado explícitamente para recordar una persona o un acontecimiento, ya sea que se haya convertido en algo importante para un grupo social como parte de sus recuerdos de hechos pasados. Ciertas estructuras funcionales —edificios públicos, casas, fábricas, estaciones de tren, etc.— que se destacan por su antigüedad, su tamaño o por su significado histórico, también pueden considerarse como monumentos. A menudo, los monumentos transportan cierta información histórica o política, pueden usarse para reforzar el poder político (como es el caso en muchos de los monumentos patrios), o para educar a la población acerca de hechos o personajes.    
  
Rius colaboró también en revistas de más amplia envergadura y vigencia temporal, como ''Cuadernos Americanos'', ''Anuario de Letras'' (unam), ''Las Españas'', ''Diálogos, Revista Mexicana de Cultura'', suplementos culturales como ''México en la Cultura'', ''El Heraldo Cultural'', y periódicos diarios como ''El Nacional'', ''Novedades'' y ''Excélsior''. En este sentido Rius se convirtió en un referente de la cultura y la literatura nacionales. Ello se proyectó aún más con sus programas en Radio Universidad y con la serie de televisión en el Canal 13, llamada sugerentemente ''Viaje alrededor de una mesa'', con sabrosas charlas sobre literatura y cultura en general.
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Los países latinoamericanos, a finales del siglo xix  y principios del xx , encontraron una ocasión única de construir edificaciones, de erigir monumentos destinados a conmemorar los inicios de sus movimientos de independencia, los cuales surgieron en casi todas las capitales y ciudades importantes. Al ser el inicio de las luchas de independencia uno de los mayores acontecimientos en la historia de estos países, ese hecho no podía pasar inadvertido al cumplirse en 1910 el primer centenario. La llamada Columna de la Independencia en la capital mexicana y el proyecto del Monumento a Mayo en la capital argentina son dos de las edificaciones proyectadas para la conmemoración de este hecho. En México hubo un primer proyecto de monumento a la independencia[[#fn0005|<sup>1</sup>]]  en  1843, cuando el presidente López de Santa Ana, después de convocar a un concurso, asignó el proyecto al arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Este monumento debía estar en la Plaza de la Constitución y constaba de una gran columna flanqueada por fuentes, pero de ella sólo se terminó el basamento o zócalo, el cual bautizó a la plaza como Zócalo. Años más tarde, Maximiliano encarga al ingeniero Ramón Rodríguez otro proyecto de monumento, que tampoco se realiza. Durante los primeros años del gobierno de Porfirio Díaz, un concurso internacional para edificar un monumento para el centenario de la independencia, convocado en 1877, fue ganado por los arquitectos norteamericanos Cluss y Schultz, el cual tampoco se realizó pero sirvió de base para el diseño definitivo del arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien lo tomó como modelo, además de algunas famosas columnas, desde las de Roma hasta las que erigidas en el siglo xix  en las principales ciudades europeas. Todas esas columnas fueron levantadas para conmemorar el triunfo de un ideal en sus respectivos países. La primera piedra del monumento a la independencia o columna de la independencia se colocó en 1902 y ocho años más tarde, el 16 de septiembre de 1910, se celebró la ceremonia de inauguración encabezada por el presidente Díaz. Los trabajos de cimentación se deben a los ingenieros Gonzalo Garita y Manuel Gorozpe. La columna, que mide 36 metros de alto, es hueca, de acero y recubierta con cantera labrada; en su interior hay una escalinata que asciende hasta la base del pedestal que soporta una estatua, conocida como el Ángel, aunque es realmente una victoria alada. En la parte inferior, la columna está rodeada de guirnaldas sujetas por cabezas de león y desde ellas ascienden ramas de laurel abrazadas por anillos labrados con los nombres de los héroes del movimiento insurgente; el capitel de la columna está formado con hojas de acanto, volutas y cuatro águilas. La victoria alada que remata el monumento mide 6.7 metros de altura y pesa siete toneladas, lleva una corona de laurel en una mano y un trozo de cadena, que simboliza la dominación española, en la otra. La escultura  fue realizada por el escultor Enrique Alciati y está hecha de bronce y recubierta de oro.    
  
A la vez tímido y conversador, siempre cordial y mesurado, en torno suyo reunió muchos amigos. Si de cuando en cuando sus ironías podían volverse un tanto cáusticas, había en el fondo de su actitud una bondad natural que lo libraba de toda pedantería. Más que el debate de opiniones contrarias y la polémica, prefería la charla con los amigos en ambientes en los cuales el aire se llenaba con el humo de los cigarrillos (algo habitual en aquellos años), copas de buen o regular vino, corridos de Lucha Reyes y canciones de Agustín Lara o cante jondo, y la voz de Enrique Morente.
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El proyecto de monumento conmemorativo de la independencia argentina tiene un antecedente. En marzo de 1811, la Junta que sustituyó al derrocado virrey español, conocida como la Primera Junta, decide celebrar el 25 de mayo de ese año el primer aniversario de la Revolución de Mayo[[#fn0010|<sup>2</sup>]]  por lo cual el Cabildo de la ciudad decide erigir un monumento y llamarlo Columna 25 de Mayo, con forma de obelisco, aunque desde los primeros años se le ha dado el nombre de pirámide. Éste fue el primer monumento patrio de Argentina. Dos meses después, el 25 de mayo de 1811, se inauguró la obra y de su construcción se encargó el alarife y maestro de obras Francisco Cañete. A mediados del siglo, hacia 1856, la pirámide estaba muy abandonada por lo que se encargó su transformación al pintor y arquitecto Prilidiano Pueyrredón, quien colocó en su parte superior una estatua de la libertad de 3.6 m de altura, coronada con un gorro frigio, estatua que fue realizada por el escultor francés Dubourdieu. El obelisco tiene una altura total de 19 metros. En 1907 se convocó a un concurso para el proyecto de un monumento, que se llamaría Monumento a Mayo, y sus resultados fueron expuestos en mayo de 1908; se presentaron setenta y cuatro proyectos, de los cuales sólo ocho eran locales, y los ganadores fueron los italianos L. Brizzolara, escultor, y G. Moretti, arquitecto. Múltiples dificultades de todo tipo, junto con las fuertes críticas al proceso total, entre ellas de Ricardo Rojas y de Leopoldo Lugones, impidieron que el proyecto se realizara. Entre otras cosas, las críticas iban en el sentido de la necesidad de demoler la pirámide; el resultado es que ésta se conservó y sólo fue trasladada al centro del nuevo trazado de la plaza en 1914 y que el monumento proyectado nunca se construyó.
  
Luis Rius se casó dos veces; de su primer matrimonio tuvo tres hijos, y posteriormente, en 1968, se casó con Pilar Rioja, brillante bailarina mexicana de flamenco y de danza española clásica, hija de padres españoles afincados en Torreón, quien fue su musa y a quien dedicó sus, tal vez los únicos, poemas alegres.
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La forma elegida para ambos monumentos es la de columna, de sección circular en el caso de México y de sección cuadrada para el de Buenos Aires. En términos generales, una columna es una pieza arquitectónica que sirve normalmente para sostener el peso de una estructura, aunque también puede tener fines decorativos. Cuando la sección es circular, es propiamente una columna, pero cuando es cuadrangular se denomina pilar (o pilastra, si está adosada a un muro). La columna clásica está formada por tres elementos: basa, fuste y capitel. Un caso particular es el de la llamada columna conmemorativa, que no es pieza estructural de alguna construcción, sino que constituye en sí misma una edificación que sirve para recordar algún acontecimiento o algún personaje histórico. En este caso, sobre un podio generalmente elevado, se levanta un fuste de grandes dimensiones, que puede estar decorado con bandas de bajorrelieves que cubren su superficie; en el extremo superior, se alza una figura o una estatua. Los romanos la utilizaron para conmemorar acontecimientos de relieve nacional o para glorificar a sus emperadores. Son célebres la columna levantada en torno al año 113 a.C. en el Foro de Trajano, en Roma, para celebrar la conquista de Dacia, o la columna de Marco Aurelio erigida en el foro Antonino hacia 180 a.C. (hoy en la plaza Colonna de Roma) para conmemorar las victorias sobre los germanos. En épocas posteriores a la del imperio romano se ha seguido recurriendo a este tipo de monumento triunfal, del que son ejemplos la columna de la plaza Vendôme de París, de 44 m de alto con una estatua de Napoleón como remate para celebrar la victoria en Austerlitz; la columna en la plaza Trafalgar de Londres, terminada en 1843, con una altura de poco más de 50 m y con la estatua del almirante Nelson como remate, o la Columna de la Victoria de Berlín (''Siegessäule'' ), terminada en 1874, que tiene una altura de 69 m y remata con una estatua de la Victoria; finalmente, la columna dedicada al emperador Alejandro i  en San Petersburgo, terminada en 1834, de 47 m de altura y con la estatua del emperador que celebra la victoria sobre Napoleón.    
  
En sus poemas destacan el conocimiento de los clásicos, el simbolismo y la contención, muy expresiva en los versos breves. También escribió numerosos ensayos sobre la poesía española medieval y de los Siglos de Oro, del exilio español en México y una gran biografía sobre León Felipe. Además del amor, se puede decir que el tema dominante de su escritura es la identidad.
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Sería interesante pensar los monumentos, del centenario en particular, y todo el conjunto de monumentos y de hechos urbano-arquitectónicos en general, como un tipo de discurso de modo que fuera posible pensar la columna de la independencia de México y el proyecto de columna destinado a ocupar la que sería la Plaza de Mayo en Buenos Aires como  discursos del centenario. Plantear las formas por medio de las cuales un pueblo recuerda los hechos, acontecimientos y personajes de su pasado en términos del concepto de discurso, supondría una doble labor: primero, un trabajo teórico que diera como resultado una definición, aun cuando fuera operativa, del concepto de discurso, y, segundo, la extensión de este concepto de manera que incluya no sólo la acepción tradicional de conjuntos de enunciados verbales sino también los formados por otras materias. Pensar el discurso como una entidad formada por signos verbales no constituye ningún avance pues es simplemente darle un nombre más a una noción existente (o, en los términos de Occam, es multiplicar los entes de manera innecesaria); con ello, además, se le quita al concepto de discurso su potencial teórico asociado a su carácter normativo y a su estatuto institucional, a los que me referiré enseguida.    
  
Sus preocupaciones poéticas fueron fundamentalmente el exilio y el amor, o como él mismo las llama en la antología que hizo de su propia obra: el “Arte de extranjería” y la “Cuestión de amor”,[[#fn0005|<sup>1</sup>]] tal como nos dice en su soneto “Acta de extranjería”.
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Antes de abordar la cuestión de una definición de discurso, me referiré brevemente a la tipología de los discursos; estamos acostumbrados a expresiones del tipo “discurso político”, “discurso literario”, etc., lo cual asume que debe existir alguna manera de agrupar ciertos hechos en grupos como los mencionados; sin embargo, no podemos asumir esto sin discutirlo, o sea, sin buscar qué es lo que les da unidad o cuál es la base de su clasificación. Si se habla de discursos literarios es porque se asume que hay un grupo de textos, obras, etc., que pertenecen al conjunto que llamamos “literatura”, que mantienen una cierta relación con un esquema discursivo preexistente que va más allá de las obras concretas e individuales y que, como esquema simbólico, es capaz de orientar tanto su producción como su lectura.[[#fn0015|<sup>3</sup>]] A pesar de que los discursos literarios están construidos con enunciados lingüísticos, en ellos están presentes no sólo elementos de la lengua, por lo que su análisis no puede hacerse sólo pensando que son series de frases o de oraciones que remiten al código lingüístico; si así fuera, los textos literarios serían lineales o unidimensionales; es más, serían paradigmáticos en este  sentido. Como todo texto cultural, no están determinados unívocamente sino que son objetos heterogéneos, susceptibles de producir múltiples sentidos, lecturas diversas. Este potencial de significación representa un peligro para las sociedades, por lo cual toda producción debe ser “controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad” (Foucault, Michel, ''El orden del discurso'' , 11). Por medio de tales procedimientos se introduce una normatividad que privilegia una lectura y sitúa las otras posibles en un segundo plano. Es decir, convierte las obras literarias en discursos, las reduce a ser manifestación del esquema discursivo que domina una determinada época en la vida de esa sociedad. En cada campo particular de la vida social existe un sistema que regula ese dominio y que produce el conjunto de discursos acerca de él; ese conjunto de reglas es parte de una institución, que en el campo de la literatura está formada por las revistas literarias, críticos, suplementos culturales, antologías, historias de la literatura, editoriales, profesores, investigadores y estudiantes de letras, congresos, sistemas de premios, etc. Los sociólogos ven la institución como un conjunto de normas que se aplican a un dominio particular de actividades y definen una cierta legitimidad. Funcionalmente, son modos de organización que aseguran la permanencia de los miembros de una colectividad dada y los integran en ella; su eficacia se logra por imponer sistemas de normas y valores cuyo vehículo son precisamente los discursos, que se caracterizan por presentar su objeto —en este caso los literarios— en términos de esencia, sin contactos con lo social o con la historia.    
* ¿De qué tierra será?, ¿dónde su mar?
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* —dicen—, ¿cuál es su sol, su aire, su río?
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* Mi origen se hizo pronto algo sombrío
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* y cuando a él vuelvo no lo vuelvo a hallar.
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* Cada vez que me pongo a caminar
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* hacia mí pierdo el rumbo, me desvío.
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* No hay aire, río, mar, tierra, sol mío.
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* Con lo que no soy yo voy siempre a dar.
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* Si acaso alguna vez logré mi encuentro
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* —fue camino el amor—, me hallé contigo
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* piel a piel, sombra a sombra, dentro a dentro,
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* el frágil y hondo espejo se rompió,
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* y ya de mí no queda más testigo
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* que ese otro extraño que también soy yo. ([[#bib0005|Rius, 1984]]: 76)
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En el poema aparecen sus elementos identitarios y contrastantes: la tierra y el mar, pero también una naturaleza que recuerda a fray Luis de León y su búsqueda del hombre interior, sólo que Rius solo se encuentra en el amor y a final de cuentas él es también “ese otro extraño”.
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A esta altura de la exposición, debe ser evidente que podemos hablar de discurso no sólo para el caso de producciones que tienen una base material lingüística sino para cualquier otra, como el caso de las edificaciones arquitectónicas que llamamos monumentos. Como ya se señaló, éstos se consolidan en la segunda mitad del siglo xix  con las transformaciones urbanas y la necesidad de símbolos para los recientes estados nacionales. El momento fundador de una institución es cuando aparece una legitimidad que se elabora internamente y, con ella, esas prácticas se vuelven autónomas y distintivas. La base de esa legitimidad es un sistema que puede enunciar leyes y sanciones en ese campo. Eso  ocurre en el campo de la literatura también en el siglo xix , cuando se convierte en asunto de hombres de letras independientes y especializados, que crean sus códigos y sus reglas de trabajo y funcionamiento. En términos generales, las instituciones son aparatos de poder; de allí que, si los discursos son producidos por las instituciones, necesariamente en ellos están presentes ciertas relaciones de dominio. Se puede decir que el discurso es el lugar privilegiado del ejercicio del poder porque es a través de él como se constituyen los sujetos y porque es el sujeto donde el poder se ejerce en toda su profundidad. Sin embargo, como ha argumentado ampliamente Foucault, donde hay poder hay resistencia; las relaciones de poder nunca son unívocas sino que en todo discurso se pueden encontrar focos de inestabilidad, puntos de enfrentamiento, de conflicto, de lucha; el discurso, dice Foucault, puede ser instrumento y efecto del poder, pero también obstáculo y punto de partida para una estrategia contraria (Foucault, Michel, ''Historia de la sexualidad.'' .., 123). [[#fn0020|<sup>4</sup>]]
  
No en balde comentó Rius al hablar sobre su condición hacia 1965, cuando regresó a España por primera vez:
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Regresemos a la columna, forma adoptada por estos monumentos. Vamos a postular un nuevo concepto, el de tópico, que nos permite otro acercamiento al discurso. Tópico no simplemente es aquello de lo que se habla, ya se trate de un objeto real o imaginario, sino un objeto de discusión con términos de tratamiento establecidos; en otras palabras, un tópico sería una convención que implica una relación estable entre los individuos que participan en ella. En palabras de Bourdieu, son “lugares en el discurso en los que un grupo entero se encuentra y se reconoce”; así, los tópicos más exitosos son aquellos que logran el estatus de lugares comunes. A partir de esto, podríamos entonces asignar el nombre de discurso al conjunto de tópicos y procedimientos, históricamente conformados, que impulsa y regula la expresión de los individuos que lo habitan, y que les asigna posiciones definidas en el campo de significados que delimita. El tópico “columna” ha sido elaborado desde muchos ángulos y uno, no el menos importante, es en el campo del discurso de la masonería.
* Somos desterrados. Y si ahora, porque vivimos en México, sentimos un poco que nos falta el sustento de España, mañana, si el caso se da, porque vivimos en España, sentiremos en el mismo grado que nos falta el sustento de México. El destierro no nos lo da ya ni nos lo quita ninguno de los dos países porque no está en ellos sino en nosotros, formando parte de nuestro ser (1965: 16).
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Volvió a España varias veces, y una de ellas permaneció un año y medio. Intensísimas emociones, muchos reencuentros, pero el hecho es que estando en España, vuelto a su origen y punto de partida, se encontró ahí también con el mismo, profundo sentimiento de dualidad existencial que no desaparecía por cambiar de latitud. Luis Rius, por tanto, como otros muchos seres, era un hombre “fronterizo”. En estos sentimientos generados por una pertenencia y una nostalgia que se intercambian, con todo lo que pueden tener de luz y sombra, de ilusión y de tortura, es posible que esté la génesis de buena parte de su poesía, pero no es más que eso: punto de partida, su concepción personal de lo que él llama “arte de extranjería” no se limita a la simple circunstancia geográfica, que a fin de cuentas puede ser algo accidental. Se trata, a decir verdad, de una concepción trascendente de la existencia que él expresa en poemas que son en realidad metafísicos, que pasan de la vivencia y experiencia personal y por tanto individual, a una reflexión sobre el lugar del individuo en el mundo y de su extrañamiento de éste.
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Existe una gran cantidad de estudios sobre los aspectos simbólicos de los objetos, tanto los de la vida cotidiana como los utilizados en los  ritos; en ellos siempre se dice que la columna, cuando se usa aisladamente como en el caso de los monumentos del centenario, es un símbolo que pertenece al grupo cósmico del “eje del mundo”, junto al árbol, la escalera y el mástil. Su función es conectar el cielo, en tanto morada de las divinidades celestes, con la tierra, morada de los hombres.[[#fn0025|<sup>5</sup>]]  En otras tradiciones, como en la masónica, la columna es un símbolo que posee diversos significados: entre otros, es el soporte de la construcción y la unión de sus diferentes niveles; representa, pues, el eje de la construcción y su solidez. Es muy común que aparezcan estas columnas en pares, y entonces simbolizan dos fuerzas opuestas en equilibrio; representan la eterna estabilidad, mientras que la separación entre ellas es el lugar de ingreso a un espacio consagrado. Las dos columnas aluden, en la tradición hebrea, a las construidas por Hiram para el templo de Salomón (Reyes 8, 13) a las que llamó Jakim y Boaz. La masonería retoma esta tradición por lo que a la entrada de cada logia siempre se construyen dos columnas que llevan esos mismos nombres. En su interior se edifican otras tres columnas igualmente importantes que representan las tres cualidades capitales: sabiduría, fuerza y belleza, cada una de ellas construida en un estilo arquitectónico dado y se asocian a cada una de las tres máximas autoridades de la logia. La columna jónica representa la sabiduría, está asociada al “Venerable” y sobre ella se asienta la estatua de Minerva; la columna dórica representa la fuerza de espíritu, está asociada al “Primer Vigilante” y lleva una estatua de Hércules; y la columna corintia, que representa la belleza de los actos, asociada al “Segundo Vigilante”, sobre la cual se asienta Venus.    
  
Rius escribió sólo cuatro poemarios: ''Canciones de vela'' (Segrel, 1951), ''Canciones de ausencia'' (Universidad de Guanajuato, 1954), ''Canciones de amor y sombra'' (ERA, 1965), ''Canciones a Pilar Rioja'' (Finisterre, 1969) y una antología compilada con textos anteriores revisados por él y algunos nuevos, concluida en octubre de 1983, pocos meses antes de su muerte, intitulada ''Cuestión de amor y otros poemas'' (Promexa, 1984), [[#fn0010|<sup>2</sup>]] y los ensayos ''El mundo amoroso de Cervantes y sus personajes'' (1954), ''Los grandes textos de la literatura española hasta 1700'' (1966) y ''León Felipe, poeta de barro. Biografía'' (1968).
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Podría parecer arbitrario asociar el tópico “columna” con la tradición masónica en el marco de los monumentos del centenario. Sin embargo, el grado de arbitrariedad se reduce si se piensa que, dentro de los regímenes discursivos en el siglo xix , el de la masonería era muy importante pues se veía como una institución muy seria que daba capacitación e instrucción a las personas más brillantes de la sociedad, debido entre otras cosas, a la falta de espacios y oportunidades educativas de esa época. Porfirio Díaz, quien ocupó la presidencia del país de 1876  a 1911, con un breve intermedio de 1880 a 1884, tuvo una instrucción masónica muy fuerte y llegó a ocupar el grado 33, el nivel más alto; la logia que actualmente se considera como una de las más antiguas de Oaxaca, la denominada “Cristo No. 1”, fue fundada por Díaz, y el nombre que éste adoptó dentro del rito es el de “pelícano”, fuertemente asociado con Cristo.[[#fn0030|<sup>6</sup>]] En relación con Argentina, hay más información: se sabe que el libertador José de San Martín fue masón; también Manuel Belgrano y Vicente López y Planes, el autor del himno nacional de ese país. Entre los miembros de la Convención Nacional Constituyente de 1860, se sabe que eran masones, entre otros: Mariano Fragueiro (su presidente), Domingo F. Sarmiento, José Benjamín Gorostiaga, Nicasio Oroño, José María Gutierrez, Irineo Portela, Salvador María del Carril, José Francisco Seguí, José Mármol, Benjamín Victorica, Wenceslao Paunero, Nicanor Albarellos y el de los actores directos: Bartolomé Mitre, Santiago Derqui y el general Urquiza. Fueron masones también Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández, todos reconocidos cultores de la poesía gauchesca. Y, entre los presidentes de la república, se cuenta a Rivadavia, López y Planes, Urquiza, Santiago Derqui, Bartolomé Mitre, Sarmiento, Juárez Celman, Pellegrini, Manuel Quintana, Figueroa Alcorta, R. Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen, Agustín P. Justo.[[#fn0035|<sup>7</sup>]]
  
Su primer poemario, ''Canciones de vela'', tiene un título de origen medieval pues se refiere a unas supuestas canciones que entonaban los guardias en su vigilancia nocturna. En el prólogo a sus versos dice Rius: “lector, con timidez que no quiere ser desconfianza, pongo en tus manos estas canciones de vela. La confusión de mis sentimientos al hacerlo es grande. No podría explicarte por qué raro fenómeno, mi temor se trueca en esperanza o mi firmeza en incertidumbre: curioso retablo de contradicciones que me desanima y alienta a la vez” (1951: 7). En estos poemas ya está presente con madura claridad su sentimiento resignado que se enfrenta a lo que no se puede superar, da lo mismo que sea el mar o la muerte misma. Siempre dicho desde esa gran conciencia del yo, del ser y el hacer. El hombre que simplemente vive:
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Pero el carácter discursivo del monumento lo podemos identificar de modo más preciso que desde el punto de vista de la masonería, si lo consideramos como uno de los elementos que conforman el patrimonio cultural de un país. Los monumentos del centenario son parte del patrimonio cultural edificado, el cual es uno de los mayores soportes de la memoria colectiva o social; de hecho, monumentos y edificios, así como ciertas áreas urbanas a las cuales se les asigna un valor patrimonial, son puntos de apoyo para la construcción de la memoria social, son como estímulos externos que ayudan a reactivar ciertos rasgos de esta memoria. Un primer acercamiento a la noción de memoria tiende a relacionarlo con la neurología o con la psicología; aquí nos interesa, sin embargo, en su relación con la historia y las ciencias sociales en general. Memoria e historia son nociones muy cercanas ya que tienen una materia prima común: evocan lo mismo, el pasado, pero no se confunden; incluso a veces se consideran como opuestas. De manera intuitiva, vemos la memoria como algo ligado a grupos, entre los que está en primer lugar la familia, que representan posibilidades de aprendizaje y de socialización y que aseguran la continuidad y la identidad de las tradiciones. De allí que sea no solamente individual sino también colectiva pues sus portadores o soportes subjetivos son tanto el individuo como la colectividad social; y puede asumir varias funciones, como la de identificación cultural, de diferenciación e integración, y de control político e ideológico.[[#fn0040|<sup>8</sup>]] En general, se puede considerar como un conjunto de representaciones explícitas y conscientes del pasado que determinan la  definición que nos damos acerca de nosotros mismos y del lugar que ocupamos dentro de un cierto sistema de relaciones; esas representaciones son posibles gracias al orden simbólico y al lenguaje, pero también por la unidad del sujeto consigo mismo.     
* Soy yo otra vez y es el mar
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* quien me guarda nuevamente.
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* Muere la tarde. Reposa
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* el viento. El silencio duele.
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* Soy yo otra vez que he venido
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* como ayer, mañana y siempre,
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* con mi destierro a la espalda
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* a soñar.
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* Soy yo otra vez que he venido
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* paso a paso, como siempre,
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* por ver si no encuentro el mar
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* y es el mar quien me detiene.
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* Otra vez yo. Vedme aquí
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* esperando eternamente,
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* con mis cabellos de sal
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* azotándome la frente.
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* Soy yo otra vez y es el mar
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* quien me guarda nuevamente. ([[#bib0005|Rius, 1984]]: 30)
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El hombre de la tierra adentro llega al mar, se aleja de su destierro para llegar a una frontera que no puede traspasar y que lo detiene. Es un eterno retorno al punto de espera donde siempre se encuentran el hombre y el mar: mar en eterno movimiento y hombre en eterna espera. La otra gran cuestión de su obra poética es la del amor. A veces un amor desdichado, tal vez coincidente con su vida misma es el que surge de su segundo poemario, publicado en su estancia guanajuatense con el significativo título de ''Canciones de ausencia''. Tras un silencio de casi diez años, y ya de nuevo en la ciudad de México, publica en 1965 ''Canciones de amor y sombra'', en las cuales desde luego que el amor es una línea conductora, pero también es paralela al desamor y a la muerte, a los amigos idos y a los poetas muertos. Hay glosas y reminiscencias del cancionero tradicional hispánico y poemas de amor sencillos, en hexasílabos tradicionales de los que surge una frágil conciencia de lo etéreo del amor, pero también de la vida que se queda vacía:
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Desde la década de 1930, Halbwachs hablaba ya de memoria colectiva; consideraba la memoria individual como un fenómeno colectivo, sometido a fluctuaciones y cambios constantes. Estrictamente, dice, la memoria individual no existe pues está relacionada siempre con la del grupo: se recuerda algo por la acción de los otros y la situación; por eso recordar no es revivir sino reconstruir, repensar con imágenes e ideas de hoy la experiencia del pasado. Que la memoria es siempre social lo indica el hecho que el recuerdo sólo emerge en relación con personas, grupos, lugares o palabras; cuando estudia los procesos de memorización colectiva, Halbwachs se refiere a los marcos sociales de la memoria, que son combinaciones de imágenes, ideas o conceptos y representaciones (''Los marcos sociales de la memoria'' ).    
* sin ave ni estrella,
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* sin flor y sin cielo,
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* el corazón mío
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* se quedó desierto.
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* ([[#bib0030|Rius, 1965]]: 17)
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* Se quedó la estrella
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* fija en aquel cielo.
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* En aquella rama,
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* la flor. En el viento
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* aquel quedó el pájaro
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* siempre prisionero.
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* Tu adiós infinito,
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* en mi pensamiento;
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* tu llanto, en mis labios;
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* tu voz, en mi sueño.
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* Y el corazón mío,
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* como un olvidado
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* y sombrío huerto,
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La flor, el pájaro, la estrella, el huerto: tópicos cuya resonancia viene de la poesía tradicional. La tristeza que se asume casi estoicamente. Sin embargo, quedan el silencio y el adiós infinito en el pensamiento.
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Aunque los dos registros del pasado, historia y memoria colectiva, se relacionan, el autor piensa que la expresión “memoria histórica” es una contradicción en los términos, puesto que la memoria colectiva es una corriente de pensamiento continuo, que no retiene del pasado sino lo que sigue vivo o es capaz de permanecer en la conciencia del grupo que la mantiene; en ella no hay líneas nítidas de separación, sino límites irregulares e inciertos. Por su parte, la historia responde a una necesidad didáctica de esquematización y está en un nivel distinto de los grupos. La historia se presenta como la memoria universal de los seres humanos, o como el registro del pasado de un grupo, mientras que la existencia de grupos diferentes dentro de las sociedades da lugar a diversas memorias colectivas. Frente al carácter universal de la historia, la memoria colectiva se asienta sobre un grupo limitado en el espacio y en el tiempo; por tanto, cada grupo produce su propio tiempo, diferenciado en parte del tiempo compartido con el resto de la sociedad; no hay un tiempo común a todos los grupos.
  
En la última de sus colecciones de poemas, ''Canciones a Pilar Rioja'' (1969), el tono es otro, aunque las preocupaciones pueden ser las mismas. Es un canto profundo, alegre, admirado y erótico por la “bailarina”, por Pilar, y lo expresa con el mejor lenguaje barroco, tal vez en concordancia con la danza de Pilar Rioja, flamenca, quien llevó la danza española barroca, aunando castañuelas y Boccherini, a una cumbre escénica. Así ve Rius a Pilar al danzar, y lo expresa con poéticas antítesis barrocas:
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Cada individuo es miembro de varios grupos y participa de varios pensamientos sociales; su mirada se sumerge sucesivamente en diversos tiempos colectivos. El individuo lleva siempre en su interior el tiempo social del que no puede desprenderse porque habita ese tiempo. Los  diversos grupos inmovilizan el tiempo a su manera, o imponen a sus miembros la ilusión de que durante un tiempo, en un mundo que cambia sin cesar, algunas zonas han adquirido una estabilidad y un equilibrio relativos. No sólo es evidente la relación entre la memoria de la persona y la del grupo, sino también entre ésta y la tradición, que es la memoria colectiva de cada sociedad. Por tanto, la memoria, como acto de reconstrucción, nunca es idéntica a alguna imagen del pasado pues en cada generación la memoria entrega a los individuos una realidad que es en parte común y en parte diferente.    
* Ser y no ser de aire. Ser de tierra
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* para, al cabo, no serlo. Ser de fuego
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* sin ser fuego, y de pronto, transparente
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* es agua ya, y no es agua tampoco.
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* Alza Pilar los brazos, las serpientes
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* que se yerguen al ascua de la música;
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* quieren volar y bellas se desploman,
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* mariposas las manos incendiadas. (1970: 19)
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En este sentido, el uso del lenguaje barroco es muy natural en Luis Rius, pues el poeta no se fracciona del estudioso de la literatura clásica española, y por tanto no hay que olvidar que “cuando Luis Rius se acerca a los poetas [...] españoles del pasado, no está repitiendo sino recreando, continuando, revitalizando una larga tradición, estableciendo un diálogo con otras voces lejanas que resuenan en la suya” (González: 21).
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Otros autores piensan que negar la memoria individual y reconocer sólo la colectiva como resultado de la interacción social es una postura muy radical y proponen la existencia simultánea de la individual y la social, y dicen que el recuerdo es primero individual, aunque realmente sólo se advierta cuando se destaca del telón de fondo de lo colectivo. Sin embargo, Halbwachs acentúa las funciones positivas de la memoria común, especialmente en su función de refuerzo de la cohesión social por una adhesión afectiva al grupo, y con ello asume que la nación es la forma más acabada de un grupo y la memoria nacional como la forma más completa de la memoria colectiva. La memoria es producto de un aprendizaje por medio de procesos generacionales de socialización, de lo que se llama tradición, es decir, el proceso de comunicación de una generación a la siguiente. Necesita, además, ser continuamente reactivada, de manera periódica para conjurar la amenaza permanente del olvido; éste es el papel de los monumentos celebratorios, de las conmemoraciones y de actividades semejantes, que son algo así como la memoria colectiva en acto.
  
Yo asistí a las clases de Luis Rius en la Facultad, pero ya lo conocía desde antes, en tertulias en casa de amigos como Paco Ignacio Taibo o Miguel Ángel Merodio, con Inocencio Burgos y otros escritores o artistas. También desde la ''Revista de Bellas Artes'', de la cual yo era secretario de redacción, donde habíamos estado en contacto a propósito de León Felipe y de Antonio Machado. Pero fue en el escenario donde se estrechó nuestra amistad. Él, apasionado por el flamenco y por la danza de Pilar, no podía haber permanecido al margen de su realización escénica, y así participó en la creación de dos libretos para espectáculos de Pilar Rioja: ''Teoría y juego del duende'' (1972), ''Mística y erótica del Barroco'' (1977).
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Otra estudiosa de la sociedad que se ha orientado al estudio de la memoria es Agnes Heller, aunque ella no habla de memoria colectiva sino de una memoria cultural; ésta, dice, “está conformada por objetivaciones que proveen significados de una manera concentrada, significados compartidos por un grupo de personas que los dan por asumidos”. Los significados compartidos pueden tener como soportes textos (escritos sagrados, crónicas históricas, literatura), pero también puede estar en monumentos, edificios o estatuas, “señales, símbolos y alegorías igual que depósitos de experiencia, memorabilia erigidos a manera de recordatorios”. La memoria cultural está incorporada en prácticas que se repiten  regularmente, tales como fiestas, ceremonias, ritos; finalmente, de la misma manera que la memoria individual, la cultural está asociada a lugares donde ha ocurrido algún suceso significativo y único o lugares donde un suceso significativo se repite regularmente (Heller, Agnes, “Memoria cultural, identidad y sociedad civil”, 139-143). De manera diferente a la memoria individual, la memoria colectiva o social se construye a lo largo de muchas generaciones de individuos, cada uno de ellos sumergido en relaciones determinadas por estructuras sociales. Es una memoria que representa procesos y estructuras sociales que se transforman; soportes de la memoria tales como los monumentos del centenario de la independencia contribuyen al transporte de la memoria social de una generación a otra.    
  
''Teoría y juego del duende'' es una selección de textos de Luis Rius en la cual volcó su pasión, sentido y entendimiento del flamenco y el Barroco, con partes de la famosa conferencia de Federico García Lorca del mismo nombre y versos del Romancero y de obras de teatro de Lorca y de Machado. Esta obra narra literaria y coreográficamente cómo se va pasando del Ángel a la Musa y así hasta llegar al Duende, obviamente intercalando los textos y las danzas. En el espectáculo intervenían dos actores, una orquesta de cámara para la primera parte, piano y cantante clásica la segunda, y guitarras flamencas y cantaores, dos actores y la bailarina en la tercera. La música era de Bach, Corelli, Paganini, ''El Vito'' de Nin, ''Café de Chinitas'', ''Sevillanas boleras'' y ''Anda jaleo'', de Federico García Lorca, y flamenco: tangos de El Piyayo, y la farruca y la seguiriya. Originalmente estuvo dirigido por Rafael López Miarnau, con escenografía de dibujos por Héctor Xavier, iluminación de Antonio López Mancera, la Orquesta de Cámara de la Ciudad de México, la soprano Guillermina Higareda, el cantaor Antonio de Córdoba, las guitarras de Lorenzo y Sergio Fernández y la poesía dicha por Aurora Molina y Luis Rius. Este programa se presentó varias veces en el Palacio de Bellas Artes y en el primer Festival Cervantino, en 1972. Hubo varias funciones de preparación del espectáculo antes de la presentación en el Cervantino; en una de ellas, en el Centro Asturiano, obviamente sin el gran aparato de orquesta, yo me encargué del aspecto técnico y escénico, con lo cual Luis y yo nos alejamos de nuestras actividades, él en la Facultad y yo en el Instituto Nacional de Bellas Artes, y nos volvimos simplemente teatreros, compañeros de las tablas mientras la bailarina llenaba el aire con su arte y Luis con su voz y los poemas de la tradición.
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Si la memoria es un fenómeno construido social e individualmente, también es elemento constituyente del sentimiento de identidad, sea éste también individual o colectivo, por el hecho de ser un factor primordial del sentido de continuidad y coherencia de un individuo o un grupo en la construcción de mismo. Según Le Goff, la memoria “es uno de los elementos más importantes de las sociedades desarrolladas y de las sociedades en vías de desarrollo, de las clases dominantes y de las clases dominadas, todas en su lucha por el poder o por la vida, por sobrevivir y por avanzar”; es también “un elemento esencial de lo que hoy se estila llamar la identidad, individual o colectiva, cuya búsqueda es una de las actividades fundamentales de los individuos y de las sociedades de hoy […]” (''El orden de la memoria'' , 181). La construcción de la memoria social es, por tanto, decisiva para la formación de las identidades colectivas, y esto es parte importante del proceso político. Los movimientos sociales, políticos y culturales, conscientemente o no, operan acciones que dan por resultado la construcción de las identidades colectivas. Por tanto, la cuestión que se plantea es qué papel cumplen los monumentos y, en general, las áreas urbanas con valor patrimonial en la lucha en torno a la construcción de las identidades colectivas.    
  
El otro libreto en el que tuvo parte Luis Rius fue ''Mística y erótica del Barroco'', que desde su concepción fue pensado para tres figuras en escena: una Primera Bailarina, una Primera Actriz y un Primer Actor. El espectáculo se creó para su presentación en la iglesia de san Francisco Javier en Tepotzotlán, donde inició su andadura por diversos foros del país y del extranjero.
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Así como la memoria es un conjunto de representaciones sobre el pasado, la identidad está también implícita en cualquier representación de nosotros mismos. Memoria e identidad son valores disputados en los conflictos sociales que oponen entre sí a los diversos grupos de una comunidad; de allí que ambas tengan un carácter histórico; la institución  de la memoria social no es un proceso externo a las prácticas sociales de los agentes sino el resultado de esa acción. Por ello la memoria no es algo fijo en la herencia legada por el pasado, sino que requiere ser continuamente recreada para que pueda dar sentido al orden presente. Memoria e identidad son representaciones, construcciones de la realidad. La memoria, los recuerdos, nos ayudan a comprender el mundo en que vivimos, pero el complejo de relaciones de poder, de género, de clase social, etc., determina lo que debe ser recordado (y lo que debe ser olvidado), por quién y con qué fines. De allí que la memoria colectiva sea al mismo tiempo instrumento y meta del poder y que por tanto haya una lucha por el dominio del recuerdo y de la tradición, por la manipulación de la memoria.[[#fn0045|<sup>9</sup>]]
  
De las doce danzas que interpretaba Pilar Rioja en este espectáculo, algunas son de corte popular (el ''Villano'' y las ''Sevillanas''), y la mayoría de inspiración cortesana con música de compositores españoles e italianos del Barroco como Vivaldi, Corelli, Marcello, Boccherini, Soler y Mateo Albéniz. Las escenas que integraban el espectáculo, siete en total, se iban intercalando con las danzas y tenían matices muy variados que iban de lo burlesco a lo grave, todo ello entremezclado con textos de santa Teresa, san Juan de la Cruz, el conde de Villamediana y otros autores tanto del Renacimiento como del Barroco. Los poemas habían sido escogidos por Luis Rius, el vestuario fue de Guillermo Barclay y la dirección de Rafael López Miarnau, con coreografías de Pilar Rioja. Así era Luis Rius, un hombre polifacético: estudioso de la literatura, maestro, editor, difusor de la cultura y hombre cercano al espectáculo.
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La identidad, también de manera intuitiva, está relacionada con la idea que tenemos acerca de quiénes somos y quiénes son los otros; es decir, con la representación que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás. Las comparaciones hechas entre personas hacen descubrir semejanzas y diferencias entre ellas; a partir de las semejanzas encontradas se puede decir que comparten una misma identidad, que hay algo que las distingue de otras personas. Eso que distingue a las personas y a los grupos de otras personas y otros grupos sólo puede ser la cultura: “los materiales con los cuales construimos nuestra identidad para distinguirnos de los demás son siempre materiales culturales” (Giménez, G, “Cultura, identidad y memoria…”, 11). La identidad, así como la memoria, puede ser individual si su soporte es el sujeto individual, o colectiva, si su soporte es una colectividad.
  
Ya en los años ochenta, una noche en Madrid, saliendo de cenar, me encontré con Luis Rius, y desde luego, nos sentamos a platicar; hablamos de España, de cómo veíamos a México en la distancia, de León Felipe y nuestro mutuo gusto por un libro como ''Versos y oraciones de caminante'', y claro, terminamos hablando del Romancero, de cómo esa poesía estaba tan cercana a nosotros, tan cercana que casi nos parecía algo natural, como cuando los niños hacen poesía sin darse cuenta; y me contó cómo había escuchado a una pequeña que se había mojado decir que la había alcanzado, sin saber cómo, una gota de nube. Así era Luis, siempre nostálgico y poético, pero esencialmente poeta, y en este sentido habría que recordar con Arturo Souto que
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Si la identidad tiene por referencia la memoria, entonces la identidad nacional tendrá como referencia la memoria nacional. Esa identidad nacional es una de las múltiples identidades colectivas de las que participamos y tiene relación con los símbolos patrios, con todo lo que refuerza el sentimiento de pertenencia a una nación; allí tienen un importante papel los monumentos, pero también todo eso que acogemos como parte del patrimonio, como áreas urbanas, edificios, puentes, etc. Su preservación  favorece la construcción de la identidad nacional, pero también de identidades regionales y locales, de identidades étnicas y religiosas, y también posibilita la formación de identidades de clases y grupos sociales si se preservan los soportes de la memoria que les corresponden. Por ello, un mismo objeto patrimonial pueda ser una referencia de diferentes identidades. Lo que se buscaría, con respecto a los monumentos, especialmente de los que son los más importantes en la constitución de una identidad nacional, es identificar su papel, en tanto que soportes materiales de la memoria, en el proceso de construcción de la memoria social; y de qué manera su preservación contribuye al proceso de desarrollo. Aquí desembocamos necesariamente con la noción de patrimonio cultural; de manera más precisa, con la de patrimonio edificado.    
* nunca escribió por sistema, por disciplina de trabajo. Cazador al vuelo: una vivencia, una palabra, una idea, un pretexto para que el poema naciera hecho, completo, armado de todas sus armas. Vendría después la primera lectura —el oído sobre todas las cosas— atenta, alerta, preocupada, el vocablo que suena o disuena, su precisión, su poder evocador, pero todo ello resulta ya secundario. Primero ha tenido que darse la intuición, la visión total del poema antes de ser dicho, de ser escrito (126).
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Luis Rius falleció en la ciudad de México el 10 de enero de 1984, dejando desolada la Facultad y a todos los que lo conocimos con un hueco muy difícil de llenar y que, a treinta años de distancia, hoy revivimos.
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A partir del siglo xix , la época de oro de los monumentos que es también el advenimiento de las sociedades modernas, industrializadas y seculares, el patrimonio surge, en el ámbito de los procesos de construcción de los estados-nación, como un artificio creado para fortalecer la pertenencia a un mismo espacio simbólico. En efecto, el patrimonio surge como una invención, como construcción de la modernidad. Al atribuir una trascendencia a determinados símbolos culturales que atestiguan el carácter singular de una determinada comunidad y que confiere una ilusión de permanencia y continuidad en relación al pasado, al mismo tiempo se construye un ideal colectivo para el futuro. En este sentido, el vínculo social básico necesario para la construcción de un sentimiento de pertenencia colectiva, viene a asentarse en el principio de la semejanza cultural que tiene por base una cultura y una historia comunes, que unen e identifican una población (cfr. Ernest Gellner, ''Nations and Nationalism'' ).    
  
Pero él nos advirtió de esta ausencia cuando nos dijo:
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Los modelos de gobierno de los nacientes estados vinieron, de este modo, a dar un nuevo significado a los testimonios del pasado como consecuencia de la necesidad de demostrar lo específico de un pueblo, recurriendo para ello a la búsqueda incesante de sus raíces históricas y culturales en el territorio que sirve de soporte a la nación que, al considerar como patrimonio a los hechos culturales[[#fn0050|<sup>10</sup>]]  que mejor demuestren  esta continuidad, esta sensación de permanencia y este sentimiento de pertenencia, en una estrategia de representación nacional idealizada frente a las amenazas de ruptura y desorden provocadas por la heterogeneidad de los nuevos estados. En estos contextos, se producen discursos sobre el pasado que destaquen no sólo la singularidad y grandeza de los hechos culturales convertidos en patrimonio, como es el caso de los monumentos conmemorativos del centenario, sino también sus orígenes remotos y su continuidad a lo largo del tiempo para que promuevan un sentimiento nostálgico en relación al pasado, al mismo tiempo que se presentan como recurso para la construcción del futuro. El patrimonio es, por tanto, una construcción social, un proceso simbólico de legitimación social y cultural, basado en la selección y activación de ciertas edificaciones (no de todas), que permite representar una determinada identidad. Esta representación se procesa a través del rescate de edificios, monumentos, etc., destacados de un conjunto más amplio, que cumplen una finalidad de identificación colectiva por el hecho de ser vehículo de los valores culturales propios de cada sociedad, esto es, objetos seleccionados y construidos por ella en cada momento.     
* Cuando yo muera, todo
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* será silencio, viento, ausencia.
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* No quedará ni una canción tan sólo
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* que al amor le recuerde cómo era. (1965: 23)
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Y así ha sido.
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Hablar de patrimonio presupone hablar de identidad en la medida en que ésta puede definirse como una síntesis simbólica de valores que contribuyen al sentimiento de pertenencia e identificación de una colectividad social. Esa capacidad de representación simbólica de las identidades a través de los monumentos ha sido un elemento central en la definición actual del concepto de patrimonio. Si la ciudad moderna del siglo xix  y sus símbolos, especialmente los enraizados en la tradición, dio nacimiento al concepto de monumento histórico, el concepto de patrimonio urbano que hemos adoptado es, de acuerdo con Choay, una consecuencia de los conceptos de monumento y de monumento histórico desarrollados principalmente durante ese siglo.    
  
==Bibliografía==
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Una de las acepciones más utilizadas del concepto de patrimonio es aquella que la relaciona con una herencia, con un legado que hemos recibido de nuestros antepasados y que tenemos el deber de transmitir a las generaciones futuras. Así considerada, la herencia cultural contribuye  a dar cierta estabilidad, permanencia y continuidad de los monumentos y otros hechos culturales que, al mismo tiempo que permiten establecer un puente simbólico entre el pasado, el presente y el futuro, promueven un sentimiento de filiación y pertenencia por parte de los miembros del colectivo social. Sin embargo, esa manera de pensar el patrimonio no permite captar toda la complejidad asociada a ese concepto, puesto que el patrimonio es resultado, en primer lugar, de un proceso de reconocimiento y selección de ciertos hechos urbanos y arquitectónicos que se proyectan y encuentran su justificación en una valoración que remite a su carácter simbólico, esto es, a su necesidad de preservación en virtud del significado que encierra para la colectividad, pero también en su rentabilidad social, o sea, su utilidad y funcionalidad en el plano social y económico. Por tanto, más allá de su relación con el pasado histórico, el patrimonio funciona tanto como herramienta de formación identitaria como instrumento de afirmación y legitimación de grupos sociales. Las áreas urbanas patrimoniales son soportes de la memoria social y, como tales, son importantes para el desarrollo de la sociedad, para la formación del sentido de la historia en la vida cotidiana y para la construcción de las identidades colectivas. Pero esas áreas no se presentan sólo como soportes de la memoria sino también como bienes de valor artístico y cultural. Al aumentar en importancia las actividades económicas relacionadas con la cultura, aumenta la importancia de esa naturaleza artística del patrimonio construido, lo que puede ocasionar intervenciones urbanísticas que menosprecian el carácter de memoria.     
  
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Por tanto, las áreas urbanas con valor patrimonial son portadoras de un carácter doble: bienes de carácter artístico-cultural y soportes de la memoria social, con valor histórico. ¿Cómo situarse frente a este carácter doble? Desde un punto de vista económico, la expansión de los servicios, de la actividad económica ligada a la cultura y al turismo es una preocupación. Para esas actividades el valor artístico-cultural es más importante, pero para atender plenamente esos objetivos, se requieren intervenciones, actualización de imagen y otras transformaciones de ''marketing'' . El tratamiento del patrimonio como soporte de la memoria impone cambios definidos de la forma arquitectónica y urbanística e impide la instalación de equipamientos urbanos relacionados con el turismo en esas áreas. O sea, el mercado inmobiliario está limitado en sus movimientos. También el punto de vista ambiental cada vez es más pertinente en las políticas urbanas. De hecho, la presencia de bienes de valor patrimonial es un factor en la calidad cultural del entorno urbano. Así, el tratamiento del patrimonio como soporte de la memoria es positivo desde el punto de vista ambiental; sin embargo, en la práctica, a veces la política ambiental pasa a segundo término cuando se quiere aumentar la expresividad artístico-cultural, al grado de comprometer su calidad de soporte de la memoria.     
[[#bib0005|Rius, 1984]] Rius Luis; Cuestión de amor y otros poemas; PROMEXA, México (1984)</li>
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===Bibliografía recomendada===
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Si la sociedad actual trae las marcas de las estructuras sociales que le antecedieron y si estas marcas son potencialmente lo soportes de la memoria, entonces es también por la selección, el análisis y la interpretación de éstos como se construyen la memoria social y el olvido. La memoria colectiva es socialmente construida por la conservación de ciertos soportes convertidos en patrimonio cultural. Esa selección se hace en el ámbito del poder público por medio de un conjunto de acciones, mediadas por la dinámica que involucra la esfera pública, en un contexto político y cultural. En este sentido, el proceso de preservación del patrimonio está condicionado por la acción política. La construcción de la memoria (y, por tanto, del olvido) es objeto de una permanente disputa por parte de los poderes políticos, lo cual ocurre por medio de la decisión qué es lo que debe preservarse.[[#fn0055|<sup>11</sup>]]
  
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Con el rescate del pasado por medio de la noción de patrimonio no sólo se busca la recuperación, sino que también se exaltan las actividades y expresiones que puedan convertirse en instrumento para fortalecer la identidad de una comunidad. Pero estas iniciativas asumen, más allá de una vertiente identitaria, un carácter instrumental, pues contribuyen a la legitimación de los poderes instituidos, una vez que la oferta de bienes y actividades culturales responde a los anhelos de una población carente de vínculos de identificación con el territorio, con el pasado y con los demás miembros de la colectividad; se promueve, de este modo, el  consenso social. En conclusión, aunque pueda ser caracterizado como un proceso de representación cultural basado en el pasado y en las especificidades culturales locales, el patrimonio es una interpretación o recreación de la historia que transmite mitos de origen y de continuidad, que más allá de dotar un grupo de un sentimiento de pertenencia común, contribuye a la legitimación de las instituciones sociales responsables por su activación. Es éste el rasgo discursivo fundamental de los monumentos del centenario.     
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==Referencias==
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[[#bfn0005|1]]. La tercera parte de la antología la llamó “Invención varia” e incluía los poemas de “temas y tonos que me son menos frecuentes y algunos tan sólo ocasionales”, “Nota preliminar”, firmada en México, D.F., octubre de 1983 ([[#bib0005|Rius, 1984]]: 23).<span id='fn0010'></span>
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[[#bfn0005|1]]. El “grito de Dolores” se considera como el momento de inicio de la guerra de independencia mexicana y es el llamado que el cura Miguel Hidalgo, junto con Ignacio Allende y Juan Aldama, hace a sus parroquianos para levantarse contra la autoridad virreinal de la Nueva España el 16 de septiembre de 1810. Este llamado se hace al tañer la campana de Dolores, ubicada en la iglesia parroquial de Dolores (hoy Dolores Hidalgo), estado de Guanajuato. A partir de ese momento se inicia una guerra que culmina el 27 de septiembre de 1821, con la firma del Tratado de Córdoba, con el que se consuma la independencia de México.<span id='fn0010'></span>
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[[#bfn0010|2]]. Se conoce como Revolución de Mayo la serie de hechos revolucionarios que se sucedieron en el mes de mayo de 1810 en la ciudad de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, dependencia colonial de España. Esos acontecimientos se centraron en la Semana de Mayo, entre el día 18, cuando se confirmó de manera oficial la caída de la Junta de Sevilla, y el 25, cuando el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue derrocado y remplazado por la Primera Junta. La Revolución de Mayo inició el proceso del cual surgió la nación argentina, aunque sin una proclamación formal de la independencia, pues la Primera Junta no reconocía la autoridad del Consejo de Regencia de España e Indias, que todavía gobernaba nominalmente en nombre del rey Fernando vii , aunque su lugar era ahora ocupado por el francés José Bonaparte.                                    <span id='fn0015'></span>
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[[#bfn0015|3]]. No entraré aquí en la antigua discusión acerca de los rasgos del texto que bastan para calificarlo como literario. Baste decir que no se puede determinar su carácter literario sobre la base de características inherentes al texto; por tanto, que una obra pertenezca al conjunto de las consideradas como literarias sólo depende de ciertas normas aceptadas en una sociedad particular. Es decir, que lo que unifica un conjunto de textos es una entidad más amplia llamada “literatura” es su uso, su función en la vida social.<span id='fn0020'></span>
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[[#bfn0020|4]]. De hecho, los textos literarios y los artísticos en general constituyen los lugares en los que la dominación y la resistencia es más encarnizada.<span id='fn0025'></span>
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[[#bfn0025|5]]. ''Cfr'' ., entre otros, los de Mircea Eliade, por ejemplo el ''Tratado de historia de las religiones'' , Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974.                                    <span id='fn0030'></span>
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[[#bfn0030|6]]. No tenemos ninguna referencia de que Antonio Rivas Mercado, el arquitecto que construyó la columna de la independencia, haya pertenecido a alguna agrupación masónica, aunque es del dominio público que los constructores han estado desde la Edad Media asociados con la masonería; lo que sí se sabe es que una gran cantidad de presidentes de la república, desde el primero de ellos en 1824, fueron masones. Estos presidentes fueron: Guadalupe Victoria, primer presidente (1824-1829); Vicente Guerrero (1830); Guadalupe Gómez Pedraza (1832); Valentín Gómez Farías (vicepresidente 1833); Javier Echeverría (1841); Nicolás Bravo (1842-1843); Benito Juárez (1858-1867 y 1871-1872); Sebastián Lerdo de Tejada (1873-1876); Porfirio Díaz (1876-1880 y 1884-1911); Francisco I. Madero (1911-1912); Álvaro Obregón (1920-1924); Plutarco Elías Calles (1924-1928); Emilio Portes Gil (1928-1930); Pascual Ortiz Rubio (1930-1932); Abelardo L. Rodríguez (1932-1934); Lázaro Cárdenas (1934-1940); Miguel Alemán Valdez (1946-1952); Adolfo López Mateos (1958-1964).<span id='fn0035'></span>
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[[#bfn0035|7]]. Alcibíades Lappas, ''La masonería argentina a través de sus hombres'' , ed. de autor, 1966; un resumen de este libro está en http://www.academiamasonica.org.ar/0102.htm.  La lista de los presidentes con sus periodos es la siguiente: Bernardino Rivadavia, primer presidente, entre 1826 y 1827; Vicente López y Planes, presidente provisional tras la renuncia de Rivadavia; Justo José de Urquiza, de 1854 a 1860; Santiago Derqui, entre 1860 y 1861; Bartolomé Mitre, entre 1862 y 1868; Domingo Faustino Sarmiento (gran maestre), entre 1868 y 1874; Miguel Juárez Celman, de 1886 a 1890; Carlos Pellegrini, de 1890 a 1892; Manuel Quintana, entre 1904 y 1906; José Figueroa Alcorta, entre 1906 y 1910; Roque Sáenz Peña, entre 1910 y 1914; Victorino de la Plaza, de 1914 a 1916; Hipólito Yrigoyen, entre 1916 y 1922 y entre 1928 y 1930; Agustín Pedro Justo, entre 1932 y 1938.                                   <span id='fn0040'></span>
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[[#bfn0040|8]]. Pero, desde el punto de vista ontológico —dice Gilberto Giménez— memoria individual y memoria colectiva son diferentes: la primera es una facultad, mientras que la colectiva “no puede designar una facultad, sino una representación: es el conjunto de las representaciones producidas por los miembros de un grupo a propósito de una memoria supuestamente compartida por todos los miembros de este grupo”. (“Cultura, identidad y memoria. Materiales para una sociología de los procesos culturales en las franjas fronterizas”.<span id='fn0045'></span>
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[[#bfn0045|9]]. “Lo que sobrevive no es el complejo de lo que ha existido en el pasado, sino una elección realizada ya por las fuerzas que operan en el desenvolverse temporal del mundo y de la humanidad, ya por aquellos que se han ocupado del estudio del pasado y de los tiempos pasados, los historiadores”. Jacques Le Goff, ''El orden de la memoria'' , 227.                                    <span id='fn0050'></span>
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[[#bfn0050|10]]. Por su naturaleza, el patrimonio urbano y arquitectónico, más que cualquier otro, hace posible un proceso de construcción de la memoria social puesto que, como dice Walter Benjamin, la arquitectura es un tipo de obra que se recibe colectivamente, entonces el patrimonio edificado sólo existe en la esfera pública, en contacto con la colectividad, tiene un carácter que favorece el reconocimiento por parte de grandes grupos lo que favorece las tendencias a la socialización.<span id='fn0055'></span>
  
[[#bfn0010|2]]. Vuelto a editar en 1994: Luis Rius, ''Cuestión de amor y otros poemas'', pres. Pedro Cerrillo, pról. Ángel González, est. José Paulino, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1994.
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[[#bfn0055|11]]. Dice Le Goff, “la memoria colectiva ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas. Los olvidos, los silencios de la historia, son reveladores de estos mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”. (134)

Latest revision as of 10:56, 3 April 2017


Este trabajo analiza la función simbólica de los monumentos que conmemoran las gestas de la Independencia en México y Argentina, a partir del estudio del concepto moderno de monumento histórico que se desarrolló sobre todo en el siglo xix , con el auge y crecimiento de las ciudades y las rápidas transformaciones en el tejido urbano tradicional, pero especialmente con la formación de los estados nacionales y su necesidad de símbolos. Sobre todo se trata de explorar la relación entre memoria y monumento, sus implicaciones políticas y la construcción de un discurso tanto de los monumentos intencionales, hechos ex profeso, como de los monumentos no intencionales, significados por una colectividad.

This paper analyzes the symbolic function of monuments commemorating the Independence in Mexico and Argentina, from the study of the modern concept of historical monument that was developed especially in the nineteenth century, with the rise and growth of cities and rapid changes in the traditional urban life, but especially with the formation of nation states and their need for symbols. Mostly it is about exploring the relationship between memory and monuments, its political implications and the construction of a discourse of intentional monuments, made expressly, as well unitentional monuments of meanings by a collectivity.

Palabras clave

monumento ; símbolo ; México ; Argentina ; discurso

Keywords

monument ; symbol ; Mexico ; Argentina ; speech

El término “monumento” que no es muy antiguo en su concepción actual pues se dice que se usó por primera vez en la expresión monument historique en ocasión de la demolición de la Bastilla, está relacionado con la noción de memoria; proviene del latín monumentum y éste de monere , que remite a recordar, advertir, hacer saber, instruir. Tanto el término latino como los griegos mnema-mnemeion están vinculados a la raíz indoeuropea men , que expresa una de las funciones fundamentales de la mente (mens), la memoria (memini ); por su parte, el sufijo -mentum puede indicar tanto una acción o un proceso como el resultado de la acción o el proceso.

Desde la antigüedad romana hay monumentos, aunque su sentido no era el mismo; según Le Goff, se pensaba el monumento como un signo del pasado y el término tenía dos sentidos: como obra de arquitectura o de escultura con fines conmemorativos, como arco de triunfo, columna, trofeo, pórtico, etc., y como monumento funerario. Este historiador, en su búsqueda histórica del término “memoria”, dice que aparece muy temprano en las lenguas romances, en el vocabulario francés está ya desde el siglo xi ; en el siglo xv, en la época de apogeo de las artes memoriae , aparece la palabra mémorable , y en el xvi , los escritos de personajes importantes se denominan mémoires; es la época cuando nace la historia y se afirma la noción de individuo. El pensamiento de la revolución francesa desarrolló la noción de monumento, pero la necesidad de conmemorar está en realidad más desarrollada entre conservadores y nacionalistas, para los cuales la memoria es un fin y un instrumento de gobierno. A partir de 1789 aparecen instrumentos nuevos de conmemoración, como monedas, medallas y estampillas, sobre todo en la segunda mitad del siglo xix , además de las estatuas, inscripciones y lápidas conmemorativas (Le Goff, Jacques, El orden de la memoria , 227 y 153).

El concepto moderno de monumento histórico se desarrolló sobre todo en el siglo xix , con el auge y crecimiento de las ciudades y las rápidas transformaciones en el tejido urbano tradicional, pero especialmente con la formación de los estados nacionales y su necesidad de símbolos. El monumento histórico tiene la función de ser un recordatorio de acontecimientos o de personas, lo cual, a final de cuentas, remite a recordar el carácter efímero de la vida humana; es decir, su propósito fundamental no es proporcionar informaciones sino tratar con emociones.

La relación entre memoria y monumento ha sido acentuada desde los primeros escritos teóricos; por ejemplo, Aloïs Riegl dice en su tratado que, “en su más antiguo y original sentido, un monumento es una creación humana erigida para el propósito específico de conservar vivos las hechos y acontecimientos humanos en la mente de las generaciones futuras” (Le culte moderne des monuments… ). Una primera distinción de Riegl es aquella entre los monumentos intencionales y los no intencionales; los primeros se construyen con el propósito de recordar un hecho o una persona, han existido desde que existe la cultura y pueden ser edificios o ciudades, los cuales son monumentos por su valor irreemplazable. Con esta distinción, extiende la denominación de monumento a cualquier artefacto que revele el paso del tiempo sin considerar su propósito o su sentido original; lo que lo define es la edad. En el caso del intencional, erigido para rememorar hechos o personas, su propósito es vencer la distancia temporal, rechazar el paso del tiempo; es un eslabón que une el pasado con el presente, que establece una conexión con lo que se quiere recordar. Su función es mantener vivo el recuerdo, detener el olvido. Por ello, la edad es un obstáculo y cualquier señal de deterioro disminuye su función, que es mantener vivo el interés por lo que en él se manifiesta. Sin embargo, el monumento no intencional, al no ser construido con el propósito de recordar, rechaza la transparencia y prefiere asumir la distancia en el tiempo. El valor del monumento intencional, continúa Riegl, está condicionado puesto que se conserva en tanto que la persona o el acontecimiento que con él se recuerda todavía importa para la sociedad; pero el valor del no intencional depende del observador ya que llamar monumento a un edificio es una designación subjetiva.

Desde los primeros años del siglo xx , época del libro de Riegl, la discusión acerca de la noción de monumento ha pasado a otras áreas; hoy se denomina de esa manera a una estructura ya sea que haya sido creado explícitamente para recordar una persona o un acontecimiento, ya sea que se haya convertido en algo importante para un grupo social como parte de sus recuerdos de hechos pasados. Ciertas estructuras funcionales —edificios públicos, casas, fábricas, estaciones de tren, etc.— que se destacan por su antigüedad, su tamaño o por su significado histórico, también pueden considerarse como monumentos. A menudo, los monumentos transportan cierta información histórica o política, pueden usarse para reforzar el poder político (como es el caso en muchos de los monumentos patrios), o para educar a la población acerca de hechos o personajes.

Los países latinoamericanos, a finales del siglo xix y principios del xx , encontraron una ocasión única de construir edificaciones, de erigir monumentos destinados a conmemorar los inicios de sus movimientos de independencia, los cuales surgieron en casi todas las capitales y ciudades importantes. Al ser el inicio de las luchas de independencia uno de los mayores acontecimientos en la historia de estos países, ese hecho no podía pasar inadvertido al cumplirse en 1910 el primer centenario. La llamada Columna de la Independencia en la capital mexicana y el proyecto del Monumento a Mayo en la capital argentina son dos de las edificaciones proyectadas para la conmemoración de este hecho. En México hubo un primer proyecto de monumento a la independencia1 en 1843, cuando el presidente López de Santa Ana, después de convocar a un concurso, asignó el proyecto al arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Este monumento debía estar en la Plaza de la Constitución y constaba de una gran columna flanqueada por fuentes, pero de ella sólo se terminó el basamento o zócalo, el cual bautizó a la plaza como Zócalo. Años más tarde, Maximiliano encarga al ingeniero Ramón Rodríguez otro proyecto de monumento, que tampoco se realiza. Durante los primeros años del gobierno de Porfirio Díaz, un concurso internacional para edificar un monumento para el centenario de la independencia, convocado en 1877, fue ganado por los arquitectos norteamericanos Cluss y Schultz, el cual tampoco se realizó pero sirvió de base para el diseño definitivo del arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien lo tomó como modelo, además de algunas famosas columnas, desde las de Roma hasta las que erigidas en el siglo xix en las principales ciudades europeas. Todas esas columnas fueron levantadas para conmemorar el triunfo de un ideal en sus respectivos países. La primera piedra del monumento a la independencia o columna de la independencia se colocó en 1902 y ocho años más tarde, el 16 de septiembre de 1910, se celebró la ceremonia de inauguración encabezada por el presidente Díaz. Los trabajos de cimentación se deben a los ingenieros Gonzalo Garita y Manuel Gorozpe. La columna, que mide 36 metros de alto, es hueca, de acero y recubierta con cantera labrada; en su interior hay una escalinata que asciende hasta la base del pedestal que soporta una estatua, conocida como el Ángel, aunque es realmente una victoria alada. En la parte inferior, la columna está rodeada de guirnaldas sujetas por cabezas de león y desde ellas ascienden ramas de laurel abrazadas por anillos labrados con los nombres de los héroes del movimiento insurgente; el capitel de la columna está formado con hojas de acanto, volutas y cuatro águilas. La victoria alada que remata el monumento mide 6.7 metros de altura y pesa siete toneladas, lleva una corona de laurel en una mano y un trozo de cadena, que simboliza la dominación española, en la otra. La escultura fue realizada por el escultor Enrique Alciati y está hecha de bronce y recubierta de oro.

El proyecto de monumento conmemorativo de la independencia argentina tiene un antecedente. En marzo de 1811, la Junta que sustituyó al derrocado virrey español, conocida como la Primera Junta, decide celebrar el 25 de mayo de ese año el primer aniversario de la Revolución de Mayo2 por lo cual el Cabildo de la ciudad decide erigir un monumento y llamarlo Columna 25 de Mayo, con forma de obelisco, aunque desde los primeros años se le ha dado el nombre de pirámide. Éste fue el primer monumento patrio de Argentina. Dos meses después, el 25 de mayo de 1811, se inauguró la obra y de su construcción se encargó el alarife y maestro de obras Francisco Cañete. A mediados del siglo, hacia 1856, la pirámide estaba muy abandonada por lo que se encargó su transformación al pintor y arquitecto Prilidiano Pueyrredón, quien colocó en su parte superior una estatua de la libertad de 3.6 m de altura, coronada con un gorro frigio, estatua que fue realizada por el escultor francés Dubourdieu. El obelisco tiene una altura total de 19 metros. En 1907 se convocó a un concurso para el proyecto de un monumento, que se llamaría Monumento a Mayo, y sus resultados fueron expuestos en mayo de 1908; se presentaron setenta y cuatro proyectos, de los cuales sólo ocho eran locales, y los ganadores fueron los italianos L. Brizzolara, escultor, y G. Moretti, arquitecto. Múltiples dificultades de todo tipo, junto con las fuertes críticas al proceso total, entre ellas de Ricardo Rojas y de Leopoldo Lugones, impidieron que el proyecto se realizara. Entre otras cosas, las críticas iban en el sentido de la necesidad de demoler la pirámide; el resultado es que ésta se conservó y sólo fue trasladada al centro del nuevo trazado de la plaza en 1914 y que el monumento proyectado nunca se construyó.

La forma elegida para ambos monumentos es la de columna, de sección circular en el caso de México y de sección cuadrada para el de Buenos Aires. En términos generales, una columna es una pieza arquitectónica que sirve normalmente para sostener el peso de una estructura, aunque también puede tener fines decorativos. Cuando la sección es circular, es propiamente una columna, pero cuando es cuadrangular se denomina pilar (o pilastra, si está adosada a un muro). La columna clásica está formada por tres elementos: basa, fuste y capitel. Un caso particular es el de la llamada columna conmemorativa, que no es pieza estructural de alguna construcción, sino que constituye en sí misma una edificación que sirve para recordar algún acontecimiento o algún personaje histórico. En este caso, sobre un podio generalmente elevado, se levanta un fuste de grandes dimensiones, que puede estar decorado con bandas de bajorrelieves que cubren su superficie; en el extremo superior, se alza una figura o una estatua. Los romanos la utilizaron para conmemorar acontecimientos de relieve nacional o para glorificar a sus emperadores. Son célebres la columna levantada en torno al año 113 a.C. en el Foro de Trajano, en Roma, para celebrar la conquista de Dacia, o la columna de Marco Aurelio erigida en el foro Antonino hacia 180 a.C. (hoy en la plaza Colonna de Roma) para conmemorar las victorias sobre los germanos. En épocas posteriores a la del imperio romano se ha seguido recurriendo a este tipo de monumento triunfal, del que son ejemplos la columna de la plaza Vendôme de París, de 44 m de alto con una estatua de Napoleón como remate para celebrar la victoria en Austerlitz; la columna en la plaza Trafalgar de Londres, terminada en 1843, con una altura de poco más de 50 m y con la estatua del almirante Nelson como remate, o la Columna de la Victoria de Berlín (Siegessäule ), terminada en 1874, que tiene una altura de 69 m y remata con una estatua de la Victoria; finalmente, la columna dedicada al emperador Alejandro i en San Petersburgo, terminada en 1834, de 47 m de altura y con la estatua del emperador que celebra la victoria sobre Napoleón.

Sería interesante pensar los monumentos, del centenario en particular, y todo el conjunto de monumentos y de hechos urbano-arquitectónicos en general, como un tipo de discurso de modo que fuera posible pensar la columna de la independencia de México y el proyecto de columna destinado a ocupar la que sería la Plaza de Mayo en Buenos Aires como discursos del centenario. Plantear las formas por medio de las cuales un pueblo recuerda los hechos, acontecimientos y personajes de su pasado en términos del concepto de discurso, supondría una doble labor: primero, un trabajo teórico que diera como resultado una definición, aun cuando fuera operativa, del concepto de discurso, y, segundo, la extensión de este concepto de manera que incluya no sólo la acepción tradicional de conjuntos de enunciados verbales sino también los formados por otras materias. Pensar el discurso como una entidad formada por signos verbales no constituye ningún avance pues es simplemente darle un nombre más a una noción existente (o, en los términos de Occam, es multiplicar los entes de manera innecesaria); con ello, además, se le quita al concepto de discurso su potencial teórico asociado a su carácter normativo y a su estatuto institucional, a los que me referiré enseguida.

Antes de abordar la cuestión de una definición de discurso, me referiré brevemente a la tipología de los discursos; estamos acostumbrados a expresiones del tipo “discurso político”, “discurso literario”, etc., lo cual asume que debe existir alguna manera de agrupar ciertos hechos en grupos como los mencionados; sin embargo, no podemos asumir esto sin discutirlo, o sea, sin buscar qué es lo que les da unidad o cuál es la base de su clasificación. Si se habla de discursos literarios es porque se asume que hay un grupo de textos, obras, etc., que pertenecen al conjunto que llamamos “literatura”, que mantienen una cierta relación con un esquema discursivo preexistente que va más allá de las obras concretas e individuales y que, como esquema simbólico, es capaz de orientar tanto su producción como su lectura.3 A pesar de que los discursos literarios están construidos con enunciados lingüísticos, en ellos están presentes no sólo elementos de la lengua, por lo que su análisis no puede hacerse sólo pensando que son series de frases o de oraciones que remiten al código lingüístico; si así fuera, los textos literarios serían lineales o unidimensionales; es más, serían paradigmáticos en este sentido. Como todo texto cultural, no están determinados unívocamente sino que son objetos heterogéneos, susceptibles de producir múltiples sentidos, lecturas diversas. Este potencial de significación representa un peligro para las sociedades, por lo cual toda producción debe ser “controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad” (Foucault, Michel, El orden del discurso , 11). Por medio de tales procedimientos se introduce una normatividad que privilegia una lectura y sitúa las otras posibles en un segundo plano. Es decir, convierte las obras literarias en discursos, las reduce a ser manifestación del esquema discursivo que domina una determinada época en la vida de esa sociedad. En cada campo particular de la vida social existe un sistema que regula ese dominio y que produce el conjunto de discursos acerca de él; ese conjunto de reglas es parte de una institución, que en el campo de la literatura está formada por las revistas literarias, críticos, suplementos culturales, antologías, historias de la literatura, editoriales, profesores, investigadores y estudiantes de letras, congresos, sistemas de premios, etc. Los sociólogos ven la institución como un conjunto de normas que se aplican a un dominio particular de actividades y definen una cierta legitimidad. Funcionalmente, son modos de organización que aseguran la permanencia de los miembros de una colectividad dada y los integran en ella; su eficacia se logra por imponer sistemas de normas y valores cuyo vehículo son precisamente los discursos, que se caracterizan por presentar su objeto —en este caso los literarios— en términos de esencia, sin contactos con lo social o con la historia.

A esta altura de la exposición, debe ser evidente que podemos hablar de discurso no sólo para el caso de producciones que tienen una base material lingüística sino para cualquier otra, como el caso de las edificaciones arquitectónicas que llamamos monumentos. Como ya se señaló, éstos se consolidan en la segunda mitad del siglo xix con las transformaciones urbanas y la necesidad de símbolos para los recientes estados nacionales. El momento fundador de una institución es cuando aparece una legitimidad que se elabora internamente y, con ella, esas prácticas se vuelven autónomas y distintivas. La base de esa legitimidad es un sistema que puede enunciar leyes y sanciones en ese campo. Eso ocurre en el campo de la literatura también en el siglo xix , cuando se convierte en asunto de hombres de letras independientes y especializados, que crean sus códigos y sus reglas de trabajo y funcionamiento. En términos generales, las instituciones son aparatos de poder; de allí que, si los discursos son producidos por las instituciones, necesariamente en ellos están presentes ciertas relaciones de dominio. Se puede decir que el discurso es el lugar privilegiado del ejercicio del poder porque es a través de él como se constituyen los sujetos y porque es el sujeto donde el poder se ejerce en toda su profundidad. Sin embargo, como ha argumentado ampliamente Foucault, donde hay poder hay resistencia; las relaciones de poder nunca son unívocas sino que en todo discurso se pueden encontrar focos de inestabilidad, puntos de enfrentamiento, de conflicto, de lucha; el discurso, dice Foucault, puede ser instrumento y efecto del poder, pero también obstáculo y punto de partida para una estrategia contraria (Foucault, Michel, Historia de la sexualidad. .., 123). 4

Regresemos a la columna, forma adoptada por estos monumentos. Vamos a postular un nuevo concepto, el de tópico, que nos permite otro acercamiento al discurso. Tópico no simplemente es aquello de lo que se habla, ya se trate de un objeto real o imaginario, sino un objeto de discusión con términos de tratamiento establecidos; en otras palabras, un tópico sería una convención que implica una relación estable entre los individuos que participan en ella. En palabras de Bourdieu, son “lugares en el discurso en los que un grupo entero se encuentra y se reconoce”; así, los tópicos más exitosos son aquellos que logran el estatus de lugares comunes. A partir de esto, podríamos entonces asignar el nombre de discurso al conjunto de tópicos y procedimientos, históricamente conformados, que impulsa y regula la expresión de los individuos que lo habitan, y que les asigna posiciones definidas en el campo de significados que delimita. El tópico “columna” ha sido elaborado desde muchos ángulos y uno, no el menos importante, es en el campo del discurso de la masonería.

Existe una gran cantidad de estudios sobre los aspectos simbólicos de los objetos, tanto los de la vida cotidiana como los utilizados en los ritos; en ellos siempre se dice que la columna, cuando se usa aisladamente como en el caso de los monumentos del centenario, es un símbolo que pertenece al grupo cósmico del “eje del mundo”, junto al árbol, la escalera y el mástil. Su función es conectar el cielo, en tanto morada de las divinidades celestes, con la tierra, morada de los hombres.5 En otras tradiciones, como en la masónica, la columna es un símbolo que posee diversos significados: entre otros, es el soporte de la construcción y la unión de sus diferentes niveles; representa, pues, el eje de la construcción y su solidez. Es muy común que aparezcan estas columnas en pares, y entonces simbolizan dos fuerzas opuestas en equilibrio; representan la eterna estabilidad, mientras que la separación entre ellas es el lugar de ingreso a un espacio consagrado. Las dos columnas aluden, en la tradición hebrea, a las construidas por Hiram para el templo de Salomón (Reyes 8, 13) a las que llamó Jakim y Boaz. La masonería retoma esta tradición por lo que a la entrada de cada logia siempre se construyen dos columnas que llevan esos mismos nombres. En su interior se edifican otras tres columnas igualmente importantes que representan las tres cualidades capitales: sabiduría, fuerza y belleza, cada una de ellas construida en un estilo arquitectónico dado y se asocian a cada una de las tres máximas autoridades de la logia. La columna jónica representa la sabiduría, está asociada al “Venerable” y sobre ella se asienta la estatua de Minerva; la columna dórica representa la fuerza de espíritu, está asociada al “Primer Vigilante” y lleva una estatua de Hércules; y la columna corintia, que representa la belleza de los actos, asociada al “Segundo Vigilante”, sobre la cual se asienta Venus.

Podría parecer arbitrario asociar el tópico “columna” con la tradición masónica en el marco de los monumentos del centenario. Sin embargo, el grado de arbitrariedad se reduce si se piensa que, dentro de los regímenes discursivos en el siglo xix , el de la masonería era muy importante pues se veía como una institución muy seria que daba capacitación e instrucción a las personas más brillantes de la sociedad, debido entre otras cosas, a la falta de espacios y oportunidades educativas de esa época. Porfirio Díaz, quien ocupó la presidencia del país de 1876 a 1911, con un breve intermedio de 1880 a 1884, tuvo una instrucción masónica muy fuerte y llegó a ocupar el grado 33, el nivel más alto; la logia que actualmente se considera como una de las más antiguas de Oaxaca, la denominada “Cristo No. 1”, fue fundada por Díaz, y el nombre que éste adoptó dentro del rito es el de “pelícano”, fuertemente asociado con Cristo.6 En relación con Argentina, hay más información: se sabe que el libertador José de San Martín fue masón; también Manuel Belgrano y Vicente López y Planes, el autor del himno nacional de ese país. Entre los miembros de la Convención Nacional Constituyente de 1860, se sabe que eran masones, entre otros: Mariano Fragueiro (su presidente), Domingo F. Sarmiento, José Benjamín Gorostiaga, Nicasio Oroño, José María Gutierrez, Irineo Portela, Salvador María del Carril, José Francisco Seguí, José Mármol, Benjamín Victorica, Wenceslao Paunero, Nicanor Albarellos y el de los actores directos: Bartolomé Mitre, Santiago Derqui y el general Urquiza. Fueron masones también Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández, todos reconocidos cultores de la poesía gauchesca. Y, entre los presidentes de la república, se cuenta a Rivadavia, López y Planes, Urquiza, Santiago Derqui, Bartolomé Mitre, Sarmiento, Juárez Celman, Pellegrini, Manuel Quintana, Figueroa Alcorta, R. Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen, Agustín P. Justo.7

Pero el carácter discursivo del monumento lo podemos identificar de modo más preciso que desde el punto de vista de la masonería, si lo consideramos como uno de los elementos que conforman el patrimonio cultural de un país. Los monumentos del centenario son parte del patrimonio cultural edificado, el cual es uno de los mayores soportes de la memoria colectiva o social; de hecho, monumentos y edificios, así como ciertas áreas urbanas a las cuales se les asigna un valor patrimonial, son puntos de apoyo para la construcción de la memoria social, son como estímulos externos que ayudan a reactivar ciertos rasgos de esta memoria. Un primer acercamiento a la noción de memoria tiende a relacionarlo con la neurología o con la psicología; aquí nos interesa, sin embargo, en su relación con la historia y las ciencias sociales en general. Memoria e historia son nociones muy cercanas ya que tienen una materia prima común: evocan lo mismo, el pasado, pero no se confunden; incluso a veces se consideran como opuestas. De manera intuitiva, vemos la memoria como algo ligado a grupos, entre los que está en primer lugar la familia, que representan posibilidades de aprendizaje y de socialización y que aseguran la continuidad y la identidad de las tradiciones. De allí que sea no solamente individual sino también colectiva pues sus portadores o soportes subjetivos son tanto el individuo como la colectividad social; y puede asumir varias funciones, como la de identificación cultural, de diferenciación e integración, y de control político e ideológico.8 En general, se puede considerar como un conjunto de representaciones explícitas y conscientes del pasado que determinan la definición que nos damos acerca de nosotros mismos y del lugar que ocupamos dentro de un cierto sistema de relaciones; esas representaciones son posibles gracias al orden simbólico y al lenguaje, pero también por la unidad del sujeto consigo mismo.

Desde la década de 1930, Halbwachs hablaba ya de memoria colectiva; consideraba la memoria individual como un fenómeno colectivo, sometido a fluctuaciones y cambios constantes. Estrictamente, dice, la memoria individual no existe pues está relacionada siempre con la del grupo: se recuerda algo por la acción de los otros y la situación; por eso recordar no es revivir sino reconstruir, repensar con imágenes e ideas de hoy la experiencia del pasado. Que la memoria es siempre social lo indica el hecho que el recuerdo sólo emerge en relación con personas, grupos, lugares o palabras; cuando estudia los procesos de memorización colectiva, Halbwachs se refiere a los marcos sociales de la memoria, que son combinaciones de imágenes, ideas o conceptos y representaciones (Los marcos sociales de la memoria ).

Aunque los dos registros del pasado, historia y memoria colectiva, se relacionan, el autor piensa que la expresión “memoria histórica” es una contradicción en los términos, puesto que la memoria colectiva es una corriente de pensamiento continuo, que no retiene del pasado sino lo que sigue vivo o es capaz de permanecer en la conciencia del grupo que la mantiene; en ella no hay líneas nítidas de separación, sino límites irregulares e inciertos. Por su parte, la historia responde a una necesidad didáctica de esquematización y está en un nivel distinto de los grupos. La historia se presenta como la memoria universal de los seres humanos, o como el registro del pasado de un grupo, mientras que la existencia de grupos diferentes dentro de las sociedades da lugar a diversas memorias colectivas. Frente al carácter universal de la historia, la memoria colectiva se asienta sobre un grupo limitado en el espacio y en el tiempo; por tanto, cada grupo produce su propio tiempo, diferenciado en parte del tiempo compartido con el resto de la sociedad; no hay un tiempo común a todos los grupos.

Cada individuo es miembro de varios grupos y participa de varios pensamientos sociales; su mirada se sumerge sucesivamente en diversos tiempos colectivos. El individuo lleva siempre en su interior el tiempo social del que no puede desprenderse porque habita ese tiempo. Los diversos grupos inmovilizan el tiempo a su manera, o imponen a sus miembros la ilusión de que durante un tiempo, en un mundo que cambia sin cesar, algunas zonas han adquirido una estabilidad y un equilibrio relativos. No sólo es evidente la relación entre la memoria de la persona y la del grupo, sino también entre ésta y la tradición, que es la memoria colectiva de cada sociedad. Por tanto, la memoria, como acto de reconstrucción, nunca es idéntica a alguna imagen del pasado pues en cada generación la memoria entrega a los individuos una realidad que es en parte común y en parte diferente.

Otros autores piensan que negar la memoria individual y reconocer sólo la colectiva como resultado de la interacción social es una postura muy radical y proponen la existencia simultánea de la individual y la social, y dicen que el recuerdo es primero individual, aunque realmente sólo se advierta cuando se destaca del telón de fondo de lo colectivo. Sin embargo, Halbwachs acentúa las funciones positivas de la memoria común, especialmente en su función de refuerzo de la cohesión social por una adhesión afectiva al grupo, y con ello asume que la nación es la forma más acabada de un grupo y la memoria nacional como la forma más completa de la memoria colectiva. La memoria es producto de un aprendizaje por medio de procesos generacionales de socialización, de lo que se llama tradición, es decir, el proceso de comunicación de una generación a la siguiente. Necesita, además, ser continuamente reactivada, de manera periódica para conjurar la amenaza permanente del olvido; éste es el papel de los monumentos celebratorios, de las conmemoraciones y de actividades semejantes, que son algo así como la memoria colectiva en acto.

Otra estudiosa de la sociedad que se ha orientado al estudio de la memoria es Agnes Heller, aunque ella no habla de memoria colectiva sino de una memoria cultural; ésta, dice, “está conformada por objetivaciones que proveen significados de una manera concentrada, significados compartidos por un grupo de personas que los dan por asumidos”. Los significados compartidos pueden tener como soportes textos (escritos sagrados, crónicas históricas, literatura), pero también puede estar en monumentos, edificios o estatuas, “señales, símbolos y alegorías igual que depósitos de experiencia, memorabilia erigidos a manera de recordatorios”. La memoria cultural está incorporada en prácticas que se repiten regularmente, tales como fiestas, ceremonias, ritos; finalmente, de la misma manera que la memoria individual, la cultural está asociada a lugares donde ha ocurrido algún suceso significativo y único o lugares donde un suceso significativo se repite regularmente (Heller, Agnes, “Memoria cultural, identidad y sociedad civil”, 139-143). De manera diferente a la memoria individual, la memoria colectiva o social se construye a lo largo de muchas generaciones de individuos, cada uno de ellos sumergido en relaciones determinadas por estructuras sociales. Es una memoria que representa procesos y estructuras sociales que se transforman; soportes de la memoria tales como los monumentos del centenario de la independencia contribuyen al transporte de la memoria social de una generación a otra.

Si la memoria es un fenómeno construido social e individualmente, también es elemento constituyente del sentimiento de identidad, sea éste también individual o colectivo, por el hecho de ser un factor primordial del sentido de continuidad y coherencia de un individuo o un grupo en la construcción de sí mismo. Según Le Goff, la memoria “es uno de los elementos más importantes de las sociedades desarrolladas y de las sociedades en vías de desarrollo, de las clases dominantes y de las clases dominadas, todas en su lucha por el poder o por la vida, por sobrevivir y por avanzar”; es también “un elemento esencial de lo que hoy se estila llamar la identidad, individual o colectiva, cuya búsqueda es una de las actividades fundamentales de los individuos y de las sociedades de hoy […]” (El orden de la memoria , 181). La construcción de la memoria social es, por tanto, decisiva para la formación de las identidades colectivas, y esto es parte importante del proceso político. Los movimientos sociales, políticos y culturales, conscientemente o no, operan acciones que dan por resultado la construcción de las identidades colectivas. Por tanto, la cuestión que se plantea es qué papel cumplen los monumentos y, en general, las áreas urbanas con valor patrimonial en la lucha en torno a la construcción de las identidades colectivas.

Así como la memoria es un conjunto de representaciones sobre el pasado, la identidad está también implícita en cualquier representación de nosotros mismos. Memoria e identidad son valores disputados en los conflictos sociales que oponen entre sí a los diversos grupos de una comunidad; de allí que ambas tengan un carácter histórico; la institución de la memoria social no es un proceso externo a las prácticas sociales de los agentes sino el resultado de esa acción. Por ello la memoria no es algo fijo en la herencia legada por el pasado, sino que requiere ser continuamente recreada para que pueda dar sentido al orden presente. Memoria e identidad son representaciones, construcciones de la realidad. La memoria, los recuerdos, nos ayudan a comprender el mundo en que vivimos, pero el complejo de relaciones de poder, de género, de clase social, etc., determina lo que debe ser recordado (y lo que debe ser olvidado), por quién y con qué fines. De allí que la memoria colectiva sea al mismo tiempo instrumento y meta del poder y que por tanto haya una lucha por el dominio del recuerdo y de la tradición, por la manipulación de la memoria.9

La identidad, también de manera intuitiva, está relacionada con la idea que tenemos acerca de quiénes somos y quiénes son los otros; es decir, con la representación que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás. Las comparaciones hechas entre personas hacen descubrir semejanzas y diferencias entre ellas; a partir de las semejanzas encontradas se puede decir que comparten una misma identidad, que hay algo que las distingue de otras personas. Eso que distingue a las personas y a los grupos de otras personas y otros grupos sólo puede ser la cultura: “los materiales con los cuales construimos nuestra identidad para distinguirnos de los demás son siempre materiales culturales” (Giménez, G, “Cultura, identidad y memoria…”, 11). La identidad, así como la memoria, puede ser individual si su soporte es el sujeto individual, o colectiva, si su soporte es una colectividad.

Si la identidad tiene por referencia la memoria, entonces la identidad nacional tendrá como referencia la memoria nacional. Esa identidad nacional es una de las múltiples identidades colectivas de las que participamos y tiene relación con los símbolos patrios, con todo lo que refuerza el sentimiento de pertenencia a una nación; allí tienen un importante papel los monumentos, pero también todo eso que acogemos como parte del patrimonio, como áreas urbanas, edificios, puentes, etc. Su preservación favorece la construcción de la identidad nacional, pero también de identidades regionales y locales, de identidades étnicas y religiosas, y también posibilita la formación de identidades de clases y grupos sociales si se preservan los soportes de la memoria que les corresponden. Por ello, un mismo objeto patrimonial pueda ser una referencia de diferentes identidades. Lo que se buscaría, con respecto a los monumentos, especialmente de los que son los más importantes en la constitución de una identidad nacional, es identificar su papel, en tanto que soportes materiales de la memoria, en el proceso de construcción de la memoria social; y de qué manera su preservación contribuye al proceso de desarrollo. Aquí desembocamos necesariamente con la noción de patrimonio cultural; de manera más precisa, con la de patrimonio edificado.

A partir del siglo xix , la época de oro de los monumentos que es también el advenimiento de las sociedades modernas, industrializadas y seculares, el patrimonio surge, en el ámbito de los procesos de construcción de los estados-nación, como un artificio creado para fortalecer la pertenencia a un mismo espacio simbólico. En efecto, el patrimonio surge como una invención, como construcción de la modernidad. Al atribuir una trascendencia a determinados símbolos culturales que atestiguan el carácter singular de una determinada comunidad y que confiere una ilusión de permanencia y continuidad en relación al pasado, al mismo tiempo se construye un ideal colectivo para el futuro. En este sentido, el vínculo social básico necesario para la construcción de un sentimiento de pertenencia colectiva, viene a asentarse en el principio de la semejanza cultural que tiene por base una cultura y una historia comunes, que unen e identifican una población (cfr. Ernest Gellner, Nations and Nationalism ).

Los modelos de gobierno de los nacientes estados vinieron, de este modo, a dar un nuevo significado a los testimonios del pasado como consecuencia de la necesidad de demostrar lo específico de un pueblo, recurriendo para ello a la búsqueda incesante de sus raíces históricas y culturales en el territorio que sirve de soporte a la nación que, al considerar como patrimonio a los hechos culturales10 que mejor demuestren esta continuidad, esta sensación de permanencia y este sentimiento de pertenencia, en una estrategia de representación nacional idealizada frente a las amenazas de ruptura y desorden provocadas por la heterogeneidad de los nuevos estados. En estos contextos, se producen discursos sobre el pasado que destaquen no sólo la singularidad y grandeza de los hechos culturales convertidos en patrimonio, como es el caso de los monumentos conmemorativos del centenario, sino también sus orígenes remotos y su continuidad a lo largo del tiempo para que promuevan un sentimiento nostálgico en relación al pasado, al mismo tiempo que se presentan como recurso para la construcción del futuro. El patrimonio es, por tanto, una construcción social, un proceso simbólico de legitimación social y cultural, basado en la selección y activación de ciertas edificaciones (no de todas), que permite representar una determinada identidad. Esta representación se procesa a través del rescate de edificios, monumentos, etc., destacados de un conjunto más amplio, que cumplen una finalidad de identificación colectiva por el hecho de ser vehículo de los valores culturales propios de cada sociedad, esto es, objetos seleccionados y construidos por ella en cada momento.

Hablar de patrimonio presupone hablar de identidad en la medida en que ésta puede definirse como una síntesis simbólica de valores que contribuyen al sentimiento de pertenencia e identificación de una colectividad social. Esa capacidad de representación simbólica de las identidades a través de los monumentos ha sido un elemento central en la definición actual del concepto de patrimonio. Si la ciudad moderna del siglo xix y sus símbolos, especialmente los enraizados en la tradición, dio nacimiento al concepto de monumento histórico, el concepto de patrimonio urbano que hemos adoptado es, de acuerdo con Choay, una consecuencia de los conceptos de monumento y de monumento histórico desarrollados principalmente durante ese siglo.

Una de las acepciones más utilizadas del concepto de patrimonio es aquella que la relaciona con una herencia, con un legado que hemos recibido de nuestros antepasados y que tenemos el deber de transmitir a las generaciones futuras. Así considerada, la herencia cultural contribuye a dar cierta estabilidad, permanencia y continuidad de los monumentos y otros hechos culturales que, al mismo tiempo que permiten establecer un puente simbólico entre el pasado, el presente y el futuro, promueven un sentimiento de filiación y pertenencia por parte de los miembros del colectivo social. Sin embargo, esa manera de pensar el patrimonio no permite captar toda la complejidad asociada a ese concepto, puesto que el patrimonio es resultado, en primer lugar, de un proceso de reconocimiento y selección de ciertos hechos urbanos y arquitectónicos que se proyectan y encuentran su justificación en una valoración que remite a su carácter simbólico, esto es, a su necesidad de preservación en virtud del significado que encierra para la colectividad, pero también en su rentabilidad social, o sea, su utilidad y funcionalidad en el plano social y económico. Por tanto, más allá de su relación con el pasado histórico, el patrimonio funciona tanto como herramienta de formación identitaria como instrumento de afirmación y legitimación de grupos sociales. Las áreas urbanas patrimoniales son soportes de la memoria social y, como tales, son importantes para el desarrollo de la sociedad, para la formación del sentido de la historia en la vida cotidiana y para la construcción de las identidades colectivas. Pero esas áreas no se presentan sólo como soportes de la memoria sino también como bienes de valor artístico y cultural. Al aumentar en importancia las actividades económicas relacionadas con la cultura, aumenta la importancia de esa naturaleza artística del patrimonio construido, lo que puede ocasionar intervenciones urbanísticas que menosprecian el carácter de memoria.

Por tanto, las áreas urbanas con valor patrimonial son portadoras de un carácter doble: bienes de carácter artístico-cultural y soportes de la memoria social, con valor histórico. ¿Cómo situarse frente a este carácter doble? Desde un punto de vista económico, la expansión de los servicios, de la actividad económica ligada a la cultura y al turismo es una preocupación. Para esas actividades el valor artístico-cultural es más importante, pero para atender plenamente esos objetivos, se requieren intervenciones, actualización de imagen y otras transformaciones de marketing . El tratamiento del patrimonio como soporte de la memoria impone cambios definidos de la forma arquitectónica y urbanística e impide la instalación de equipamientos urbanos relacionados con el turismo en esas áreas. O sea, el mercado inmobiliario está limitado en sus movimientos. También el punto de vista ambiental cada vez es más pertinente en las políticas urbanas. De hecho, la presencia de bienes de valor patrimonial es un factor en la calidad cultural del entorno urbano. Así, el tratamiento del patrimonio como soporte de la memoria es positivo desde el punto de vista ambiental; sin embargo, en la práctica, a veces la política ambiental pasa a segundo término cuando se quiere aumentar la expresividad artístico-cultural, al grado de comprometer su calidad de soporte de la memoria.

Si la sociedad actual trae las marcas de las estructuras sociales que le antecedieron y si estas marcas son potencialmente lo soportes de la memoria, entonces es también por la selección, el análisis y la interpretación de éstos como se construyen la memoria social y el olvido. La memoria colectiva es socialmente construida por la conservación de ciertos soportes convertidos en patrimonio cultural. Esa selección se hace en el ámbito del poder público por medio de un conjunto de acciones, mediadas por la dinámica que involucra la esfera pública, en un contexto político y cultural. En este sentido, el proceso de preservación del patrimonio está condicionado por la acción política. La construcción de la memoria (y, por tanto, del olvido) es objeto de una permanente disputa por parte de los poderes políticos, lo cual ocurre por medio de la decisión qué es lo que debe preservarse.11

Con el rescate del pasado por medio de la noción de patrimonio no sólo se busca la recuperación, sino que también se exaltan las actividades y expresiones que puedan convertirse en instrumento para fortalecer la identidad de una comunidad. Pero estas iniciativas asumen, más allá de una vertiente identitaria, un carácter instrumental, pues contribuyen a la legitimación de los poderes instituidos, una vez que la oferta de bienes y actividades culturales responde a los anhelos de una población carente de vínculos de identificación con el territorio, con el pasado y con los demás miembros de la colectividad; se promueve, de este modo, el consenso social. En conclusión, aunque pueda ser caracterizado como un proceso de representación cultural basado en el pasado y en las especificidades culturales locales, el patrimonio es una interpretación o recreación de la historia que transmite mitos de origen y de continuidad, que más allá de dotar un grupo de un sentimiento de pertenencia común, contribuye a la legitimación de las instituciones sociales responsables por su activación. Es éste el rasgo discursivo fundamental de los monumentos del centenario.

Referencias

  1. Choay, 1992 Françoise Choay; L’allégorie du patrimoine, Éditions du Seuil, Paris (1992), p. 307
  2. Eliade, 1974 Mircea Eliade; Tratado de historia de las religiones, Ediciones Cristiandad, Madrid (1974)
  3. Foucault, 1973 Michel Foucault; El orden del discurso, Tusquets, Barcelona (1973)
  4. Foucault, 1977 Michel Foucault; Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber,, Siglo xxi, México (1977)
  5. Gellner, 1983 Ernest Gellner; Nations and nationalism, Cornell University Press, Ithaca (1983)
  6. Giménez, 2009 Gilberto Giménez; Cultura, identidad y memoria. Materiales para una sociología de los procesos culturales en las franjas fronterizas; Frontera Norte, 21 (41) (2009), pp. 1–32 enero-junio
  7. Halbwachs, 2004 Maurice Halbwachs; Los marcos sociales de la memoria, Anthropos, Barcelona (2004) [1925]
  8. Heller, 2003 Agnes Heller; Memoria cultural, identidad y sociedad civil; Indaga, Foro de Investigaciones Sociales, Santa Cruz de Tenerife (2003) Revista Internacional de Ciencias Socials y Humanas-International Review of Social and Human Sciences
  9. Lappas, 1996 Alcibíades Lappas; La masonería argentina a través de sus hombres (1966) ed. de autor
  10. Le Goff, 1991 Jacques Le Goff; El orden de la memoria, Paidós, Barcelona (1991)
  11. Riegl, 1984 Aloïs Riegl; Le culte moderne des monuments: son essence et sa génesse, Ed. du Seuil, Paris (1984) [edición en español: El culto moderno a los monumentos. Madrid, Visor, 1987]

Notes

1. El “grito de Dolores” se considera como el momento de inicio de la guerra de independencia mexicana y es el llamado que el cura Miguel Hidalgo, junto con Ignacio Allende y Juan Aldama, hace a sus parroquianos para levantarse contra la autoridad virreinal de la Nueva España el 16 de septiembre de 1810. Este llamado se hace al tañer la campana de Dolores, ubicada en la iglesia parroquial de Dolores (hoy Dolores Hidalgo), estado de Guanajuato. A partir de ese momento se inicia una guerra que culmina el 27 de septiembre de 1821, con la firma del Tratado de Córdoba, con el que se consuma la independencia de México.

2. Se conoce como Revolución de Mayo la serie de hechos revolucionarios que se sucedieron en el mes de mayo de 1810 en la ciudad de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, dependencia colonial de España. Esos acontecimientos se centraron en la Semana de Mayo, entre el día 18, cuando se confirmó de manera oficial la caída de la Junta de Sevilla, y el 25, cuando el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue derrocado y remplazado por la Primera Junta. La Revolución de Mayo inició el proceso del cual surgió la nación argentina, aunque sin una proclamación formal de la independencia, pues la Primera Junta no reconocía la autoridad del Consejo de Regencia de España e Indias, que todavía gobernaba nominalmente en nombre del rey Fernando vii , aunque su lugar era ahora ocupado por el francés José Bonaparte.

3. No entraré aquí en la antigua discusión acerca de los rasgos del texto que bastan para calificarlo como literario. Baste decir que no se puede determinar su carácter literario sobre la base de características inherentes al texto; por tanto, que una obra pertenezca al conjunto de las consideradas como literarias sólo depende de ciertas normas aceptadas en una sociedad particular. Es decir, que lo que unifica un conjunto de textos es una entidad más amplia llamada “literatura” es su uso, su función en la vida social.

4. De hecho, los textos literarios y los artísticos en general constituyen los lugares en los que la dominación y la resistencia es más encarnizada.

5. Cfr ., entre otros, los de Mircea Eliade, por ejemplo el Tratado de historia de las religiones , Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974.

6. No tenemos ninguna referencia de que Antonio Rivas Mercado, el arquitecto que construyó la columna de la independencia, haya pertenecido a alguna agrupación masónica, aunque es del dominio público que los constructores han estado desde la Edad Media asociados con la masonería; lo que sí se sabe es que una gran cantidad de presidentes de la república, desde el primero de ellos en 1824, fueron masones. Estos presidentes fueron: Guadalupe Victoria, primer presidente (1824-1829); Vicente Guerrero (1830); Guadalupe Gómez Pedraza (1832); Valentín Gómez Farías (vicepresidente 1833); Javier Echeverría (1841); Nicolás Bravo (1842-1843); Benito Juárez (1858-1867 y 1871-1872); Sebastián Lerdo de Tejada (1873-1876); Porfirio Díaz (1876-1880 y 1884-1911); Francisco I. Madero (1911-1912); Álvaro Obregón (1920-1924); Plutarco Elías Calles (1924-1928); Emilio Portes Gil (1928-1930); Pascual Ortiz Rubio (1930-1932); Abelardo L. Rodríguez (1932-1934); Lázaro Cárdenas (1934-1940); Miguel Alemán Valdez (1946-1952); Adolfo López Mateos (1958-1964).

7. Alcibíades Lappas, La masonería argentina a través de sus hombres , ed. de autor, 1966; un resumen de este libro está en http://www.academiamasonica.org.ar/0102.htm. La lista de los presidentes con sus periodos es la siguiente: Bernardino Rivadavia, primer presidente, entre 1826 y 1827; Vicente López y Planes, presidente provisional tras la renuncia de Rivadavia; Justo José de Urquiza, de 1854 a 1860; Santiago Derqui, entre 1860 y 1861; Bartolomé Mitre, entre 1862 y 1868; Domingo Faustino Sarmiento (gran maestre), entre 1868 y 1874; Miguel Juárez Celman, de 1886 a 1890; Carlos Pellegrini, de 1890 a 1892; Manuel Quintana, entre 1904 y 1906; José Figueroa Alcorta, entre 1906 y 1910; Roque Sáenz Peña, entre 1910 y 1914; Victorino de la Plaza, de 1914 a 1916; Hipólito Yrigoyen, entre 1916 y 1922 y entre 1928 y 1930; Agustín Pedro Justo, entre 1932 y 1938.

8. Pero, desde el punto de vista ontológico —dice Gilberto Giménez— memoria individual y memoria colectiva son diferentes: la primera es una facultad, mientras que la colectiva “no puede designar una facultad, sino una representación: es el conjunto de las representaciones producidas por los miembros de un grupo a propósito de una memoria supuestamente compartida por todos los miembros de este grupo”. (“Cultura, identidad y memoria. Materiales para una sociología de los procesos culturales en las franjas fronterizas”.

9. “Lo que sobrevive no es el complejo de lo que ha existido en el pasado, sino una elección realizada ya por las fuerzas que operan en el desenvolverse temporal del mundo y de la humanidad, ya por aquellos que se han ocupado del estudio del pasado y de los tiempos pasados, los historiadores”. Jacques Le Goff, El orden de la memoria , 227.

10. Por su naturaleza, el patrimonio urbano y arquitectónico, más que cualquier otro, hace posible un proceso de construcción de la memoria social puesto que, como dice Walter Benjamin, la arquitectura es un tipo de obra que se recibe colectivamente, entonces el patrimonio edificado sólo existe en la esfera pública, en contacto con la colectividad, tiene un carácter que favorece el reconocimiento por parte de grandes grupos lo que favorece las tendencias a la socialización.

11. Dice Le Goff, “la memoria colectiva ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas. Los olvidos, los silencios de la historia, son reveladores de estos mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”. (134)

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Published on 03/04/17

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