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El uso del término ‘gótico’ en las letras surgió en el siglo xviii para describir un movimiento que, a contracorriente de la racionalidad recién entronizada, ponía énfasis en el carácter contingente e inexplicable del mundo humano y natural. Coincidentemente, en la misma época se publicó en el archipiélago japonés una colección de narraciones centradas en lo sobrenatural, titulada ''Ugetsu monogatari'', de Ueda Akinari. Este ensayo explora los interesantes paralelismos entre la obra de Akinari y la de escritores como Horace Walpole, Ann Radcliffe y Mathew Lewis, no con el afán de mostrar una relación directa entre el gótico europeo y el “gótico” japonés (algo imposible, dado el aislamiento que marcó el final del periodo feudal en Japón), sino para señalar el carácter transcultural del género, fuera de las estrechas definiciones espaciales y temporales que solemos asignarle.
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En este ensayo se aborda la relación existente entre belleza, homosexualidad y pensamiento esteticista en la obra de Yukio Mishima. La ilustración se da a partir del análisis de tres obras del escritor japonés: ''Confesiones de una máscara, El color prohibido'' y ''El pabellón de oro,''  lo cual permite contrastar las visiones del mundo europeo y el japonés con respecto al tema de la sexualidad. Se plantean, además, las similitudes existentes en la obra ''El retrato de Dorian Gray''  de Oscar Wilde y la novela ''El color prohibido.''  Finalmente, se hace una lectura del lugar que ocupa la belleza, desde el punto de vista de los valores estéticos, en la novela ''El pabellón de oro.''
  
The term ‘Gothic’ was first used in literature by the 18<sup>th</sup> century, referring to a movement that—against the triumphant rationality—emphasized the contingent and unaccountable nature of both the human and the natural world. Coincidentally, a collection of stories with supernatural theme was published in Japan by the same time: ''Ugetsu Monogatari'' by Ueda Akinari''.'' This assay explores the interesting parallelisms between Akinaris work and that by authors like Horace Walpole, Ann Radcliffe, and Mathew Lewis. It is not our aim to show a direct relationship between European Gothic and the Japanese “Gothic” (such relationship is not possible, given the isolation prevailing in Japan by the time), but to highlight the transcultural character of the Gothic, not constrained by the narrow spatial and temporal definitions usually given to the genre.
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This essay addresses the relationship between beauty, homosexuality and aesthetic thought in the work of Yukio Mishima. The argument embarks from the analysis of three works by the Japanese author: ''Confessions of a Mask, The Forbidden Colour and The Gold Pavillion.'' This allows for contrasting visions of the European and Japanese worlds on the subject of sexuality. It also posits similarities between ''The Picture of Dorian Gray''  by Oscar Wilde and the novel ''The Forbidden Colour.''  Finally, we undertake a reading of the place of beauty, from the point of view of aesthetic values, in the novel ''The Golden Pavilion.''
  
 
==Palabras clave==
 
==Palabras clave==
  
Japón; siglo xviii; Ueda Akinari; gótico.
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Mishima ; homosexualidad ; estética ; belleza ; mundo gay japonés
  
 
==Keywords==
 
==Keywords==
  
Japan; 18th century; Ueda Akinari; gothic.
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Mishima ; homosexuality ; aesthetics ; beauty ; Japanese gay culture
  
En sentido estricto, las categorías de la historia literaria tienen una aplicación cronológica específica, como cuando pensamos en el barroco y nos remitimos sobre todo al siglo xviii europeo, o cuando vinculamos lo romántico con el siglo xix. A veces dichas categorías rebasan sus aplicaciones temporales y espaciales de origen, y adquieren una connotación mayor y transecular, como ocurrió con el concepto ‘barroco’ en manos de Alejo Carpentier: dejó de ser algo propio de un siglo o de algunos siglos en especial, para tornarse en una suerte de arquetipo estético presente en distintas culturas y tiempos.
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A Átsuko Tanabe, ''in memoriam''
  
Como categoría artística moderna, la de ‘gótico’ nació ya “desfasada”, porque aun cuando alude a lo medieval, a lo propio de los antiguos godos (una cultura bárbara y no-cristiana), surgió apenas en la segunda mitad del siglo xviii, casi al mismo tiempo en que se discutía el concepto de ‘romántico’. Y ambos términos —cómplices entre sí— entraron en conflagración con el paradigma ilustrado que para entonces se iba imponiendo. Así, gótico y romántico aparecen como reacciones a la Ilustración, como intentos de recuperar el lado oscuro de lo humano y de la naturaleza. Presuponen un adversario racionalista, aunque sin asumir el peso de una irracionalidad a secas —como acusan sus enemigos—, sino más bien proponiendo el rescate de potencias que están antes y después de la razón: lo inconsciente, las emociones y la imaginación, siendo esta última la facultad humana suprema. Gótico y romántico se alimentaron desde sus inicios de la categoría estética de lo sublime, de origen neoplatónico, reivindicada a mediados del siglo xviii por Edmund Burke; por entonces se le actualizó en términos de un sentimiento entre estético y místico de lo infinito terrorífico, que anudaba al microcosmos humano con el macrocosmos natural en angustioso abrazo y anunciaba ya al inconsciente freudiano de tipo subjetivo, y sobre todo al inconsciente junguiano de tipo colectivo. No en vano la teorización posterior de los términos ‘gótico’ y ‘romántico’, sobre todo en sus derivaciones fantásticas, se hizo con base en el concepto freudiano de ''umheilich'', traducido al español como ‘lo siniestro, lo ominoso o lo inquietante’, o más recientemente, apoyándose en su heredero posmoderno, como ‘lo abyecto’, en términos de Julia Kristeva.
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Es muy probable que Yukio Mishima haya sido el escritor japonés más conocido en Occidente durante la segunda mitad del siglo xx , tanto en vida como muerto (se suicidó en 1970, a los 45 años), ya que su deceso escandaloso, con rito suicida samurai por destripamiento y decapitación, ambos con espada, lo tornaron figura mundial más allá de la literatura, para ser pasto del periodismo y de la televisión (después vendrían el cine y el documental). Su ruidosa muerte fue la culminación de un proceso de vida en que el escritor tímido y flacucho se transformó en otro, física e intelectualmente poderoso, imagen que él mismo se encargó de promover en diversos medios. Esto, claro, unido a su propio talento y a su alta productividad, tanto en formas literarias cultas como populares, así como otras formas de expresión artística: teatro, cine, fotografía.    
  
A diferencia de lo que pasó con la categoría de ‘romántico’, que se estabilizó alrededor del siglo xix, lo gótico prosiguió su desarrollo en el siglo xx, incorporó otros lenguajes, medios y geografías, y se ha mantenido vigente hasta la actualidad, con un carácter popular muy marcado que la alta cultura (incluida la académica) se ha encargado de señalar, primero con ánimo de escarnio y desdén, y últimamente como elogio bajtiniano o sociocrítico. Al principio se pensó en lo gótico como una categoría específica del proceso literario europeo, y en sentido estricto creo que lo es, aunque debe reconocerse que después, sobre todo en el siglo xx, el término se extendió a otras áreas lingüísticas y culturales en un contexto poscolonial y secularizador, con la imposición de la ideología metropolitana, lo que a veces resultaba en un producto gótico exotista. A lo largo del siglo, en el contexto de la creciente globalización occidental se dio una exportación (sobre todo desde la lengua inglesa) de lo gótico, y entonces comenzó a hablarse de un gótico latinoamericano, caribeño o asiático. En estos casos, más que de gótico en sentido estricto se hablaría de ‘neogóticos’, de ‘gótico poscolonial’ o algún otro término que acote su posterioridad cronológica y hasta geográfica.
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La fama lo había acompañado desde sus inicios literarios con ''Confesiones de una máscara''  (de 1949), aunque no necesariamente por las mejores razones, pues la novela narraba en primera persona el despertar y desarrollo de la homosexualidad sadomasoquista de un personaje masculino (supuesto reflejo del autor), quien descubre sus gustos sexuales lo mismo ante un joven limpiador de letrinas, con su carga  de excrementos, con sus axilas sudorosas (que se volverán su fetiche personal), que ante la reproducción fotográfica del san Sebastián renacentista de Guido Reni, icono cristiano que lo obsesionará tanto, que posteriormente Mishima se hará fotografiar en parecida composición. Hay que recordar que dicho santo ha sido incorporado en la cultura gay como su “patrono”, en quien se honra su viril belleza adolorida.    
  
El caso japonés es diferente, pues si tomamos a Ueda Akinari y su obra como punto de partida de una tradición gótica japonesa, lo primero que llama la atención es su simultaneidad con el origen del gótico europeo, ambos surgidos a finales del siglo xviii (la obra emblemática de Ueda es una colección de cuentos fantasmales titulada ''Ugetsu monogatari'', aparecida en 1776). No puede alegarse una influencia occidental a la distancia, pues Japón se encontraba en el aislamiento cultural propiciado por el shogunato, seclusión allanada a cañonazos por el Comodoro Perry en 1854 —cuando se inició la occidentalización del país—. Así pues, el gótico japonés y el europeo nacieron independientemente por la misma fecha, y ninguno es posterior al otro, como ocurre con otros góticos periféricos.
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Ya desde esa novela, Mishima establece el tópico literario de la muerte del bello varón, que él remite explícitamente a dos autores emblemáticos del fin de siglo xix  europeo: el irlandés Oscar Wilde y el francés Joris-Karl, Huysmans, verdaderos popes del decadentismo esteticista. En una versión mucho más macabra, Mishima confiesa su debilidad por “la muerte, la noche y la sangre” ''(Confesiones…,'' 23): “la escasez de sangre, inherente en mí, me había arraigado el deseo de soñar con derramamientos de sangre” (82). Kochan, su personaje, llega a “confundir la naturaleza de sus deseos sexuales con un sistema estético” (35), según su propia expresión, con lo que muy pronto homosexualidad y estética quedan imbricadas en un culto sangriento a la belleza masculina.    
  
Uno y otro surgieron en contextos muy distintos, con coordenadas culturales e históricas bien diferentes, por lo que la primera reacción es negarse a homologar ambos procesos literarios. ¿Cómo comparar el texto preciosista y casi solitario de Ueda Akinari (sobre un trasfondo de la “literatura del mundo flotante” o ''ukiyozoshi'', algo muy específico de su historia literaria) con el aluvión oscuro en plena Era de las Luces de las obras de Horace Walpole, Ann Radcliffe y Mathew Lewis? Y sin embargo, si superamos esta duda inicial y bien justificada, y vamos más allá de la historia y la cultura disímiles para ingresar al análisis de textos y rasgos, comienzan a surgir algunas correspondencias interesantes que nos hacen pensar en la posibilidad de una comparación justa, de una apuesta analógica más o menos fundamentada.
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==La “belleza negativa”==
  
Atendamos por ejemplo el rasgo de la hibridez genérica del gótico, a la que el propio Horace Walpole aludió en su prefacio a ''El castillo de Otranto'', donde propuso una mezcla de dos tipos de romance, el antiguo y el moderno; uno anclado en la imaginación y en lo improbable, y el otro gobernado por lo probable y conectado con la vida común, con lo que luego llamaríamos realismo (cfr. Hogle: 1). Tenemos entonces la mezcla de géneros y estilos como marca del gótico. Algo similar ocurre en el texto de Ueda, y aquí habría que dar algunos antecedentes. La obra de Ueda surgió en el siglo xviii, marcado en Japón por una gran vitalidad popular en las ciudades, en donde coexistieron la mano fuerte del samurái y la mano ávida del comerciante burgués, con un emperador débil tras bambalinas. Se produjo un refinamiento urbano de las costumbres y las artes, al que se aludió como el arte de “la vida flotante”. Sobre esta expresión apunta Kazuya Sakai, traductor de los cuentos de Akinari al español:
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Si bien en ''Confesiones de una máscara'' Mishima abordó de frente y en forma directa el asunto de la homosexualidad masculina, en versión masoquista, no puede decirse que sea su único tópico, ni que sea un rasgo exclusivo, pues su personaje se relaciona también con mujeres, con lo que otro tópico se establece: el de amar a la mujer sin desearla sexualmente, con lo que se disocia amor y deseo, como ocurrirá en su siguiente novela al abordar de manera profusa la homosexualidad, titulada ''El color prohibido''  (de 1951, apenas dos años después), y con la que se supera el intimismo de la narración en primera persona de ''Confesiones'' y se pasa a la colectividad de la tercera persona. Si bien hay interiorización en personajes complejos, hay también un cuadro de época sobre el mundo gay japonés de posguerra. Sus personajes homosexuales pueden acostarse con mujeres, a veces lo hacen, pero siguen fieles al amor viril, que conforma su perspectiva interior. Lo suyo no es impotencia física. Tampoco se trata de bisexuales, que desean a los dos  sexos por igual, pues sólo desean a uno, al masculino, aunque a veces amen al femenino, según afirmen, si bien con una visión misógina.    
* En la época Genroku, hacia el final del siglo xvii, el término ''ukiyo'', que por su raíz budista originalmente significó “mundo triste” del cambio fugaz y la transitoriedad, adquirió el sentido de “mundo flotante”, el mundo del placer y del bienestar material, en otra interpretación de la inestabilidad que domina a este mundo fugaz. Pero la extensión del término acabó por designar lo que era “moda”, “estar al día”, hasta convertirse en un principio regulador de la conducta y la mentalidad de una gran parte de la burguesía mercantil acaudalada (25).
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Así, de la vida flotante se pasó a un “arte flotante” que se expresó en la pintura, en el grabado, y claro, en una narrativa diversa en géneros, fácil, costumbrista, erótica, a veces con cierto descuido literario, destinada al consumo y el entretenimiento, cuyo máximo representante fue Ihara Saikaku. Akinari, por su parte, empieza su actividad literaria afiliado a dicha corriente, y sus primeros textos se inscriben en tal tradición, que ya languidece para cuando él se inicia en ella. Podría decirse que Saikaku abre el ciclo ''ukiyo'' y Ueda lo cierra, pues como bien dice Carandell: “entre las obras de ficción de Ihara Saikaku, muerto en 1693, y el libro de madurez de Ueda Akinari, en el último cuarto del siglo xviii, no se produjo nada realmente perdurable” (14). Después, a mediados de su tercera década de vida, Akinari da un giro al timón literario y se rebela contra el ''ukiyo'', se pone a estudiar chino clásico y literatura antigua japonesa, y desarrolla por única vez un texto de estilo pulido con tema fantástico. El resultado de tal mutación es ''Ugetsu monogatari'', un grupo de relatos sin igual que inscribirá su nombre en la posteridad, será su pasaporte al canon.
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El culto a la belleza está presente en Mishima, a veces en un nivel alto de abstracción, cuando se hace referencia a la belleza en el arte, la literatura o la naturaleza, pero otras veces se concreta magníficamente en un cuerpo masculino palpable. En su valoración, Mishima retoma a famosos sexólogos del xix  y principios del xx , como Hirschfeld y Havelock Ellis, a quien cita: “Según este autor, sólo los homosexuales son sensibles a la belleza del cuerpo masculino, y hubo que esperar la aparición de un homosexual como Winckelmann —pionero del helenismo moderno— para que se estableciera un sistema de la estética masculina en la escultura griega” ''(El color prohibido,'' 120). Los heterosexuales, ya sean hombres o mujeres, casi siempre son insensibles a los misterios más hondos de la belleza viril (hay sus excepciones, como el Shonsuké de ''Color prohibido),''  como si sólo el propio sexo fuera capaz de percibir los niveles más íntimos de la belleza. En ''Confesiones,''  el personaje creado por Mishima se excitaba sexualmente ante “la estatua de un joven desnudo, plasmada según los criterios clásicos griegos” (99). San Sebastian será su versión cristiana. Su gusto por el arte griego se mantiene, aunque levemente modificado, pues en ''Color prohibido'' se describe la primera aparición del hermoso personaje Yuichi, saliendo del mar, en estos términos: “Era un joven de sorprendente belleza. La seducción que se desprendía de su cuerpo era suave, casi dubitativa, y evocaba no tanto una estatua griega de la época clásica como un Apolo esculpido en bronce por un artista de la escuela del Peloponeso” (36).    
  
En esta colección de historias hay fuentes chinas adaptadas al entorno nipón, lo mismo que menciones de obras representativas de la cultura japonesa. Lo suyo no fue un simple acto mimético, pues por su estilo y tratamientos literarios, sus historias superan con mucho a sus modelos. Hay una admiración por lo clásico, que se mira como absoluto, como meta ideal, por oposición a un presente literario que ya no entusiasma. En palabras de Young:
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Más adelante afirma que “de las delicadas líneas de aquel cuerpo irradiaba una fragancia que evocaba la ‘dulzura prerrenacentista’ a la que se refirió Walter Pater” (37), el famoso esteta del siglo xix . Hay, pues, en estas novelas de Mishima un vínculo constante entre belleza, homosexualidad y pensamiento esteticista del siglo romántico (Pater, Wilde, Huysmans, lo mismo que Flaubert, Villiers de l’Ile Adam, Byron, Keats, Rodenbach y Beardsley, mencionados explícitamente). El autor había abierto su primera novela, con un epígrafe de Dostoievski que alude a la “belleza de Sodoma” en forma de pregunta: “¿Hay belleza en Sodoma? Creedme, muchos son los hombres que encuentran su belleza en Sodoma. ¿Sabíais este secreto? Lo más horroroso es que la  belleza no sólo es aterradora, sino también misteriosa. Dios y el Diablo luchan en ella, y su campo de batalla es el corazón del hombre” (''Confesiones…,'' 5).    
* Akinari himself had come to see the literature of his day as being in a sorry state. As his acquaintance with the masterpieces of the past broadened, it was natural that he felt a yearning for the glories of a bygone age and a desire to elevate contemporary literature to a similar plane. In his preface to ''Ugetsu'', Akinari compared his work to ''Shui hu chuan'' and ''The Tale of Gengi''. It is doubtful whether he really expected it to prove equally monumental, but it represented his conscious attempt to revive the spirit of the Heian classics, and he had polished it meticulously (52).
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En esta obra, Akinari mezcla lo clásico antiguo (en tema y forma) con el ''ukiyo'' popular, sometido todo ello a la tensión de un refinamiento lingüístico que no excluye lo histórico ni lo coloquial, en un registro fantástico que cautivará a sus lectores. Al decir de Carandell:
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Vemos que Mishima califica a la belleza de “aterradora” y “misteriosa”. En ''Color prohibido'' hablará de la “belleza negativa”, “la que es imprevista, inquieta, nefasta; la que es desdichada, inmoral, anormal” (17), y que está vinculada con la decadencia, la desilusión y el hastío. En dicha novela es el tipo de belleza que caracteriza la obra literaria de uno de sus dos principales personajes masculinos: Shunsuké, el escritor viejo, feo y heterosexual que manipulará al hermoso y homosexual Yuichi para vengarse de las mujeres. Shunsuké sabe francés, conoce la literatura europea del xix , ha traducido a Huysmans y a Rodenbach al japonés. Fue romántico en su juventud y después quiso ya no serlo, pero no ha podido romper del todo con “la eternidad romántica”. Misántropo y misógino, Shunsuké pacta fáusticamente con Yuichi para que seduzca a hombres y mujeres por él designados, aunque sólo se acueste con aquéllos. Por su parte, el joven Yuichi llega a descubrir su propia belleza gracias a la acción del escritor, igual que le pasó a Dorian Gray bajo el influjo de otro esteta, lord Henry Wotton, sólo que, a diferencia del joven inglés, el japonés sí logrará sobrevivir a su impulsor.    
* sería incorrecto suponer que el ''Ugetsu monogatari'' es un ejemplo y cifra del neoclasicismo dieciochesco. Tiene también la cara del ''ukiyo'', la fuerza popular. Como se ha dicho, el clasicismo de aquel tiempo fue revitalizado por la otra cara, exuberante y frívola, de las nuevas corrientes […]. En un paso más allá, el propio Ueda Akinari introdujo en esa vena romántica el relato de corte tradicional y de estilo clásicamente perfecto, o, lo que es lo mismo, inquietó la narrativa clásica con el temblor romántico del ''ukiyo'' (18).
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Es interesante observar cómo los lectores occidentales del giro literario de Ueda, en este caso Carandell, pero también Young (48), terminan refiriéndose a él como “romántico”, concepto que se relaciona ambiguamente con lo clásico, en un gesto de hibridación textual, proyectando así en el mundo japonés sus categorías críticas europeas. ¿No nos recuerda esta operación de escritura llevada a cabo por Akinari la propuesta de Walpole cuando hablaba de mezclar lo antiguo y lo moderno? Es así como el rasgo de hibridez en cuanto al género y estilo —pero también en cuanto a la alta y baja cultura— con que se ha caracterizado al gótico europeo calza también para el caso de Ueda Akinari.
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De hecho, es posible pensar en la novela de Mishima como una reelaboración de tópicos de la novela de Wilde, con su mezcla de esteticismo y homosexualidad (algo velada, en la novela de Wilde, aunque activa, como lo muestran algunas de sus adaptaciones cinematográficas: Dallamano 1970, Parker 2009), y abiertamente manifiesta en la de Mishima. Wilde, en su novela, afirma que “A Dorian Gray le había envenado un libro. Había momentos en que consideraba simplemente el mal como un medio necesario para poder realizar su concepción de la belleza” ''(El retrato de…,''  160). A Shonsuké le pasó lo mismo que a Dorian Gray, se envenenó con el libro de Huysmans, pero como era feo, tuvo que usar al bello Yuichi para sus propósitos. Llama la atención que Wilde nunca diga en forma directa que el libro que envenena el alma de Dorian es el de Huysmans, pero para el buen conocedor las señales son claras. De hecho, el capítulo xi  de la novela muestra la agenda ética y estética no sólo de Dorian Gray, sino también de Flores-sas des Esseintes, aunque menos misántropa, pues Dorian no se aleja  del mundo —todo lo contrario—, a diferencia del célebre personaje de Huysmans. Mishima extiende los atributos negativos de la belleza a la propia homosexualidad que, aunque aceptada por él, es vista con suspicacia, a veces asimilada a la enfermedad y a la fealdad, aunque también, en paradójico giro, a la suprema pureza por conducto de la muerte de los amantes.    
  
Kazuya Sakai ha traducido al español el título ''Ugetsu monogatari'' como “Cuentos de luna y de lluvia” (1969), y Manuel Serrat como “La luna de las lluvias” (2009); a diferencia del primer traductor, Serrat excluye del título el aspecto narrativo implícito en el término “monogatari”, una categoría de relato sin equivalente exacto en la literatura occidental, pues combina novela, narración histórica, cuento de hadas, poesía, folletín, costumbres y amores, una marca más del mestizaje de género. Piénsese al respecto en el famoso libro ''Genji monogatari'', un clásico de la literatura japonesa de principios del siglo xi, escrito por la dama de la corte Murasaki Shikibu, alabado por autores como Borges, Paz y Yourcenar y que se ha traducido al español como “relato”, “romance” o “historia” de Genji, el personaje masculino de eso que a un lector contemporáneo le parece una novela. Volviendo a Akinari, su título alude al momento cuando el autor terminó de escribir sus historias, una noche en que la luna brillaba turbiamente entre las nubes después de la lluvia, por lo que también podría traducirse, según Young, como “cuentos de luz de luna y de lluvia” o bien “cuentos de la luna nublada”. En todo caso, en él se privilegian el agua, la luz lunar, la penumbra; se trata de relatos húmedos, de claroscuros, que vehiculan en sus signos terribles toda suerte de demonios y de espectros.
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En ''El color prohibido'' Mishima compara la homosexualidad con “una enfermedad incurable de raíz estética” (82) que vuelve monstruoso e inevitable el apetito carnal, esto en tiempos de modernidad, porque quizá antes, en una edad de oro perdida, el amor viril fue camino de salvación, cruce misterioso de religión, milagro y sexo entre adulto y adolescente, en los tiempos míticos del ''nanshoku'' o amor viril de los monjes medievales, que había cedido su lugar a la comercialización y a la prostitución burguesa del periodo Edo, como se aprecia, por ejemplo, en la obra del escritor Ihara Saikaku, del siglo XVII, el que el propio Mishima se refiere (pensaba que desde la obra de Saikaku no se había escrito tan bien sobre la homosexualidad en su país como con su propia novela, ''Confesiones),''  igual que hace otras referencias, sin faltar la de Kukai, esto es, Kobo Daishi (774-835), fundador del budismo tántrico en Japón, el Shingon, traído desde China, y a quien se achaca la introducción de la homosexualidad en Japón, venida también de la China, y que quedó asociada así con el budismo. Al respecto apunta Paul Gordon Schalow:
  
Resulta llamativo que Akinari, quien provenía del ''ukiyo'' realista, dé este giro de registro hacia lo fantástico de manera excepcional, pues es el único título en su obra con estas características no-miméticas, y sin embargo ha eclipsado a todo el resto, consistente en seis obras más. Como afirma Young: “''Ugetsu'' was to be Akinaris only venture into the literature of the supernatural, yet it has proved superior to all of its predecessors and followers in the genre in Japan. Like no other work, it combines a vivid ghostly atmosphere with a poetic style that is a delight to read” (53). Poco antes, Young había dicho que “Akinari produced a work of eerie beauty that represents the highest artistic level reached by the supernatural tale in Japan” (50).
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ya para el siglo xvii  Kukai se había establecido con firmeza en la iconografía literaria como patrono virtual del amor homosexual; en algunos contextos literarios la sola mención de su nombre o del Monte Koya, lugar donde Kukai fundó el conjunto de los grandes templos del Budismo Shingon, denotaba homosexualidad (''El gran espejo…,'' 16).    
  
De los lectores de Akinari que se han preguntado sobre la importancia de las creencias del autor en lo sobrenatural para elaborar sus relatos, Young tiende a disminuirla al afirmar que no fueron incompatibles con lo que llama “una visión racional de la vida”, lo que se ve más en el resto de su obra, mientras que Kazuya Sakai, si bien acepta la fuerza de tales creencias en el autor, considera arriesgado “considerar este aspecto de su inclinación como motivación directa y principal en la creación de ''Ugetsu''” (20). Y así debe de ser, puesto que como señalamos, lo fantástico es excepcional en su trabajo literario pero no así en su vida personal, pues según la leyenda fue salvado de la muerte por el dios-zorro Inari. Parece que el afligido padre de Akinari acudió al templo de dicho dios para pedir por la salud de éste, quien agonizaba. El hombre se quedó dormido en medio del rezo y la meditación y tuvo una visión en la que se le aparecía el dios para predecir la curación del niño, proclamando que viviría hasta los 67 años (de hecho, murió a los 75). El autor mantuvo su devoción hacia ese dios (inscrito en su propio nombre) por el resto de sus días, y hasta le ofrendó poemas.
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==La homosexualidad en el contexto japonés==
  
En los cuentos de Akinari, los fantasmas que pueblan los textos chinos y del viejo Japón dejan de ser planos, unidireccionales, dedicados simplemente a aterrorizar como en la leyenda oral, y adquieren psicología y alta expresión estética sin dejar de asustar, o mejor, de asombrar. En este sentido me resultan muy modernos e inquietantes, y por eso causaron revuelo entre sus coetáneos; además, la modernidad que bien pronto encauzaría al país supo también reconocer en ellos un tesoro literario, vigente hasta la actualidad. Akinari escribió en una época en que —a su juicio— la sociedad decaía en relación con un pasado ideal y clásico. Hay en sus cuentos un componente ético importante, porque sin llegar a la moraleja se encuentra de pronto la alabanza de alguna virtud que falta en el mundo presente. Es el caso de la fidelidad y la hermandad en uno de los primeros cuentos del ''Ugetsu'', “Cita en el día del crisantemo”, que para juicio de muchos es la mejor historia del conjunto.
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A diferencia de los escritores europeos del siglo xix  que escribieron pioneramente sobre pasiones homosexuales, y que lo hicieron sobre un trasfondo cultural de vicio, pecado y contranatura, dados los antecedents  judeocristianos, cuando Mishima lo hace a mediados del xx  en Japón, escribe en una tradición literaria en la que la homosexualidad (o sus equivalentes culturales), antes del arribo de la modernidad occidental, no había sido concebida dramáticamente como pecado, sino más bien como una falta relativamente menor, digna a veces más del chiste o de la risa que de castigo y muerte, o bien como paradójico camino de iluminación. Dichas faltas sexuales podían condenarse como transgresiones menores o apegos mundanos, pero su gravedad era menor que las relaciones con mujeres, cuando menos en el ámbito monástico. Los primeros misioneros cristianos en Japón se refirieron al asunto y se escandalizaron, no sólo por la gran difusión de la práctica, sino por la gran tolerancia social al respecto. El ''nanshoku''  o amor viril se desarrolló en un ámbito budista, estaba idealmente estructurado sobre la edad (criterio, sin embargo, no siempre existente ni en Saikaku ni en Mishima), pues suponía un adulto y un adolescente, y se daba sobre una base misógina. En su carácter pedagógico y temporal (pues la llegada del adolescente a la adultez marcaba el fin de la relación sexual), se parece mucho, ''mutatis mutandis,''  a la ''paideia''  griega. Quizá en el contexto monástico tal estilo pederástico de edades diferenciadas fuera dominante, aunque entre más secular el medio, menos fuerte era tal modelo, que podía adquirir formas más igualitarias en edad entre los amantes, sobre todo cuando se privilegia el vínculo entre homosexualidad y amistad. Así, se pregunta Mishima en ''Color prohibido,'' novela en la que el criterio de diferencia de edad entre los amantes aparece pero no prevalece:
  
El escritor contemporáneo Haruki Murakami la resumió así en su novela ''Kafka en la orilla'', por boca de uno de sus personajes:
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¿No será que el simple sentimiento de pura amistad que reaparece tras el acto (sexual) es la esencia de la homosexualidad? ¿No está el deseo destinado a producir ese estado de soledad en el que, una vez que ha sido satisfecho, cada uno vuelve a ser un simple individuo del mismo sexo que el otro? Los miembros de esta tribu quieren convencerse de que se aman porque son hombres, pero la realidad es más cruel: ¿no será que al amarse reconocen al fin que son hombres? (401)
* Dos guerreros se hacen amigos y juran ser hermanos de por vida. Entre samuráis, este juramento es muy importante. Hacer esta promesa equivalía a poner la vida en manos del otro, a entregarla gustosamente por el otro de ser necesario. Eso significaba. Los dos viven en regiones muy alejadas y sirven a dos señores diferentes. “Cuando el crisantemo esté en flor, iré a visitarte”, le anuncia uno al otro. “Te espero”, responde el otro. Sin embargo, el samurái que tenía que ir a visitar a su amigo se ve envuelto en problemas en su señorío y es arrestado. No puede salir. Tampoco le está permitido escribir una carta. Pronto acaba el verano, avanza el otoño y llega la estación en que florecen los crisantemos. El samurái no puede cumplir la promesa que le ha hecho al amigo. Para un samurái, una promesa tiene una importancia capital. La fidelidad tiene más valor que la propia vida. El samurái se suicida abriéndose el vientre y su espíritu recorre una larga distancia para reunirse con su amigo. Ambos, ante las flores del crisantemo, hablan hasta la saciedad y luego el espíritu desaparece de la faz de la Tierra. Es una historia preciosa (285).
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Sí, es una historia preciosa pero aparece de forma un poco distinta en el texto de Ueda, pues para empezar sólo uno de los dos amigos es samurái, mientras que el otro es un letrado, y esto no era insignificante en la sociedad japonesa. El guerrero enferma cuando está de paso por la tierra del artista; éste lo cuida asiduamente hasta que aquél recupera la salud y se marcha a cumplir sus obligaciones militares, tras hacer la promesa del reencuentro. Este proceso está descrito con una carga no sólo fraternal, sino también erótica, aunque de manera más bien velada. Esta sutil y creciente carga homoerótica es la razón por la que Murakami recuerda el texto de Akinari como si fuera un cuento de amor entre samuráis, haciendo una conexión quizá involuntaria con los relatos del maestro del ''ukiyo'' ya mencionado, Ihara Saikaku, específicamente con su conjunto de historias de amor entre samuráis titulada ''El gran espejo del amor viril'', de 1687, y que tanto Akinari como Murakami conocieron. [[#fn0005|<sup>1</sup>]] Este rasgo homoerótico añade una carga transgresora al cuento, en donde el deseo termina superando a la muerte, y ésta es una característica que amarra a Ueda con lo gótico, en donde también la sexualidad suele tener esta dirección a contracorriente.
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El antiguo amor viril japonés encontró fundamentos míticos, según nos señala Bernard Faure, en tres tradiciones:
  
En este cuento el homoerotismo se sublima por medio de la fraternidad y la lealtad ante todo, pero no siempre es así: también puede salirse de control, como ocurre explícitamente en otra historia del conjunto llamada “El capuchón azul”, en donde un monje virtuoso cae en desgracia por el amor a un mancebo. El problema, en términos budistas, no es el objeto de su deseo sino el simple acto de desear, y sobre todo, como en este caso, con un apego tal que lleva al protagonista a transformarse en un monstruo que espanta al pueblo tras devorar el cadáver del joven, muerto por una extraña enfermedad. El monje caído se salvará por la intervención de otro monje, un viajero que llega al lugar e interviene exitosamente para su recuperación búdica, la que sin embargo supondrá también su desaparición física.
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one tradition traces the origins of homosexuality as far back as Japanese mythological times, with the legend of the two friends Otake no miko-to and Amano no mikoto. Another mythological tradition goes back to ancient Chinese mythology. A third is purely Buddhist. A compromise between Chinese and Buddhist elements can be found in the legend of King Mu, who received from the Buddha a magical stanza, which he latter transmitted to his young lover to protect him from harm when the latter was sent into exile ''(The Red Threat,''  237).    
  
La diferencia entre la narración de Akinari con las historias de amores prohibidos entre monjes y mancebos que cuenta su antecesor Saikaku es abismal, pues aquél no se limita a hacer una crónica del deseo flotante, con sorna o picardía, sino que la pasión desbordada literalmente convierte en monstruo al personaje, lo vuelve sujeto de la imaginación gótica y termina disolviéndolo en polvo y aire. Debe tenerse en cuenta que la libertad con que Akinari aborda lo homoerótico se debe a la distinta concepción de la homosexualidad masculina en Japón antes de su occidentalización, con una tradición más liberal al respecto, sin la carga de culpa, pecado y perdición por nosotros conocida. Como acabamos de mencionar, Saikaku había escrito sus historias de amor entre samuráis un siglo antes de Akinari, y autores más recientes que también abordaron en sus obras el tema homosexual, como Yukio Mishima en el siglo pasado, reconocen dicha diferencia cultural entre Japón y Occidente en la valoración de lo homosexual, tal como lo hace Mishima en su novela ''El color prohibido'', en la que directamente se refiere a Saikaku y a Akinari como sus antecesores japoneses en la narración de historias homoeróticas.
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En la historia japonesa la homosexualidad aparece asociada tanto a los monjes budistas y samurais medievales como a los artistas de después del periodo Kamakura (1185-1333), o los mercaderes del periodo Edo (1603-1868). A diferencia de Occidente, donde las referencias culturales de la homosexualidad son hacia el pecado y el vicio, la herejía o el diabolismo, cuando el cristianismo desplazó al paganismo, en Japón hay instancias culturales de prestigio asociadas con ella: la religión —en especial el budismo—, la milicia, el arte y, menos, el comercio (culpable de la caída del amor viril en la prostitución), aunque esta memoria homosexual se haya a veces atenuado con la modernidad cristiana y secular. Sin duda, como dice Faure, hay una cierta continuidad entre el ''nanshoku'' premoderno y la homosexualidad japonesa moderna, que explicaría una imagen relativamente más positiva de ésta, pese a un cierto conservadurismo social.    
  
Otra correspondencia en nuestra apuesta analógica intercultural entre el gótico europeo y el japonés se refiere a la importancia narrativa del ‘lugar encantado’, ese sitio antiguo o en ruinas, escenario de algo ido y desconocido, poseedor de un secreto cuya develación es parte del atractivo de la narración. Es el ''locus'' propicio para toda suerte de fantasmas, representantes justamente de ese tiempo desaparecido y velado, pero no por ello disuelto sino apenas latente, flotando en el aire como una nube amenazadora que podría volverse tormenta. Se establece una relación estrecha entre el espacio, el fantasma y el secreto. En palabras de Hogle:
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El discurso tradicional ''nanshoku''  proviene de dos periodos diferentes: el tardío medieval o Muromachi (1338-1573) y el premoderno Edo. Literariamente destacan los budistas ''Cuentos de Chigo,''  o ''Chigo Mono-gatañ,''  en los que se da una idealización de los muchachos, tanto como iniciables a la sexualidad por un adulto amoroso, como iniciadores del adulto en un misterio búdico, como avatares de lo divino. Pareciera que la homosexualidad budista en Japón oscila entre una eufemización (efe-bización) de la explotación sexual, quizá una sublimada autojustifica-ción de los monjes para acceder al cuerpo adolescente, por una parte, y por otra como la glorificación de la relación pederástica en tanto forma elevada de educación y, a veces, de iluminación, como medio hábil de una deidad budista que asume la forma juvenil deseada por el monje para literalmente ser seducido y llevado a la salvación. Dos conocidos  bodisatvas (esto es, budas que se niegan a asumir su nirvana para beneficiar al resto de los seres sensibles) que adoptan tales métodos transexuales para cumplir sus cometidos iluminadores son Manjushri (Monju), figura de sabiduría con apariencia juvenil, y Kannon, diosa de compasión que, en sus previas versiones en la India y el Tibet, había sido concebida en forma masculina como Avalokiteshvara y Chenrezig, pero que ya en China cambió de sexo para ser Kuan Yin y Kannon en Japón.[[#fn0005|<sup>1</sup>]]
* Within this space, or a combination of such spaces, are hidden some secrets from the past (sometimes the recent past) that haunt the characters, psychologically, physically, or otherwise at the main time of the story. These hauntings can take many forms, but they frequently assume the features of ghosts, specters, or monsters (mixing features from different realms of being, often life and death) that rise from within the antiquated space, or sometimes invade it from alien realms, to manifest unresolved crimes or conflicts that can no longer be successfully buried from view (2).
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En el relato “La cabaña entre las cañas esparcidas” nos encontramos de nuevo con el tema del reencuentro de los amantes separados por circunstancias adversas, como vimos en el ya comentado “Cita en el día del crisantemo”: uno en clave heterosexual, centrado en la mujer fiel y su esposo comerciante que retorna, y el otro en clave homosexual entre el samurái y el letrado, siendo este último quien asume la función de esperar al otro. La fidelidad es el valor ético y erótico que sostiene ambas historias. Mientras en uno quien espera en la casa abandonada es la muerta al vivo, en el otro es el vivo quien aguarda en su casa al muerto. En ambos casos hay un reencuentro breve, lo que dure la luna tras la lluvia, del vivo con el muerto (o la muerta), ignorando el primero que la efímera compañía es la de un fantasma (también el lector lo ignora, y el descubrirlo es parte del efecto narrativo).
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Mishima conoce bien toda esta literatura tradicional y premoderna de ''nanshoku''  de su natal Japón, pues en diversas ocasiones se refiere a ella a partir de sus personajes, sobre todo en ''El color prohibido,''  aunque, como moderno y secular que es, no cree mucho en los elementos espirituales asociados que estarían en la base mítica de la homosexualidad monástica, tal como se desprende de la ironía usada por su personaje Shonsuké cuando se refiere al chigo como “camino de salvación”. De hecho, aunque Mishima aborde asuntos religiosos, cuando lo hace le interesa en tanto fenómeno cultural, histórico o narrativo, no le interesa mucho el aspecto propiamente religioso. Por ejemplo, se vale de la hipótesis budista de la reencarnación en su tetralogía ''El mar de la fertilidad,''  pero no como un asunto místico, sino como una estrategia narrativa que le permite desarrollar cierto esquema dramático de un mismo amor con cuatro combinaciones: un miembro envejece a lo largo de las  cuatro novelas y el otro muere y renace, muere y renace: es el mismo/la misma y es otro y otra.    
  
En el cuento “La impura pasión de una serpiente” la casa fantasmal es asimismo un espacio importante, el lugar derruido que por magia erótica se reconstruye y sirve de ámbito al encuentro entre un hombre y una mujer que se obsesionará con él y que lo perseguirá a lo largo de la historia; es una mujer que reúne atributos humanos y animales, específicamente de serpiente. En vez del espacio maravilloso que el hombre experimenta, lo que otros personajes ven se describe de manera muy distinta:
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La visión larga que tiene Mishima de la homosexualidad en Japón se combina con su conocimiento de la homosexualidad en Europa, desde sus antecedentes griegos, por lo que en ''Color prohibido''  no faltan las menciones a los textos platónicos (''Fedro''  y ''El banquete'' ), que se proyectan en el Renacimiento y en el esteticismo romántico del xix , tan caros al autor japonés.    
* El interior se veía más derruido que el exterior. Los guardias se internaron más y más. Los jardines eran muy amplios. El lago artificial del jardín y las plantas acuáticas estaban totalmente secos; en medio de un zarzal aplastado se erguía, tenebroso y trágico, un pino abatido por el viento. Cuando abrieron la puerta de la sala de recepción los acogió un soplo de aire con olor acre, fantasmal, que los hizo estremecer; la partida retrocedió, sobrecogida de temor ([[#bib0005|Ueda, 1969]]: 138).
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Con este cuento se entra de lleno en el motivo de los personajes femeninos nefastos que hablan de mutaciones debidas a pasiones impuras y desmedidas, a veces tomados de la mitología tradicional. En este caso tenemos a la mujer-serpiente que persigue al viril objeto de sus deseos, pero en el cuento “El caldero de Kibitsu” encontramos una situación distinta, no lo femenino que desde el principio es maligno, sino la mujer fiel y tradicional, epítome de las virtudes femeninas (igual que la muerta que esperaba al marido ausente en “La cabaña entre las cañas esparcidas”), pero que debido a las infidelidades continuas del consorte se va transformando en un monstruo celoso que destruirá a sus enemigos. Al decir de Kazuya Sakai, este cuento
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==La belleza vacía==
* está considerado por los críticos especializados como el cuento que dentro de ''Ugetsu'' y aun de toda la literatura japonesa, representa un logro en horror y suspenso […] La impresionante escena de la aparición (del fantasma), seguida de la horrible venganza que descarga sobre su marido, resumen su invención magistral del horror y del suspenso (46-47).
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Mientras las mujeres de “El caldero de Kibitsu” y “La impura pasión de una serpiente” fácilmente entran en el arquetipo de féminas fatales, la de “La cabaña entre las cañas esparcidas” es más bien su opuesto y encarna la virtud confuciana, subordinada al padre, al esposo, al hermano o al hijo.
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En una siguiente novela de mediados de la década de 1950, titulada ''El pabellón de oro''  (1956), Mishima retoma el asunto de la belleza en un nuevo contexto. Vuelve a la narración en primera persona de ''Confesiones''  pero deja de lado el asunto de la homosexualidad y se concentra en la belleza de un cuerpo no humano, en este caso, un antiguo pabellón budista que captura la imaginación enfermiza del monje narrador, quien pretende alcanzar con sus ojos “la esencia misma de lo Bello”, puesto que “no creía en otra belleza que la perceptible por el ojo humano” (27).    
  
Desde una cierta ideología misógina, si bien la mujer es más proclive que el hombre para caer posesa de pasiones impuras, que incluso pueden pasar de una vida a otra (dado el contexto budista de renacimiento y karma), el hombre que se descuida es también susceptible a ello, tal como vimos con el monje de “El capuchón azul”, quien por la pasión desmedida hacia un mancebo perdió su virtud y se transformó también en un monstruo depredador, hasta que intervino un monje firmemente virtuoso. En todos estos casos, el mucho desear, el anhelar en exceso monstruifica, samsariza, sumerge a hombres y mujeres en la rueda de la vida y de la muerte, los vuelve animales y demonios, metamorfosis que sólo acaban cuando la virtud los libera de su tremendo sufrimiento. Como puede apreciarse, hay un indudable sabor budista que permea estas historias.
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El narrador confiesa que “cuando se concentra el espíritu sobre la Belleza, uno cae sin darse cuenta sobre lo más negro que hay en el mundo en materia de ideas tenebrosas” (48). Paulatinamente se establece una especie de duelo entre el monje tartamudo y, más que feo, anónimo, invisible de tan corriente, y el hermoso y antiguo pabellón, en cuya construcción la sangre y la guerra no han sido extrañas:
  
Sirvan estos esbozos críticos a los cuentos de Akinari para afirmar su pertenencia al género gótico, a pesar de sus especificidades culturales e históricas. Éstos permiten conceptualizar dicho género como una categoría transcultural, como un puente de signos siniestros, siquiera a modo de hipótesis a partir del caso de este excelente autor japonés, que no en balde ha fascinado a propios y extraños. Aquí cabe mencionar, en las letras mexicanas, a Carlos Fuentes, quien se refiere a los cuentos de Akinari como una de sus influencias mientras escribía ''Aura''; y no sólo al texto escrito, sino sobre todo a la versión cinematográfica que hizo Kenji Mizoguchi en 1953 y que ganó el León de Oro en el festival de cine de Venecia.
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Nada más natural que guerras y alarmas, montones de cadáveres y ríos de sangre fuesen para la belleza del Templo de Oro una nueva fuente de riqueza. Su propia arquitectura, ¿no era hija del pánico? ¿No había sido concebido y edificado por una muchedumbre de posesos de alma sombría? (37).
  
==Bibliografía==
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La mayoría de las acciones narrativas transcurren en este ambiente monacal budista, en el que los supuestos rigores de tal tipo de vida zen están más bien ausentes, pues los monjes, desde el prior más elevado  hasta los más jóvenes, se dan sus escapadas para acostarse con jóvenes ingenuas o prostitutas, o beben sake en sus recintos privados, o prestan dinero con intereses. Se confirma la mirada secular de Mishima cuando aborda temas o ambientes religiosos. Progresivamente el hermoso pabellón va adquiriendo una existencia semieterna, se convierte en un símbolo de la desaparición del mundo fenomenal o samsárico, en una maligna influencia que afecta al monje, al grado que la única manera que encuentra para escapar de su hechizo es incendiándolo.     
  
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En esta novela, el artista debe destruir la obra de arte para no ser destruido por ella, como un exitoso Dorian Gray que sobreviviera a la destrucción de su retrato para recuperar su vida, su alma empeñada. Es lo opuesto de lo que acontecía en ''Color prohibido,'' en que el hermoso Yuichi, marioneta estética del escritor feo, al final se rebela contra su creador, el escritor Shonsuké, empujándolo al suicidio. Aquí, la belleza destruye al artista viejo, mientras que en ''El pabellón de oro'' el artista destruye a la belleza para sobrevivir. De esta manera, la pretensión esteticista de otorgar a la belleza el lugar máximo y decisivo es superada. No en balde no queda en esta novela ninguna referencia a la belleza decadente del siglo xix , concentrándose más bien en las referencias japonesas.    
[[#bib0005|Ueda, 1969]] Ueda, Akinari. ''Cuentos de lluvia y de luna''. Introd., ed. y trad. Kazuya Sakai. México: Era, 1969.</li>
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===Bibliografía recomendada===
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Para disolver la fuerza todopoderosa que la belleza ejerce sobre el artista, Mishima retoma del budismo Zen su enseñanza del vacío como consustancial a la forma, y la forma como consustancial al vacío. Descubre que “el poder de la auténtica visión reside, en suma, en la conciencia de que nuestro corazón no tiene forma ni apariencia. Pero para estar en condiciones de alcanzar esta ausencia de apariencias, ¿no se precisa dirigir a la fascinación de las formas una mirada particularmente aguda?” (124). Y justo es lo que hace el monje al destruir el templo, al comprender que éste no “era sino estructuras minuciosamente elaboradas, edificadas sobre el no-ser”, que “estaba saturado de noche”, y que “su sustancia estaba hecha de pesadas, suntuosas tinieblas” (145), en una suerte de oscura iluminación.
  
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De tal forma, en esta novela Mishima rompe el contrato esteticista decimonónico que tanto admirara y que otorgaba a la belleza un poder de ídolo, y la reduce a cenizas por el poder del fuego crítico. Quizá sin proponérselo, de manera indirecta, aquí Mishima funciona como un  buda fallido, pues si bien su personaje logra cierta sabiduría del vacío (''prajna'' ), no alcanza sin embargo a desarrollar la otra ala necesaria para volar como bodisatva, que es la compasión (''karuna'' ): en palabras de su personaje “carecía del sentido de la expansión y de la solidaridad con todo lo vivo”, mismo que lo arrojaba a una soledad que lo perseguía a todas partes sin cesar, concluyendo que “ni siquiera se sentía solidario con la nada” (''El pabellón…'' , 125). Su personaje no sólo obtiene esta paradójica sabiduría oscura, sino que, además, cree que, ya que el sufrimiento es inextirpable en la vida, lo mejor es multiplicarlo en los demás para no sentir tanto el propio, con lo que adquiere así rasgos sádicos, quizá propios de un demonio de algún infierno budista.     
[[#bib0010|Carandell, 2009]] Carandell, José María. “Presentación” a ''La luna de las lluvias (Ugetsu monogatari)''deAkinari Ueda. Trad. Manuel Serrat Crespo. Barcelona: José J. de Olañeta Editor, 2009: 14, 18 y 48.</li>
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==Referencias==
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[[#bib0005|Faure, 1998]] Bernard Faure; The Red Threat. Buddhist Approaches to Sexuality, Princeton University Press, New Jersey (1998)</li>
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[[#bib0010|Mishima, 1987]] Yukio Mishima; A. Bosch (Ed.), Confesiones de una máscara, Planeta, Barcelona (1987) trad.</li>
 
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[[#bib0015|Hogle, 2002]] Hogle, Jerrold E. (ed.) “Introduction: the Gothic in the Western Culture”, en ''The Cambridge Companion to Gothic Fiction.'' Cambridge: Cambridge University Press, 2002: 1-20.</li>
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[[#bib0015|Mishima, 2009]] Yukio Mishima; Takahashi Keiko, Fibla Jordi (Eds.), El color prohibido, Alianza Editorial, Madrid (2009) trad</li>
 
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[[#bib0020|Lovelace, 2015]] LOVELACE, ADA.“Ghostly and Monstruous Manifestations of Women:Edo to Contemporary”, en The Irish Journal of Gothic, Horror, Studies, Issue 5 (December 2008)., Artículo disponible en <irishgothichorrorjournal., homestead., com/jwomen., html> [fecha de consulta: 19 de Ene de 2015].,</li>
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[[#bib0020|Mishima, 1985]] Yukio Mishima; Marsé Juan (Ed.), El pabellón de oro, Seix Barrai, Barcelona (1985) trad</li>
 
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[[#bib0025|Murakami, 2002]] Murakami, Haruki. ''Kafka en la orilla''. México: Tusquets, 2002.</li>
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[[#bib0025|Saikaku, 1984]] Ihara Saikaku; Historias de amor entre samuráis, Del inglés de Armand de Fluviá, Mexico, Fontamara (1984) trad.</li>
 
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[[#bib0030|Sakai, 1969]] Sakai, Kazuya. “Introducción” a ''Cuentos de lluvia y de luna'' de Akinari Ueda. Introd., ed. y trad. Kazuya Sakai. México: Era, 1969: 20-25, 46-47.</li>
+
[[#bib0030|Schalow, 2003]] Paul Gordon Schalow; Introducción; Saikaku Ihara, Sato Amalia (Eds.), El gran espejo del amor entre hombres, Interzona, Buenos Aires (2003) (s.l.), trad.</li>
 
<li><span id='bib0035'></span>
 
<li><span id='bib0035'></span>
[[#bib0035|Ueda, 2009]] Ueda, Akinari. ''La luna de las lluvias (Ugetsu monogatari)''. Presentación de José María Carandell. Trad. Manuel Serrat Crespo. Barcelona: José J. de Olañeta Editor, 2009.</li>
+
[[#bib0035|Schalow, 1998]] Paul Gordon Schalow; The Legend of Kukai and the Tradition of Male Love in Japanese Buddhism” y “Spiritual Dimensions of Male Beauty in Japanese Buddhism; Leyland Winston (Ed.), Queer Dharma, Gay Sunshine Press, San Francisco (1998)</li>
 
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<li><span id='bib0040'></span>
[[#bib0040|Ueda, 2013]] Ueda, Akinari. ''Cuentos de lluvia de primavera''. Prólogo de Carlos Rubio. Trad. Yoshifumi Kawasaki. Gijón: Satori, 2013.</li>
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[[#bib0040|Wilde, 1959]] Oscar Wilde; El retrato de Dorian Gray, Ramón Sopena, Barcelona (1959)</li>
<li><span id='bib0045'></span>
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[[#bib0045|Young, 1982]] Young, Blake Morgan. ''Ueda Akinari''. Vancouver: University of British Columbia Press, 1982.</li>
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[[#bfn0005|1]]. Resulta llamativo que el célebre director de cine Nagisa Oshima (1932-2013) mencione en su película ''Gohatto'' (1999), que trata justamente de historias de amor entre samuráis, el cuento señalado de Ueda Akinari, y que lo haga con cierto detalle por medio de uno de sus personajes; por otra parte, sí es consciente de que en el texto se trata del amor entre un samurái y un letrado y no de dos samuráis, como glosa erróneamente Murakami.
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[[#bfn0005|1]]. Estos bodisatvas seductores actúan de manera muy distinta a la del Buda histórico ante la admiración de su seguidor Vakkali, un monje que se había convertido, fascinado por la bella apariencia de Buda y que lo seguía embobadamente. En principio, si el mito es cierto, y el cuerpo de Sidarta tenía las 32 marcas físicas de perfección, su belleza debió ser grande, lo que explicaría la actitud de Vakkali y otros (no obstante, algún artista devoto que se puso a dibujar un buda con tales 32 marcas lo que obtuvo fue un monstruo: orejas largas cuyo lóbulo llega a la base del cuello, protuberancia en la coronilla, lengua tan larga que puede tocar cada una de sus orejas, ruedas tatuadas en las plantas de los pies, etc.). A diferencia de los bodisatvas casquivanos, Buda intentó desanimar a su admirador en su obsesión por la apariencia física, por la belleza, cuando pronuncia la sentencia de que “Quien ve el Dharma me ve; quien me ve ve el Dharma”. Falló en su empeño y tuvo que pedirle que se alejara. Años después Vakkali buscará reencontrase con Buda, y en el camino enferma, y es tal el dolor de su afección, que se suicida algo aparatosamente cortándose el cuello. Tras su muerte, Buda verá su cuerpo y dirá que obtuvo el nirvana, lo que llevó a algunos a pensar que el suicidio no era incompatible con la iluminación, en casos extremos, como una enfermedad mortal y dolorosa, como fue el caso de Vakkali, enamorado, como Mishima, de la belleza masculina.

Latest revision as of 11:57, 3 April 2017

En este ensayo se aborda la relación existente entre belleza, homosexualidad y pensamiento esteticista en la obra de Yukio Mishima. La ilustración se da a partir del análisis de tres obras del escritor japonés: Confesiones de una máscara, El color prohibido y El pabellón de oro, lo cual permite contrastar las visiones del mundo europeo y el japonés con respecto al tema de la sexualidad. Se plantean, además, las similitudes existentes en la obra El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde y la novela El color prohibido. Finalmente, se hace una lectura del lugar que ocupa la belleza, desde el punto de vista de los valores estéticos, en la novela El pabellón de oro.

This essay addresses the relationship between beauty, homosexuality and aesthetic thought in the work of Yukio Mishima. The argument embarks from the analysis of three works by the Japanese author: Confessions of a Mask, The Forbidden Colour and The Gold Pavillion. This allows for contrasting visions of the European and Japanese worlds on the subject of sexuality. It also posits similarities between The Picture of Dorian Gray by Oscar Wilde and the novel The Forbidden Colour. Finally, we undertake a reading of the place of beauty, from the point of view of aesthetic values, in the novel The Golden Pavilion.

Palabras clave

Mishima ; homosexualidad ; estética ; belleza ; mundo gay japonés

Keywords

Mishima ; homosexuality ; aesthetics ; beauty ; Japanese gay culture

A Átsuko Tanabe, in memoriam

Es muy probable que Yukio Mishima haya sido el escritor japonés más conocido en Occidente durante la segunda mitad del siglo xx , tanto en vida como muerto (se suicidó en 1970, a los 45 años), ya que su deceso escandaloso, con rito suicida samurai por destripamiento y decapitación, ambos con espada, lo tornaron figura mundial más allá de la literatura, para ser pasto del periodismo y de la televisión (después vendrían el cine y el documental). Su ruidosa muerte fue la culminación de un proceso de vida en que el escritor tímido y flacucho se transformó en otro, física e intelectualmente poderoso, imagen que él mismo se encargó de promover en diversos medios. Esto, claro, unido a su propio talento y a su alta productividad, tanto en formas literarias cultas como populares, así como otras formas de expresión artística: teatro, cine, fotografía.

La fama lo había acompañado desde sus inicios literarios con Confesiones de una máscara (de 1949), aunque no necesariamente por las mejores razones, pues la novela narraba en primera persona el despertar y desarrollo de la homosexualidad sadomasoquista de un personaje masculino (supuesto reflejo del autor), quien descubre sus gustos sexuales lo mismo ante un joven limpiador de letrinas, con su carga de excrementos, con sus axilas sudorosas (que se volverán su fetiche personal), que ante la reproducción fotográfica del san Sebastián renacentista de Guido Reni, icono cristiano que lo obsesionará tanto, que posteriormente Mishima se hará fotografiar en parecida composición. Hay que recordar que dicho santo ha sido incorporado en la cultura gay como su “patrono”, en quien se honra su viril belleza adolorida.

Ya desde esa novela, Mishima establece el tópico literario de la muerte del bello varón, que él remite explícitamente a dos autores emblemáticos del fin de siglo xix europeo: el irlandés Oscar Wilde y el francés Joris-Karl, Huysmans, verdaderos popes del decadentismo esteticista. En una versión mucho más macabra, Mishima confiesa su debilidad por “la muerte, la noche y la sangre” (Confesiones…, 23): “la escasez de sangre, inherente en mí, me había arraigado el deseo de soñar con derramamientos de sangre” (82). Kochan, su personaje, llega a “confundir la naturaleza de sus deseos sexuales con un sistema estético” (35), según su propia expresión, con lo que muy pronto homosexualidad y estética quedan imbricadas en un culto sangriento a la belleza masculina.

La “belleza negativa”

Si bien en Confesiones de una máscara Mishima abordó de frente y en forma directa el asunto de la homosexualidad masculina, en versión masoquista, no puede decirse que sea su único tópico, ni que sea un rasgo exclusivo, pues su personaje se relaciona también con mujeres, con lo que otro tópico se establece: el de amar a la mujer sin desearla sexualmente, con lo que se disocia amor y deseo, como ocurrirá en su siguiente novela al abordar de manera profusa la homosexualidad, titulada El color prohibido (de 1951, apenas dos años después), y con la que se supera el intimismo de la narración en primera persona de Confesiones y se pasa a la colectividad de la tercera persona. Si bien hay interiorización en personajes complejos, hay también un cuadro de época sobre el mundo gay japonés de posguerra. Sus personajes homosexuales pueden acostarse con mujeres, a veces lo hacen, pero siguen fieles al amor viril, que conforma su perspectiva interior. Lo suyo no es impotencia física. Tampoco se trata de bisexuales, que desean a los dos sexos por igual, pues sólo desean a uno, al masculino, aunque a veces amen al femenino, según afirmen, si bien con una visión misógina.

El culto a la belleza está presente en Mishima, a veces en un nivel alto de abstracción, cuando se hace referencia a la belleza en el arte, la literatura o la naturaleza, pero otras veces se concreta magníficamente en un cuerpo masculino palpable. En su valoración, Mishima retoma a famosos sexólogos del xix y principios del xx , como Hirschfeld y Havelock Ellis, a quien cita: “Según este autor, sólo los homosexuales son sensibles a la belleza del cuerpo masculino, y hubo que esperar la aparición de un homosexual como Winckelmann —pionero del helenismo moderno— para que se estableciera un sistema de la estética masculina en la escultura griega” (El color prohibido, 120). Los heterosexuales, ya sean hombres o mujeres, casi siempre son insensibles a los misterios más hondos de la belleza viril (hay sus excepciones, como el Shonsuké de Color prohibido), como si sólo el propio sexo fuera capaz de percibir los niveles más íntimos de la belleza. En Confesiones, el personaje creado por Mishima se excitaba sexualmente ante “la estatua de un joven desnudo, plasmada según los criterios clásicos griegos” (99). San Sebastian será su versión cristiana. Su gusto por el arte griego se mantiene, aunque levemente modificado, pues en Color prohibido se describe la primera aparición del hermoso personaje Yuichi, saliendo del mar, en estos términos: “Era un joven de sorprendente belleza. La seducción que se desprendía de su cuerpo era suave, casi dubitativa, y evocaba no tanto una estatua griega de la época clásica como un Apolo esculpido en bronce por un artista de la escuela del Peloponeso” (36).

Más adelante afirma que “de las delicadas líneas de aquel cuerpo irradiaba una fragancia que evocaba la ‘dulzura prerrenacentista’ a la que se refirió Walter Pater” (37), el famoso esteta del siglo xix . Hay, pues, en estas novelas de Mishima un vínculo constante entre belleza, homosexualidad y pensamiento esteticista del siglo romántico (Pater, Wilde, Huysmans, lo mismo que Flaubert, Villiers de l’Ile Adam, Byron, Keats, Rodenbach y Beardsley, mencionados explícitamente). El autor había abierto su primera novela, con un epígrafe de Dostoievski que alude a la “belleza de Sodoma” en forma de pregunta: “¿Hay belleza en Sodoma? Creedme, muchos son los hombres que encuentran su belleza en Sodoma. ¿Sabíais este secreto? Lo más horroroso es que la belleza no sólo es aterradora, sino también misteriosa. Dios y el Diablo luchan en ella, y su campo de batalla es el corazón del hombre” (Confesiones…, 5).

Vemos que Mishima califica a la belleza de “aterradora” y “misteriosa”. En Color prohibido hablará de la “belleza negativa”, “la que es imprevista, inquieta, nefasta; la que es desdichada, inmoral, anormal” (17), y que está vinculada con la decadencia, la desilusión y el hastío. En dicha novela es el tipo de belleza que caracteriza la obra literaria de uno de sus dos principales personajes masculinos: Shunsuké, el escritor viejo, feo y heterosexual que manipulará al hermoso y homosexual Yuichi para vengarse de las mujeres. Shunsuké sabe francés, conoce la literatura europea del xix , ha traducido a Huysmans y a Rodenbach al japonés. Fue romántico en su juventud y después quiso ya no serlo, pero no ha podido romper del todo con “la eternidad romántica”. Misántropo y misógino, Shunsuké pacta fáusticamente con Yuichi para que seduzca a hombres y mujeres por él designados, aunque sólo se acueste con aquéllos. Por su parte, el joven Yuichi llega a descubrir su propia belleza gracias a la acción del escritor, igual que le pasó a Dorian Gray bajo el influjo de otro esteta, lord Henry Wotton, sólo que, a diferencia del joven inglés, el japonés sí logrará sobrevivir a su impulsor.

De hecho, es posible pensar en la novela de Mishima como una reelaboración de tópicos de la novela de Wilde, con su mezcla de esteticismo y homosexualidad (algo velada, en la novela de Wilde, aunque activa, como lo muestran algunas de sus adaptaciones cinematográficas: Dallamano 1970, Parker 2009), y abiertamente manifiesta en la de Mishima. Wilde, en su novela, afirma que “A Dorian Gray le había envenado un libro. Había momentos en que consideraba simplemente el mal como un medio necesario para poder realizar su concepción de la belleza” (El retrato de…, 160). A Shonsuké le pasó lo mismo que a Dorian Gray, se envenenó con el libro de Huysmans, pero como era feo, tuvo que usar al bello Yuichi para sus propósitos. Llama la atención que Wilde nunca diga en forma directa que el libro que envenena el alma de Dorian es el de Huysmans, pero para el buen conocedor las señales son claras. De hecho, el capítulo xi de la novela muestra la agenda ética y estética no sólo de Dorian Gray, sino también de Flores-sas des Esseintes, aunque menos misántropa, pues Dorian no se aleja del mundo —todo lo contrario—, a diferencia del célebre personaje de Huysmans. Mishima extiende los atributos negativos de la belleza a la propia homosexualidad que, aunque aceptada por él, es vista con suspicacia, a veces asimilada a la enfermedad y a la fealdad, aunque también, en paradójico giro, a la suprema pureza por conducto de la muerte de los amantes.

En El color prohibido Mishima compara la homosexualidad con “una enfermedad incurable de raíz estética” (82) que vuelve monstruoso e inevitable el apetito carnal, esto en tiempos de modernidad, porque quizá antes, en una edad de oro perdida, el amor viril fue camino de salvación, cruce misterioso de religión, milagro y sexo entre adulto y adolescente, en los tiempos míticos del nanshoku o amor viril de los monjes medievales, que había cedido su lugar a la comercialización y a la prostitución burguesa del periodo Edo, como se aprecia, por ejemplo, en la obra del escritor Ihara Saikaku, del siglo XVII, el que el propio Mishima se refiere (pensaba que desde la obra de Saikaku no se había escrito tan bien sobre la homosexualidad en su país como con su propia novela, Confesiones), igual que hace otras referencias, sin faltar la de Kukai, esto es, Kobo Daishi (774-835), fundador del budismo tántrico en Japón, el Shingon, traído desde China, y a quien se achaca la introducción de la homosexualidad en Japón, venida también de la China, y que quedó asociada así con el budismo. Al respecto apunta Paul Gordon Schalow:

ya para el siglo xvii Kukai se había establecido con firmeza en la iconografía literaria como patrono virtual del amor homosexual; en algunos contextos literarios la sola mención de su nombre o del Monte Koya, lugar donde Kukai fundó el conjunto de los grandes templos del Budismo Shingon, denotaba homosexualidad (El gran espejo…, 16).

La homosexualidad en el contexto japonés

A diferencia de los escritores europeos del siglo xix que escribieron pioneramente sobre pasiones homosexuales, y que lo hicieron sobre un trasfondo cultural de vicio, pecado y contranatura, dados los antecedents judeocristianos, cuando Mishima lo hace a mediados del xx en Japón, escribe en una tradición literaria en la que la homosexualidad (o sus equivalentes culturales), antes del arribo de la modernidad occidental, no había sido concebida dramáticamente como pecado, sino más bien como una falta relativamente menor, digna a veces más del chiste o de la risa que de castigo y muerte, o bien como paradójico camino de iluminación. Dichas faltas sexuales podían condenarse como transgresiones menores o apegos mundanos, pero su gravedad era menor que las relaciones con mujeres, cuando menos en el ámbito monástico. Los primeros misioneros cristianos en Japón se refirieron al asunto y se escandalizaron, no sólo por la gran difusión de la práctica, sino por la gran tolerancia social al respecto. El nanshoku o amor viril se desarrolló en un ámbito budista, estaba idealmente estructurado sobre la edad (criterio, sin embargo, no siempre existente ni en Saikaku ni en Mishima), pues suponía un adulto y un adolescente, y se daba sobre una base misógina. En su carácter pedagógico y temporal (pues la llegada del adolescente a la adultez marcaba el fin de la relación sexual), se parece mucho, mutatis mutandis, a la paideia griega. Quizá en el contexto monástico tal estilo pederástico de edades diferenciadas fuera dominante, aunque entre más secular el medio, menos fuerte era tal modelo, que podía adquirir formas más igualitarias en edad entre los amantes, sobre todo cuando se privilegia el vínculo entre homosexualidad y amistad. Así, se pregunta Mishima en Color prohibido, novela en la que el criterio de diferencia de edad entre los amantes aparece pero no prevalece:

¿No será que el simple sentimiento de pura amistad que reaparece tras el acto (sexual) es la esencia de la homosexualidad? ¿No está el deseo destinado a producir ese estado de soledad en el que, una vez que ha sido satisfecho, cada uno vuelve a ser un simple individuo del mismo sexo que el otro? Los miembros de esta tribu quieren convencerse de que se aman porque son hombres, pero la realidad es más cruel: ¿no será que al amarse reconocen al fin que son hombres? (401)

El antiguo amor viril japonés encontró fundamentos míticos, según nos señala Bernard Faure, en tres tradiciones:

one tradition traces the origins of homosexuality as far back as Japanese mythological times, with the legend of the two friends Otake no miko-to and Amano no mikoto. Another mythological tradition goes back to ancient Chinese mythology. A third is purely Buddhist. A compromise between Chinese and Buddhist elements can be found in the legend of King Mu, who received from the Buddha a magical stanza, which he latter transmitted to his young lover to protect him from harm when the latter was sent into exile (The Red Threat, 237).

En la historia japonesa la homosexualidad aparece asociada tanto a los monjes budistas y samurais medievales como a los artistas de después del periodo Kamakura (1185-1333), o los mercaderes del periodo Edo (1603-1868). A diferencia de Occidente, donde las referencias culturales de la homosexualidad son hacia el pecado y el vicio, la herejía o el diabolismo, cuando el cristianismo desplazó al paganismo, en Japón hay instancias culturales de prestigio asociadas con ella: la religión —en especial el budismo—, la milicia, el arte y, menos, el comercio (culpable de la caída del amor viril en la prostitución), aunque esta memoria homosexual se haya a veces atenuado con la modernidad cristiana y secular. Sin duda, como dice Faure, hay una cierta continuidad entre el nanshoku premoderno y la homosexualidad japonesa moderna, que explicaría una imagen relativamente más positiva de ésta, pese a un cierto conservadurismo social.

El discurso tradicional nanshoku proviene de dos periodos diferentes: el tardío medieval o Muromachi (1338-1573) y el premoderno Edo. Literariamente destacan los budistas Cuentos de Chigo, o Chigo Mono-gatañ, en los que se da una idealización de los muchachos, tanto como iniciables a la sexualidad por un adulto amoroso, como iniciadores del adulto en un misterio búdico, como avatares de lo divino. Pareciera que la homosexualidad budista en Japón oscila entre una eufemización (efe-bización) de la explotación sexual, quizá una sublimada autojustifica-ción de los monjes para acceder al cuerpo adolescente, por una parte, y por otra como la glorificación de la relación pederástica en tanto forma elevada de educación y, a veces, de iluminación, como medio hábil de una deidad budista que asume la forma juvenil deseada por el monje para literalmente ser seducido y llevado a la salvación. Dos conocidos bodisatvas (esto es, budas que se niegan a asumir su nirvana para beneficiar al resto de los seres sensibles) que adoptan tales métodos transexuales para cumplir sus cometidos iluminadores son Manjushri (Monju), figura de sabiduría con apariencia juvenil, y Kannon, diosa de compasión que, en sus previas versiones en la India y el Tibet, había sido concebida en forma masculina como Avalokiteshvara y Chenrezig, pero que ya en China cambió de sexo para ser Kuan Yin y Kannon en Japón.1

Mishima conoce bien toda esta literatura tradicional y premoderna de nanshoku de su natal Japón, pues en diversas ocasiones se refiere a ella a partir de sus personajes, sobre todo en El color prohibido, aunque, como moderno y secular que es, no cree mucho en los elementos espirituales asociados que estarían en la base mítica de la homosexualidad monástica, tal como se desprende de la ironía usada por su personaje Shonsuké cuando se refiere al chigo como “camino de salvación”. De hecho, aunque Mishima aborde asuntos religiosos, cuando lo hace le interesa en tanto fenómeno cultural, histórico o narrativo, no le interesa mucho el aspecto propiamente religioso. Por ejemplo, se vale de la hipótesis budista de la reencarnación en su tetralogía El mar de la fertilidad, pero no como un asunto místico, sino como una estrategia narrativa que le permite desarrollar cierto esquema dramático de un mismo amor con cuatro combinaciones: un miembro envejece a lo largo de las cuatro novelas y el otro muere y renace, muere y renace: es el mismo/la misma y es otro y otra.

La visión larga que tiene Mishima de la homosexualidad en Japón se combina con su conocimiento de la homosexualidad en Europa, desde sus antecedentes griegos, por lo que en Color prohibido no faltan las menciones a los textos platónicos (Fedro y El banquete ), que se proyectan en el Renacimiento y en el esteticismo romántico del xix , tan caros al autor japonés.

La belleza vacía

En una siguiente novela de mediados de la década de 1950, titulada El pabellón de oro (1956), Mishima retoma el asunto de la belleza en un nuevo contexto. Vuelve a la narración en primera persona de Confesiones pero deja de lado el asunto de la homosexualidad y se concentra en la belleza de un cuerpo no humano, en este caso, un antiguo pabellón budista que captura la imaginación enfermiza del monje narrador, quien pretende alcanzar con sus ojos “la esencia misma de lo Bello”, puesto que “no creía en otra belleza que la perceptible por el ojo humano” (27).

El narrador confiesa que “cuando se concentra el espíritu sobre la Belleza, uno cae sin darse cuenta sobre lo más negro que hay en el mundo en materia de ideas tenebrosas” (48). Paulatinamente se establece una especie de duelo entre el monje tartamudo y, más que feo, anónimo, invisible de tan corriente, y el hermoso y antiguo pabellón, en cuya construcción la sangre y la guerra no han sido extrañas:

Nada más natural que guerras y alarmas, montones de cadáveres y ríos de sangre fuesen para la belleza del Templo de Oro una nueva fuente de riqueza. Su propia arquitectura, ¿no era hija del pánico? ¿No había sido concebido y edificado por una muchedumbre de posesos de alma sombría? (37).

La mayoría de las acciones narrativas transcurren en este ambiente monacal budista, en el que los supuestos rigores de tal tipo de vida zen están más bien ausentes, pues los monjes, desde el prior más elevado hasta los más jóvenes, se dan sus escapadas para acostarse con jóvenes ingenuas o prostitutas, o beben sake en sus recintos privados, o prestan dinero con intereses. Se confirma la mirada secular de Mishima cuando aborda temas o ambientes religiosos. Progresivamente el hermoso pabellón va adquiriendo una existencia semieterna, se convierte en un símbolo de la desaparición del mundo fenomenal o samsárico, en una maligna influencia que afecta al monje, al grado que la única manera que encuentra para escapar de su hechizo es incendiándolo.

En esta novela, el artista debe destruir la obra de arte para no ser destruido por ella, como un exitoso Dorian Gray que sobreviviera a la destrucción de su retrato para recuperar su vida, su alma empeñada. Es lo opuesto de lo que acontecía en Color prohibido, en que el hermoso Yuichi, marioneta estética del escritor feo, al final se rebela contra su creador, el escritor Shonsuké, empujándolo al suicidio. Aquí, la belleza destruye al artista viejo, mientras que en El pabellón de oro el artista destruye a la belleza para sobrevivir. De esta manera, la pretensión esteticista de otorgar a la belleza el lugar máximo y decisivo es superada. No en balde no queda en esta novela ninguna referencia a la belleza decadente del siglo xix , concentrándose más bien en las referencias japonesas.

Para disolver la fuerza todopoderosa que la belleza ejerce sobre el artista, Mishima retoma del budismo Zen su enseñanza del vacío como consustancial a la forma, y la forma como consustancial al vacío. Descubre que “el poder de la auténtica visión reside, en suma, en la conciencia de que nuestro corazón no tiene forma ni apariencia. Pero para estar en condiciones de alcanzar esta ausencia de apariencias, ¿no se precisa dirigir a la fascinación de las formas una mirada particularmente aguda?” (124). Y justo es lo que hace el monje al destruir el templo, al comprender que éste no “era sino estructuras minuciosamente elaboradas, edificadas sobre el no-ser”, que “estaba saturado de noche”, y que “su sustancia estaba hecha de pesadas, suntuosas tinieblas” (145), en una suerte de oscura iluminación.

De tal forma, en esta novela Mishima rompe el contrato esteticista decimonónico que tanto admirara y que otorgaba a la belleza un poder de ídolo, y la reduce a cenizas por el poder del fuego crítico. Quizá sin proponérselo, de manera indirecta, aquí Mishima funciona como un buda fallido, pues si bien su personaje logra cierta sabiduría del vacío (prajna ), no alcanza sin embargo a desarrollar la otra ala necesaria para volar como bodisatva, que es la compasión (karuna ): en palabras de su personaje “carecía del sentido de la expansión y de la solidaridad con todo lo vivo”, mismo que lo arrojaba a una soledad que lo perseguía a todas partes sin cesar, concluyendo que “ni siquiera se sentía solidario con la nada” (El pabellón… , 125). Su personaje no sólo obtiene esta paradójica sabiduría oscura, sino que, además, cree que, ya que el sufrimiento es inextirpable en la vida, lo mejor es multiplicarlo en los demás para no sentir tanto el propio, con lo que adquiere así rasgos sádicos, quizá propios de un demonio de algún infierno budista.

Referencias

  1. Faure, 1998 Bernard Faure; The Red Threat. Buddhist Approaches to Sexuality, Princeton University Press, New Jersey (1998)
  2. Mishima, 1987 Yukio Mishima; A. Bosch (Ed.), Confesiones de una máscara, Planeta, Barcelona (1987) trad.
  3. Mishima, 2009 Yukio Mishima; Takahashi Keiko, Fibla Jordi (Eds.), El color prohibido, Alianza Editorial, Madrid (2009) trad
  4. Mishima, 1985 Yukio Mishima; Marsé Juan (Ed.), El pabellón de oro, Seix Barrai, Barcelona (1985) trad
  5. Saikaku, 1984 Ihara Saikaku; Historias de amor entre samuráis, Del inglés de Armand de Fluviá, Mexico, Fontamara (1984) trad.
  6. Schalow, 2003 Paul Gordon Schalow; Introducción; Saikaku Ihara, Sato Amalia (Eds.), El gran espejo del amor entre hombres, Interzona, Buenos Aires (2003) (s.l.), trad.
  7. Schalow, 1998 Paul Gordon Schalow; The Legend of Kukai and the Tradition of Male Love in Japanese Buddhism” y “Spiritual Dimensions of Male Beauty in Japanese Buddhism; Leyland Winston (Ed.), Queer Dharma, Gay Sunshine Press, San Francisco (1998)
  8. Wilde, 1959 Oscar Wilde; El retrato de Dorian Gray, Ramón Sopena, Barcelona (1959)

Notes

1. Estos bodisatvas seductores actúan de manera muy distinta a la del Buda histórico ante la admiración de su seguidor Vakkali, un monje que se había convertido, fascinado por la bella apariencia de Buda y que lo seguía embobadamente. En principio, si el mito es cierto, y el cuerpo de Sidarta tenía las 32 marcas físicas de perfección, su belleza debió ser grande, lo que explicaría la actitud de Vakkali y otros (no obstante, algún artista devoto que se puso a dibujar un buda con tales 32 marcas lo que obtuvo fue un monstruo: orejas largas cuyo lóbulo llega a la base del cuello, protuberancia en la coronilla, lengua tan larga que puede tocar cada una de sus orejas, ruedas tatuadas en las plantas de los pies, etc.). A diferencia de los bodisatvas casquivanos, Buda intentó desanimar a su admirador en su obsesión por la apariencia física, por la belleza, cuando pronuncia la sentencia de que “Quien ve el Dharma me ve; quien me ve ve el Dharma”. Falló en su empeño y tuvo que pedirle que se alejara. Años después Vakkali buscará reencontrase con Buda, y en el camino enferma, y es tal el dolor de su afección, que se suicida algo aparatosamente cortándose el cuello. Tras su muerte, Buda verá su cuerpo y dirá que obtuvo el nirvana, lo que llevó a algunos a pensar que el suicidio no era incompatible con la iluminación, en casos extremos, como una enfermedad mortal y dolorosa, como fue el caso de Vakkali, enamorado, como Mishima, de la belleza masculina.

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Published on 03/04/17

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