Manuel Altolaguirre fue el único poeta de la Generación del 27 que escribió un libro dedicado por completo a Garcilaso. Garcilaso de la Vega (1933) es una biografía que, a pesar de carecer de una metodología rigurosa, esclarece la vida del poeta al establecer paralelismos entre su vida, poesía y vida heroica. Las páginas de Garcilaso de la Vega revelan cuán importante fue para Altolaguirre la vida y obra de este poeta. Contiene, además, algunas de las opiniones que Altolaguirre mantuvo en torno a su concepción del arte, la política y la historia de España. Este artículo se enfoca en estos elementos y explora el proceso de escritura de la biografía.
Manuel Altolaguirre was the only poet of the Generation of ‘27 to write a book entirely devoted to Garcilaso. Garcilaso de la Vega (1933) is a biography which, despite lacking a rigorous approach, sheds some light on the poet’s life by establishing parallels between his poetry and his heroic deeds. Through the pages of Garcilaso de la Vega, it becomes clear just how significant the life and works of Garcilaso were in the eyes of Altolaguirre. The biography also reveals Altolaguirre’s opinions on issues such as art, politics and the history of Spain. This article focuses on these elements and explores the writing process of the biography.
Manuel Altolaguirre ; Garcilaso de la Vega ; Generación del 27 ; Siglos de Oro ; biografía
Manuel Altolaguirre ; Garcilaso de la Vega ; Generation of ‘27 ; Spanish Golden Age ; biography
Lo que diferencia a los géneros literarios unos de otros es la necesidad de la vida que les ha dado origen. No se escribe ciertamente por necesidades literarias, sino por la necesidad que la vida tiene de expresarse.
María Zambrano,La confesión
El texto en el que Altolaguirre estudió con mayor detenimiento la existencia y la obra del famoso poeta toledano es una biografía hoy casi olvidada: Garcilaso de la Vega (1933). Altolaguirre no sólo expone en este libro asuntos que están relacionados con Garcilaso y con sus versos; también —y de forma complementaria— opina y diserta acerca de temas variados, pero todos de gran importancia para el escritor malagueño: la existencia de los hombres, la poesía, la política, el amor y su naturaleza, el heroísmo, el Romanticismo, la España del siglo xvi y la España del siglo xx . De este modo, Altolaguirre construye un texto en el que reúne ideas y reflexiones personalísimas acerca de temas inaplazables para él en tanto que creador. Por ello resulta extraña la poca atención crítica que ha recibido el libro. Es una pieza central de la obra literaria de Altolaguirre.
Debido a la falta de investigaciones en torno a ella, voy a discutir aquí algunos temas esenciales que permitirán examinar y comprender mejor los contenidos del libro. En primer término, hablaré de la desafortunada recepción inicial de Garcilaso de la Vega; en segundo lugar reflexionaré acerca del interesante proceso de escritura de esta obra para después analizar la sugestiva imagen que el libro construye de la patria del poeta, especialmente a la luz de los acontecimientos históricos del siglo xvi y del siglo xx ; finalmente atenderé algunos textos que prolongan el interés de Altolaguirre por Garcilaso, pero que matizan, a la luz de los acontecimientos de la Guerra Civil, su opinión previa.
La recepción del libro tras su presentación en público fue adversa, tal como lo demuestran las reseñas; pero la desatención y la incomprensión de los especialistas actuales es todavía más desconcertante. Es una obra fundamental para aquellos especialistas en la Generación del 27 interesados en desentrañar la manera en que los poetas de este grupo asimilaron la tradición lírica de los Siglos de Oro.
En 1933, el escritor Guillermo de Torre achaca a Altolaguirre, en tanto que prosista, “impericia” y “desgarbo”. Sin embargo, el mismo crítico pudo identificar un elemento clave del libro —me refiero al tono romántico— de la biografía: “la misma vida de Garcilaso, su vida breve, su muerte heroica, es la de un genuino doncel romántico. Y esto, con el hechizo de sus versos, con el ‘dolorido sentir’ que simboliza Garcilaso, es lo que Altolaguirre ha poetizado en su libro, sin ninguna maestría, cierto es, pero con un candor, con un lirismo difuso y envolvente que, adormeciendo momentáneamente nuestro espíritu crítico, en vigilia, acaba por captarnos” (“Reseña de Garcilaso…”, 10). En otra reseña, el autor que firma con las siglas J. M. A., tras ponderar la importancia de la época y del personaje, indica que Altolaguirre presenta a “Garcilaso, como un fantasma a quien se obligara a vivir en una atmósfera irrespirable, se asoma alguna vez a las páginas del libro de Altolaguirre. Pero ni escenario ni calor son los propicios para el poeta en esta frustrada biografía que acaba de publicarse” (“Reseña de Garcilaso… ”, 4). De las críticas vertidas en torno al libro, quizás esta sea la más injusta; sobre todo porque si algo le confiere Altolaguirre al personaje biografía-do es una gran vitalidad. Además, lo representa como un hombre contrastante, con luces y sombras, nunca como un fantasma o como una presencia espectral. La reseña de Ramón J. Sender rescata —cuando menos— algunos aspectos valiosos del libro:
No sé quién ha dicho que los muertos pueblan un gran bosque de donde sale como un himno grandilocuente y confuso. Los muertos que contaron en vida, se entiende. En ese caso, los poetas como Garcilaso deben ser difíciles de aislar en el “himno confuso”. Tienen una voz menor y un acento lírico que es de suponer absorbido por la voz de barítono de Napoleón o la voz de sochantre de Torquemada. Pero es curioso aislarlo y encontrarle voz de hoy. El poeta Manuel Altolaguirre lo hace en el último tomo de “Vidas extraordinarias”, de Espasa Calpe, con una biografía en tono apasionado y exaltado, que si no es el que más conviene a los versos mejores de Garcilaso —sosiego y medida bajo el calor de Italia—, va muy bien, desde luego, con la llamarada de su vida. De su corta vida, porque Garcilaso, que nació en llamas, se acabó de consumir pronto, a los treinta y tres años (“Garcilaso y el… ”, 8).
Es verdad que el tono del libro revela exaltación y apasionamiento, pero hay que recordar que Altolaguirre lo escribió influido por ese “nuevo romanticismo” que se estaba gestando en España entre sus contemporáneos. La manera en que actualizó la figura y la poesía de Garcilaso consistía precisamente en renovar su imagen a partir de ese tono exaltado. La reseña más elogiosa —y la última que hace falta aquí comentar— fue la de José María Salaverría:
Manuel Altolaguirre ha escrito su Garcilaso de la Vega con un fervor a tono. Libro de honda y dedicada simpatía hay entre el biógrafo y el biografiado una correspondencia interior que nace de la identidad del sentido aristocrático y de la coincidencia en el mismo culto. La poesía sentida como un culto de la reservada nobleza. El amor guía la pluma del poeta moderno al enfrentarse con el poeta de hace cuatro siglos, y este amor tiembla de emoción indisimulable en ciertos pasajes de una belleza cautivadora. De una belleza de confesión personal (“El más gentil poeta”, 1).
Salaverría nota uno de los asuntos más llamativos del libro: el diálogo apasionado entre el poeta de los Siglos de Oro y el poeta contemporáneo, entre dos espíritus que, en las páginas de la biografía, acaban por rundirse y confundirse. Y el libro, en muchos pasajes, termina siendo esa “confesión personal” que indica el crítico.
En la década de 1980, el investigador Jorge Urrutia señaló que “al famoso impresor, editor y poeta del 27 le corresponde la responsabilidad de haber ofrecido, organizada y redactada [sic ], la visión imperial, violenta, militarista y muy acorde con ciertas filosofías que se manifestaban ya políticamente en Europa, de nuestro primer poeta renacentista” (“El concepto de Garcilaso… ”, 125). Si bien hay en la obra un continuo encomio de la España imperial de Carlos V, esta visión no busca defender la violencia y el militarismo como valores indisputables. Por otro lado, si bien Garcilaso de la Vega retoma algunas de las más importantes preocupaciones de la época, la biografía no podría ser tomada como un panfleto de la Falange. En realidad, lo que Altolaguirre plantea es un homenaje —además de una suerte de rescate— de la figura y obra del toledano; y de la época en que vivió. Una época de grandes conquistas materiales pero, sobre todo, de acuerdo con Altolaguirre, de conquistas más bien de orden espiritual. A principios del siglo xx , y de ello podrá dar constancia quien recurra a los manuales literarios de la época, los versos de Garcilaso no siempre eran aprobados por la crítica. Por tanto, era urgente rescatar su obra y su calidad de clásico. Si bien la de Urrutia es una visión parcial del libro, también hay investigadores del período que sencillamente ignoran por completo la existencia de la biografía. Me refiero a aquellos estudiosos que desean rastrear los puntos de contacto entre la Generación del 27 y la tradición literaria de los Siglos de Oro. Sin duda, debería ser para ellos un libro de consulta obligada.
Algunos lectores de la biografía han creído ver en el libro una obra escrita únicamente por solicitud de los editores de Espasa-Calpe, interpretación comprensible si se piensa en el fenómeno editorial y comercial de los textos biográficos en la época. Un argumento que apoyaría tal apreciación —Garcilaso de la Vega como un mero libro de encargo— es el hecho de que Altolaguirre, tal como lo hizo saber a Alfonso Reyes en una muy informativa carta, tuvo que cubrir un número específico de páginas para cumplir a cabalidad con lo fijado por la empresa editorial. El siguiente comentario forma parte de una muy interesante autocrítica; en ella, el autor habla de los inconvenientes que detecta en su propio trabajo (la misiva está fechada en Londres, el 26 de diciembre de 1933):
Escribí a Madrid para que le enviasen desde Calpe un ejemplar de mi biografía de Garcilaso, pues no tenía aquí ejemplares para dedicar. Me llegaron al fin y con esta carta recibirá mi libro. No sé cómo cumplí el encargo editorial de esta biografía; lo acepté por el gran amor que tengo a la poesía de Garcilaso, lamentando la limitación de tiempo para entregar el manuscrito y la obligada cantidad de páginas. Libro desigual el mío, me anticipo a su juicio con estas disculpas. Si tengo la fortuna de que sea reeditada, ya medité algunas mejoras. Si a las que yo proyecto usted me puede sugerir otras, mi agradecimiento será muy grande, tanto como la impaciencia por conocer su opinión. Ningún crítico poeta podrá como usted ser justo y eficaz. No deje de escribirme sobre el libro (Epistolario, 271). 1
Un año antes —durante el verano de 1932— Altolaguirre ya había expuesto a Reyes los plazos impuestos por la editorial y las dificultades para realizar el proyecto:
Creo que sabía usted que estoy casado con Concha Méndez, con la que soy muy feliz. He venido con ella unos días a Málaga, donde reviso el texto de mi Biografía de Garcilaso, que publicará Calpe en Vidas Extraordinarias. Hace tiempo que debí entregar el texto, pero nunca me decido. Creo que pesan demasiado sobre mis ideas las lecturas históricas obligadas; aunque siempre espero que alguna cosa llegue a gustarle. Conforme se publique, que será pronto, le enviaré un ejemplar (252).2
Altolaguirre no llegó a republicar la biografía. Lo que el malagueño sí hizo, años después, fue preparar una versión muy abreviada de Garcilaso de la Vega con la esperanza de incluir esas páginas como acompañamiento de sus poemas. En esa nueva versión eliminó los cargosos textos históricos —las “lecturas históricas obligadas” diría el poeta y biógrafo— y privilegió los pasajes en que con gran libertad imaginó la vida del personaje. Según lo ha sugerido el editor de Altolaguirre, James Valender, el malagueño pensaba incorporar esa versión abreviada en la edición de su poesía, pero fue incapaz de terminar dicho proyecto debido a su muerte prematura en las carreteras de España. La afirmación de Valender me hace suponer que de este modo Altolaguirre —como lector de su propia obra— reconoció la calidad poética de aquel libro escrito unos veinte años atrás. 3 Una propuesta para la lectura del volumen consistiría en leer muchos de los pasajes de la biografía como poemas en prosa, tal es la intensidad del lenguaje con que relata y recrea la vida de Garcilaso. En cuanto a la “limitación de tiempo” y la “obligada cantidad de páginas”, son elementos que con seguridad mantuvieron al autor muy presionado mientras escribía el libro; sin embargo, esas presiones externas no afectaron la calidad literaria de la biografía. Al contrario, pienso que este modo de trabajar, a veces un tanto irreflexivo y descuidado en aras de cumplir a tiempo con lo que le pedían sus editores, aporta una gran espontaneidad y sinceridad al texto de Garcilaso de la Vega. De otro modo, si Altolaguirre hubiera tenido todo el tiempo del mundo para meditar, sopesar sus ideas y escribir su obra, el autor habría considerado con mayor detenimiento los elementos más controversiales y más riesgosos de su discurso. Valender interpreta de este modo las dificultades que Altolaguirre enfrentó al escribir Garcilaso de la Vega:
Tomando en cuenta que el malagueño no tenía ninguna formación como filólogo, ni tampoco como historiador, esta obra representó un reto bastante considerable para él, que, de todos modos, quería apoyar su libro en una labor de documentación seria, y no sólo en los dos o tres datos biográficos que los estudiosos solían citar. Todo parece indicar que, ya de regreso en Madrid, siguió trabajando en el proyecto a lo largo del otoño de 1932. Publicada por fin hacia finales de 1933, la biografía no le habría de satisfacer plenamente, tal vez porque temía no haber aprovechado bien las muchas lecturas históricas que tuvo que hacer a la hora de prepararla. Puede ser que la obra, en efecto, nos diga mucho más sobre el propio Altolaguirre que sobre Garcilaso, pero esto, desde luego, no es ningún obstáculo para el lector actual. Escrita con gran energía, la biografía representa sin duda alguna el mayor logro del autor como prosista (“Cronología”, 130).
Es cierto lo que dice Valender: en muchos de los casos, Altolaguirre parece hablar más de sí mismo y de su personalidad; o bien, de la visión que construye del poeta casi como un arquetipo. Pienso ahora en aquellos pasajes de Garcilaso de la Vega, en los que el malagueño habla de la muerte de su padre, y aquel otro en el que comenta el pasaje de la Égloga segunda y termina hablando de lo que vio cuando era niño, de aquel amigo suyo que mataba pájaros. Lo mismo sucede —el biógrafo hablando más de sí mismo que del personaje biografiado— cuando sueña con un probable viaje de Garcilaso a las Indias. En la primera edición de la importante antología de Gerardo Diego, publicada en marzo de 1932, y que reunía los versos de los mejores poetas españoles de la época, Altolaguirre anunció que formaría parte de un grupo que se proponía explorar la región amazónica; dicho viaje, por cierto, nunca se llevó a cabo. Precisamente, un recurso fundamental de Garcilaso de la Vega consiste en yuxtaponer la vida del malagueño con la del toledano.
Es relevante notar que el autor indica en el epígrafe de la biografía que las páginas de Garcilaso de la Vega no son unas memorias —curiosa advertencia— dado que su tema de interés, por principio de cuentas, no es él mismo, sino la vida del toledano. Después, Altolaguirre insertará una interesante aseveración en torno a la naturaleza de la biografía: “Este libro es una vida” (Garcilaso de la Vega, 9). 4 De este modo, cifra el tipo de seguimiento que hará de la figura del poeta, un enfoque netamente vitalista. La acotación además anula cualquier discusión en torno a la validez filológica e histórica del libro.5
Las páginas de Garcilaso de la Vega se ocupan de la vida del poeta, pero Altolaguirre, con la intención de ilustrar el mundo en que vivió el toledano, también recrea el ambiente de la época. La descripción que ofrece de la España de Carlos V combina visiones sumamente contrastantes: presenta el esplendor imperial (pienso, por ejemplo, en la suntuosa escena de coronación), pero también se ocupa de la decadencia latente. Altolaguirre cree que la razón verdadera de la posterior decadencia de España fue la ambición desmedida de los conquistadores: “España, con sus árboles, con sus caminos y sus ríos, con sus ciudades y sus tierras de labor, con sus montes y llanuras, con sus huertos, jardines y bosques y praderas, se deformaba llena de ambiciones. Estaba herida y en su sangre iban hombres, caballos y navios. Conquistar con sangre es conquistar la tierra, porque la tierra nunca es de los vencedores, sino de los vencidos” (Garcilaso de la Vega, 39). En más de un sentido, Altolaguirre prolonga la tradición de los escritores del 98, que constantemente investigaron, analizaron e interpretaron la historia de España y los motivos de su gradual y aparente decadencia. Para Altolaguirre, permitir la salida de miles y miles de españoles de la península, durante el proceso de conquista y colonización, fue un grave error, tanto como lo fue la ambición de los conquistadores y colonizadores: “España se despoblaba. Si España hubiera conservado para sí lo que tan generosamente entregaba al mundo descubierto dispondría hoy de fuerzas que no le pertenecen” (41). Compárese el planteamiento del malagueño con lo que escribió, por ejemplo, Miguel de Unamuno hacia 1915:
¡Grandiosidad! Eso hemos sido, grandiosos más que grandes. Siempre a conquistar más tierra, material o espiritual, pero sin labrar amorosamente el pegujar de abolengo, el solar de mayorazgo. ¡Reyes, reyes, sí! —cada español se sentía un rey—, ¡pero reyes del desierto! Mejor el páramo en que no se pone el sol que el recatado fuertecillo que acaricia unas breves horas. El ansia ciega —ciega, sí—, el ansia querenciosa de grandeza nos perdió. Y eso cuando la teníamos. Que lo que es hoy… (España y los españoles, 138).
Como ya se ha visto, Altolaguirre reprueba la supuesta ambición española. Sin embargo, no admite la misma crítica cuando proviene de la pluma de Andrea Navagero, autor del Viaje a España, acaso por tratarse de un comentario vertido por un extranjero. Al comentar un pasaje del libro del embajador italiano, Altolaguirre reacciona de forma contundente, matizando ahora sí su afirmación previa. Nótese cómo aparece aquí una imagen varias veces repetida en Garcilaso de la Vega —y muchas veces en los versos de Altolaguirre—, me refiero a la venda que afecta la visión, en este caso, de los españoles que salieron a conquistar el mundo prácticamente enceguecidos. Por su parte, Unamuno hablaría de un “ansia ciega”:
Después de leer este párrafo parece ser que fue la ambición material la que movió a los españoles a ir a la guerra o a descubrir las Indias, y esto no es cierto. Muchos españoles irían a tales empresas con propósitos de lucro; pero, una vez que vieron las dificultades que tenían que vencer, o renunciaban a sus propósitos, o fortalecían sus almas con más altos ideales. El español fue a América tal vez con bajas miras; pero aquellos paisajes, las voces de los predicadores, la grandeza de los ejemplos que mutuamente se daban, bien pronto llenaron de generoso desinterés las almas que se armaron con cualidades sublimes. Los hechos heroicos no pueden tener origen en la miserable avaricia, o, por lo menos, un origen inmediato. La avaricia nunca ciega hasta la bondad, sino que conduce ciegamente a la ruina. La ceguera española era religiosa, y con esa venda estrechísima caminaron los conquistadores por los territorios descubiertos, abandonando muchos bienes materiales que pudieron amontonar. Las opiniones de Navajero no eran justas (Altolaguirre, Garcilaso de la Vega, 78). 6
Garcilaso viajó a muchas naciones del mundo cumpliendo las misiones que, según la época de su vida y las necesidades imperiales, le fueron encomendadas; de este modo, fue uno de esos españoles que viajaron con la finalidad de cumplir una misión trascendental de acuerdo con la óptica de Altolaguirre. Para el biógrafo, lo que impulsó a largo plazo a los conquistadores no podía serían solo la ambición económica. Si bien habían buscado originalmente riquezas materiales, de acuerdo con su interpretación, pronto tuvieron que entender los alcances verdaderos de su estadía en otras naciones y en otros continentes. Lo propiamente heroico no podía ser, para Altolaguirre, un efecto de la avaricia; y de acuerdo con su lectura de la España de Carlos V, los soldados y los misioneros habían acometido, en realidad, empresas heroicas, cegados tan solo por su fe religiosa. Así como el biógrafo diserta en torno a los viajes y a los hechos de los conquistadores que viajaron a América, en la biografía vislumbra un posible viaje de Garcilaso al nuevo continente. El biógrafo sugiere —sin ningún sustento documental— la intención del poeta de viajar a América: “El poeta español Garcilaso pensaba ir a las Indias una vez que concluyeran las guerras en Italia. No se lo permitió su temprana muerte; pero aunque ningún testimonio o documento comprueban este aserto estoy seguro de ello” (18). Es notable la manera en que Altolaguirre, más confiado en su instinto que en los documentos, concluye, sin atisbo de duda, que el poeta toledano habría planeado un viaje al continente americano. Pero la idea le resulta adecuada debido a que contribuye a construir la imagen de Garcilaso como la de un hombre cuyos intereses eran universalistas y heroicos.
En las páginas de la biografía, Altolaguirre de manera constante alaba la gran fidelidad de Garcilaso y sus constantes trabajos en favor de la consolidación del imperio de Carlos V. El erudito Fernández de Navarrete explicaría el apoyo del poeta a favor del emperador, y en contra de los revoltosos comuneros, en términos más bien pragmáticos: “La gratitud a estas consideraciones y el familiar afecto con que Garcilaso trataba al emperador le empeñaron en el partido Real, mientras su hermano don Pedro era uno de los principales caudillos de las comunidades” (Vida del célebre poeta…, 20). Altolaguirre interpreta ese mismo apoyo encontrando razones más significativas y menos pragmáticas, las cuales revelan —hay que decirlo— una notable ingenuidad por parte del escritor malagueño: “Garcilaso, como poeta, soñaba con ser ciudadano del mundo, de un mundo por formar, según una religión en la que creía ciegamente, deseando establecer el amor universal y la paz entre todos los hombres” (Garcilaso de la Vega, 41). Lo que señala Altolaguirre acerca de la religiosidad de Garcilaso es el resultado, de nueva cuenta, de una mera intuición y no de una estricta pesquisa biográfica o filológica. Me refiero a que la mayor parte de los críticos, entre ellos Azorín, han detectado en los versos de Garcilaso: una actitud más bien laica frente a la vida. El autor de Garcilaso de la Vega prefiere pensar en el poeta toledano, sin que haya pruebas al respecto, como un ferviente católico y como un impulsor incansable de la fe cristiana. No deja de ser curiosa la utilización del adverbio “ciegamente” para describir el modo en que Garcilaso, de acuerdo con el autor de la biografía, creería en su religión —antes habíamos visto cómo los conquistadores habrían sido cegados únicamente por la venda religiosa—. De hecho, quien lea los versos de Garcilaso hallará, más bien, figuras paganas de la mitología clásica; y nunca un interés manifiesto por el Dios de los católicos. Altolaguirre piensa que había un vínculo entre la fe dirigida por el papa desde Roma y la impronta universalista del emperador. Por tanto, señala que Carlos V y sus hombres habrían representado para Garcilaso la posibilidad de un universalismo pleno:
La estrecha amistad y el continuo roce con los extranjeros sirvió para darle una idea de la patria distinta de la frecuente entre los españoles; para éstos la patria era un recinto cerrado con sus privilegios materiales; para Garcilaso era un campo abierto, sin fronteras, para derramar en el mundo los privilegios del espíritu, y bien que supo responder a ese concepto universal y elevado dando a la humanidad una obra como la suya. La cultura universal se forma con estas corrientes de país a país, altas y bajas ondas de sabiduría y belleza que se entrecruzan en el aire de todos los pueblos. Garcilaso respiró este ambiente y supo también dar aliento generoso, que todavía vivifica el corazón de los hombres.
Mientras el César y sus huestes conquistaban territorios, Garcilaso emprendía la conquista espiritual de aquellas tierras, y mientras los demás soldados luchaban entre polvo y sangre, nuestro poeta se apoderaba de la cultura del Renacimiento, que se enriquecía con su nombre (45).
De entrada, es fácilmente reconocible la caracterización que Altolaguirre hace del poeta como hombre del Renacimiento: en la medida en que entra en contacto con hombres de otras tierras, aprovecha la ocasión para intercambiar conocimientos y aprender cuanto puede de ellos (la más renacentista de todas las etapas de su vida será, sin duda, su forzada pero placentera estancia en la villa de Nápoles). Sin embargo, hay un aspecto que claramente lo aleja de aquellos hombres absolutamente conscientes de su labor como conquistadoras: si bien el Garcilaso de Altolaguirre es un valiente guerrero, su participación en esas tareas de conquista debe entenderse, sobre todo, como una misión espiritual y no material. Si los demás, según lo asienta el biógrafo, “luchaban entre polvo y sangre”, el poeta, en cambio, hacía de la cultura renacentista su campo de batalla y de conquista.
En otros momentos del libro, Altolaguirre quiso presentar las dos facetas de Garcilaso —las armas y las letras— en equilibrio; aquí dicho equilibrio, por un instante, se pierde por completo. El universalismo al que hace referencia Altolaguirre no aminoraba de ningún modo la hispanidad del poeta:
El tema de las nacionalidades hay que relegarlo a la Historia; pero en la Historia estamos y hay que insistir sobre el españolismo de Garcilaso en cuanto a su temperamento, por muy católicas que fueran sus ideas. La universalidad era una generosa expansión de su espíritu, que, a pesar de todo, presentaba suficientes características para ser clasificado (Garcilaso de la Vega, 18). 7
Lo español sería lo particular y lo propiamente nacional; el otro ámbito al que se refiere el biógrafo —el catolicismo— pertenecería a la más amplia esfera de lo internacional. De acuerdo con Altolaguirre, estos dos elementos no serían mutuamente excluyentes en la personalidad de Garcilaso. El poeta nunca habría sacrificado su hispanidad en aras de obedecer el dogma cristiano.
El heroísmo del toledano habría tenido también —según el biógrafo— importantes repercusiones de orden político: “Garcilaso no sólo hizo una revolución literaria con la introducción de rimas nuevas en nuestra poesía, sino que colaboró y ofreció su sangre para la instauración de una política más avanzada, llena de aspiraciones de justicia. En esto tuvo sus diferencias con su hermano don Pedro […]” (48). Es desconcertante que aquí el biógrafo presente la política de Carlos V como “más avanzada”. Y que subraye las “aspiraciones de justicia” representadas por el imperio en contraposición a la actitud rebelde del hermano de Garcilaso, don Pedro, quien se opuso a los intereses inmediatos del emperador. Sin embargo, Altolaguirre va incluso más allá cuando analiza, en conjunto, la inconformidad de los comuneros y la consecuente reacción imperial:
Los movimientos de las comunidades duraron en España desde 1519 hasta 1522 y siempre Garcilaso estuvo adicto a la causa del monarca, que era la causa de la revolución. Una lectura superficial de la Historia podría hacer ver a los comuneros como revolucionarios, cuando en verdad encarnaban la reacción, defendiendo sus privilegios en contra de una política internacional más amplia (Garcilaso de la Vega, 47).
Las cursivas en la cita son mías; con ellas deseo remarcar aquí el uso anacrónico de esos dos términos —revolución y reacción — y la forma en que Altolaguirre los incorpora y manipula en su discurso con tal de ensalzar a Garcilaso y la naturaleza del imperio de Carlos V. No cabe duda, además, que dichos términos eran de suma importancia en la época en que Altolaguirre escribía la biografía: la posibilidad de presenciar cambios revolucionarios; o bien, la opción contraria: ver a España convertida en una nación en que primara el pensamiento reaccionario de la derecha. No deja de ser llamativa la manera en que Altolaguirre utiliza estos conceptos para describir, en cambio, anacrónicamente, la España de Garcilaso. De este mismo asunto político, el conflicto entre el emperador y los comuneros, el malagueño se ocuparía con más detenimiento algunos años después. En efecto, Altolaguirre modificó su percepción de la historia como consecuencia de la situación política y social por la que atravesaría España.
Es conocida la contribución de los intelectuales fieles a la causa republicana durante la Guerra Civil. El teatro fue uno de los medios de expresión que los artistas supieron utilizar para difundir su opinión y para favorecer la supervivencia de la República. Aunque se hace necesario señalar y recordar el carácter “revolucionario” de las propuestas, hay que tener presente que para la escritura de las “obras de urgencia”, los autores muchas veces recurrieron justo a la tradición en busca de modelos y también de temas. Pienso, por ejemplo, en la escritura de autos y, en especial, en las adaptaciones que se realizaron de El cerco de Numánela de Cervantes, obra que por su tema —la valentía y el sacrificio popular— se prestaba muy bien para la defensa de la causa republicana.
Durante la guerra, Altolaguirre no sólo asumió la dirección de algunos grupos teatrales, también escribió obras de teatro. Dos han llegado a publicarse y a editarse: Amor de madre (Altolaguirre, Obras completas… , 201-230) y Tiempo a vista de pájaro (233-238). La que resulta necesario comentar aquí es la que, por desgracia, desconocemos: El triunfo de las Germanías, escrita en colaboración con José Bergantín. 8 Altolaguirre recrea en ella el conflicto entre el emperador Carlos V y los rebeldes valencianos. Y rectifica entonces lo que unos años antes escribiera en Garcilaso de la Vega acerca de la rebelión de los comuneros. En las páginas de El caballo griego (Altolaguirre, Obras completas…, 33-128), su incompleto e interesante libro de memorias, Altolaguirre explica el modo en que escribió la obra de teatro. También recuerda la desconcertante reacción que tuvo una parte del público durante la escenificación: cuando en una escena un actor, que personificaba un miembro de la iglesia católica, exhibió una réplica del Santísimo, es decir, una pieza de utilería, no sólo se hincaron y se apartaron los actores, tal y como lo marcaba el texto teatral, sino también una parte del público reunido allí: personas de clase humilde, en especial, obreros. Este pasaje pertenece a las memorias de Altolaguirre y resulta relevante porque vincula las ideas vertidas en la biografía Garcilaso de la Vega con la elaboración de la obra de teatro:
Espasa-Calpe, la editorial madrileña, publicó en 1932 (sic ) mi libro Garcilaso de la Vega en su colección “Vidas Extraordinarias” dirigida por Antonio Marichalar. En ese libro y por ser el poeta héroe señalado y herido en la batalla de Olías contra los comuneros, en donde recibió su bautismo de sangre, me mostré partidario del emperador Carlos V y de todo lo que su grandeza representaba. Pero al mismo tiempo los estudios que tuve que realizar para documentarme para aquel trabajo dejaron en mi memoria recuerdos indelebles. Los movimientos románticos, el de los comuneros de Castilla y el de las gemianías de Valencia, podían relacionarse con las circunstancias de la nueva guerra civil española y aprovechando la antigua documentación sobre personajes y ambiente escribí dos actos de una comedia con el título La estrella de Valencia, que fue cambiado luego por el de El triunfo de las Gemianías (Obras completas… , 98).
Es decir, esa obra de teatro significó, en su momento, una relectura y reinterpretación de aquellos mismos episodios históricos que Altolaguirre relató en la biografía Garcilaso de la Vega. Es curioso que en este breve pasaje de sus memorias, y siguiendo una tendencia que en varias ocasiones he señalado, el autor encuentre en aquellos movimientos del siglo xvi —el de los comuneros y el de las gemianías— sendas expresiones de lo romántico. La rebelión popular, por tanto, sería uno de sus signos visibles. Altolaguirre había indicado en la biografía que Garcilaso apoyó a Carlos V porque éste representaba la posibilidad de unificar y establecer un poder central, que a su vez serviría para consolidar la fe religiosa del catolicismo. Años después de haber escrito y publicado Garcilaso de la Vega, es seguro que Altolaguirre ya no hubiera aceptado un argumento como éste, que sí fue retomado, hay que decirlo, por algunos compañeros suyos de generación, que se unieron al movimiento franquista, y que postularon la idea de que el régimen de Franco —centralista, autoritario y católico— era el único medio posible para garantizar la unidad española y por tanto la supuesta grandeza del Estado español. De hecho, la figura del poeta se convirtió en un símbolo entre los escritores de la derecha, puesto que representaba el toledano, según ellos, el ímpetu imperial de España.
Hacia 1939, durante los primeros meses de su exilio, terminada la Guerra Civil, las ideas de Altolaguirre acerca de Garcilaso y del imperio eran ya completamente distintas; prueba de ello es un iluminador comentario que insertó en un pequeño ensayo publicado hacia 1939 ya en La Habana: “El poeta Garcilaso de la Vega” (Obras completas…, 214-218). Allí Altolaguirre, después de citar algunos de los versos que Garcilaso dirigió al duque de Alba, se expresa en contra de la guerra y de las pretensiones imperiales de forma contundente:
Estáis oyendo al gran poeta del imperio español, que sirvió a la causa imperial de España hasta perder la vida, que fue herido dos veces, siempre en la cara: la primera vez, para mayor desgracia, en guerra civil dentro de la península y en combate contra su propio hermano, don Pedro Laso de la Vega; la segunda vez en Túnez.
¿Qué saca de aquesto? exclamaba el gran poeta, capitán español de un imperio que era una realidad, no una mentira, y lo decía cuando al frente de sus tropas arrasaba Italia, participando personalmente en el saqueo de Florencia. ¿Qué se saca de aquesto? repito yo superviviente (216).
A diferencia de la España de Carlos V —un verdadero imperio a pesar de sus problemas administrativos, económicos y militares— la de Franco habría sido tan solo un remedo imperial. En la misma ponencia, aprovechando y también forzando la coincidencia de las fechas (Garcilaso al parecer muere en 1536), Altolaguirre recuerda las trágicas muertes de Antonio Machado (1939) y Federico García Lorca (1936); y la causa común que adelantó esos tres fallecimientos: los horrores de las respectivas guerras. Más allá del interés que podrían haber despertado estos poetas de primer orden en el público cubano al que Altolaguirre se dirigía, resulta relevante que el autor haya decidido hablar de ellos durante una conferencia cuyo tema era Garcilaso de la Vega y su obra; pero esto se explica al considerar el concepto que tenía el malagueño de la historia: la entendía no como una frontera que separara a los poetas y a los hombres, sino como un pasaje por el cual era posible andar libremente. Altolaguirre supone que Machado habría recordado un verso de la Égloga 2 de Garcilaso —“La gente se caía medio muerta” (v. 1233)— cuando el autor de Campos de Castilla estaba a punto de morir, recién iniciado el destierro; el mismo verso que el propio Altolaguirre, durante su desquiciamiento, después de salir de España con rumbo a Francia, asegura haber recordado: “Yo estuve loco, sí, detrás de unos barrotes, desnudo, conducido entre burlas por los senegaleses, sin comer ni beber durante nueve días” (Altolaguirre, Obras completas… , 215).
Me es importante señalar, antes de terminar este artículo, que considero que Garcilaso de la Vega es uno de los mejores libros de prosa escritos por un miembro de la Generación del 27 y, sin embargo, prácticamente ha pasado inadvertido por los críticos. Cuando en sus trabajos de investigación los especialistas citan el libro, tal como antes lo he mencionado, lo hacen con rapidez y gran desatención; y esto resulta todavía más evidente en los trabajos que intentan ofrecer una visión general de tal o cual rasgo de la Generación del 27, por ejemplo, el vínculo entre este grupo de escritores y la tradición literaria áurea peninsular. Todo esto puede deberse al hecho de que Garcilaso de la Vega pertenece a un género literario que no siempre recibe la consideración necesaria, me refiero al género biográfico. Al revisar las reseñas de la época, queda claro que los comentaristas primeros del libro sí percibieron algunas características fundamentales de la obra, pero desatendieron muchos de los logros prosísticos y poéticos de Altolaguirre. Hoy día, podemos leer la biografía como un texto que dialoga con el pasado imperial de España y que también ilustra las ideas que el malagueño tenía acerca de la época en que le tocó vivir. Si bien el libro es la pretendida biografía de Garcilaso de la Vega, en realidad termina siendo un espacio privilegiado en el que Altolaguirre elabora un texto que simultáneamente funciona como un interesante espejo, en el cual encontramos la imagen del poeta malagueño, al tiempo que la imagen viva del hombre que lo escribió.
3. Al comentar el proyecto de edición que Altolaguirre preparaba antes de su muerte, Valender anota esto: “creo que los textos que el autor pensaba incluir en su ‘nuevo libro grande’ no se hubieran limitado al campo de la poesía; que, al lado de sus versos, el poeta hubiera recogido una selección de su prosa. Lo que me permite formular esta hipótesis es la presencia, en el archivo de la familia del poeta, de unos papeles que pa recen relacionarse con el proyecto. Se trata, en primer lugar, de una serie de trece hojas de tamaño oficio, cada una con su encabezado mecanografiado, que parecerían anunciar el título de otros tantos capítulos, o secciones del libro proyectado. Diez de estas hojas indicarían secciones de poesía: Las islas invitadas, Ejemplo, Soledades juntas, Lo invisible, Escarmiento, La lenta libertad, Vida poética, Amor, Un día, El bosque. Las otras tres, en cambio, anuncian textos de otra índole: Prólogo a la Antología de la poesía romántica española, Poemas en prosa y Garcilaso de la Vega” (“Introducción”, 17). Lo anterior hace pensar que para Altolaguirre realmente no existía una frontera inquebran-table entre su poesía y algunos de sus trabajos en prosa.
4. En la revista Atentamente, hacia 1940, como epígrafe a sus “Confesiones”, Altolaguirre escribiría: “Todo cuanto tengo presente en mi conciencia es lo que dejo ver en estas páginas. Nada de lo que refiero pertenece al pasado. No se puede decir de este conjunto de emociones que constituyen mi vida anterior. Vida interior, presente, dolorosa” (apud Valender, “Notas preliminares”, 26). En este epígrafe, ofrece el autor prácticamente lo mismo: plasmar una vida interior.
5. Para escribir la biografía, el malagueño tuvo que leer libros de historia y de literatu ra. Son variados los pasajes de Garcilaso de la Vega en que Altolaguirre copia textos o documentos (a veces selecciona ciertos pasajes) con la finalidad, por ejemplo, de narrar acontecimientos históricos, o bien para reproducir la opinión elogiosa que tal o cual personaje mantuvo de Garcilaso de la Vega o del emperador Carlos V En muchos casos, la forma en que utiliza las fuentes históricas revela un seguimiento fiel de los documentos; y en otros momentos, Altolaguirre se permite adaptar y modificar los textos consultados. Acaso sería ocioso, e incluso imposible, cotejar y confrontar Garcilaso de la Vega con todos los libros que Altolaguirre pudo haber consultado y llegar, de forma definitiva, a una conclusión segura en torno al modo en que aprovechó esas lecturas. Otro elemento que dificultaría esto es el hecho de que la misma información se repite en diversos textos. El biógrafo bien pudo, por ejemplo, haber sacado provecho de la edición de Tomás Navarro Tomás (De la Vega, Obras, 1911) de la poesía del toledano, sobre todo de los útiles apéndices que el académico incluyó allí. En muchas ocasiones, el biógrafo avisa al lector, en el cuerpo del texto, qué libro está citando. Pero también sucede con frecuencia que adopta y adapta ideas ajenas sin dejar indicación alguna. Una obra histórica que prestó grandes servicios a Altolaguirre fue la de Prudencio de Sandoval, sobre todo porque de allí obtuvo información esencial acerca de la época: Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V. De forma explícita, el biógrafo señala haber acudido a la Historia pontifical de Gonzalo de Illescas (no he podido consultar esta obra directamente, pero Altolaguirre la cita en la biografía). De la obra de Sandoval proceden algunas citas extensas. Otra fuente importante que Altolaguirre consultó es la indispensable Antología de poetas líricos castellanos de Marcelino Menéndez Pelayo. Es claro que Altolaguirre leyó la edición del testamento del poeta, la cual fue preparada hacia 1915 por el marqués de Laurencín: Documentos inéditos referentes al poeta Garcilaso de la Vega. Es seguro —tras una cuidadosa lectura y un atento cotejo— que la obra que más le sirvió a Altolaguirre para elaborar su libro fue la biografía publicada hacia 1850 por Eustaquio Fernández de Navarrete: Vida del célebre poeta Garcilaso de la Vega.
8. Nigel Dermis escribió lo siguiente acerca de la deuda que El triunfo de las Germanías habría mantenido con la literatura del Siglo de Oro: “[…] la obra que se montó en Valencia en 1937 no era —ni mucho menos— original, sino más bien una amalgama improvisada para satisfacer las exigencias del momento, de escenas de las más militantemente populares del teatro español del Siglo de Oro” (“Apostillas sobre El triunfo de las Gemianías…”, 88).
Published on 03/04/17
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